Rosalía había nacido con el estigma.
Fue en el año 1800, cuando se tuvo constancia de la primera mujer de la familia que venía al mundo con aquel mismo lunar en el pecho izquierdo. Justo debajo de la areola del pezón. Un lunar pequeño como una lenteja.
Había que reconocer que la belleza del pecho, bendecida con esa peculiaridad era tan extraordinaria, que todos los fotógrafos del país se volvían locos por obtener una imagen para la posteridad.
Pero en Norán, el pueblo donde vivía la familia de Rosalía, también desde tiempos inmemoriales, estaba prohibido obtener fotografías del lunar en cuestión. Había una leyenda que decía que la mujer fotografiada podía morirse en el mismo instante de efectuar el disparo con la cámara. Y todo el mundo hasta la fecha había respetado esa ley transmitida de forma oral, de abuelos a padres y de padres a hijos.
Hasta un día en que llegó al pueblo un afamado fotógrafo aventuro que tenía por nombre Blackduke. Un nombre muy raro para un pueblo tan discreto como aquél. Por eso a él no le importaba, explicar a sus habitantes, con toda la calma de la que era capaz, su exacta pronunciación: Blakdiuk; así, todo junto del tirón.
Y como el destino, mucho antes de nacer, ya nos tiene dispuestas nuestras cartas sobre la mesa, así quiso también que Rosalía y Blakdiuk se conocieran por unos medios poco habituales.
Paseaba Rosalía con su perro salchicha, de nombre Elvis, por las dunas de la playa (porque en Norán había una playa muy afamada por sus aguas medicinales) cuando se desató una tormenta espeluznante. En ese preciso momento, Blakdiuk se encontraba por las inmediaciones sacando fotografías a las olas del mar, que lamían la arena de la playa con mimo. No pudo evitar ver el rayo que alcanzara a Rosaura. Hasta pudo fotografiarlo.
Rosalía quedó tendida fulminantemente sobre unos juncos que sobresalían de la duna, con Elvis llorando a su lado. De manera milagrosa el perro se había salvado del alcance. Blakdiuk que lo veía todo desde una distancia cercana se acercó corriendo tan veloz como el rayo que había caído minutos antes. Nada más llegar levantó la cabeza de Rosalía del suelo y le separó el pelo de delante de la cara. Una preciosa melena castaña, ahora enredada con granos de arena, la cubría. Y acercó su oído a la boca de Rosalía para comprobar si respiraba.
Y como el momento de Rosalía, al parecer, todavía no había llegado (así lo quería el destino), regresó a la vida de nuevo, con un tosido ligero, como atragantada por un hueso de aceituna o un caramelo de manzana verde.
Y eso no era todo.
Ninguno de los dos se había dado cuenta, con el trajín del momento tan tenso que habían vivido, de que Rosalía se encontraba totalmente desnuda. Incomprensiblemente la ropa había sido calcinada, hecha trizas. Y Blakdiuk que sabía de la leyenda del lunar en el pecho, no pudo evitar mirar. Y lo que es peor todavía: Fotografiar.
Rosalía, todavía aturdida por los acontecimientos recientes, no era consciente de lo que estaba pasando y las consecuencias que podría acarrear.
Blakdiuk, disparaba y disparaba, preso de una febril desesperación por captar cada segundo, como si el lunar fuese a cobrar una vida distinta en cada disparo.
El lunar era como todos decían. Pequeño. Como una lenteja. Y estaba justo debajo de la areola del pezón izquierdo. No era nada del otro mundo, a simple vista un lunar cualquiera. Pero tenía algo. Aunque si Blakdiuk hubiera sido sometido a un interrogatorio policial, no podría haberlo explicado de otro modo.
Tampoco pudo evitar Blakdiuk tocarlo. Suavemente, empezó a acariciarlo con las yemas de sus dedos, como quien acaricia un diamante y se deja cegar por su brillo. Y todavía más: Blakdiuk se agachó para besarlo, para lamerlo… Era tal el poder de atracción que ejercía el lunar sobre él que sentía haber perdido la voluntad. Y es que así era realmente.
De los ojos de Rosalía empezaron a brotar lágrimas, que iban dejando un surco en su cara, entre los granos de arena y un lamento lastimero salió de su garganta reseca:
- ¿Qué pasará ahora?
- Presiento que no pasará nada en absoluto, contestó Blakdiuk, tranquilamente. Bueno, sí, tal vez pase algo, pero algo bueno. Tal vez lo de la leyenda haya sido siempre una pura especulación.
- Espero que sea cierto lo que dices.
- Lo único que sé es que no te has muerto. Y que no puedo dejar de mirar el lunar, de acariciarlo. Tu pecho, Rosalía, es lo más hermoso que haya visto nunca.
Porque es verdad que las manos de Blakdiuk no dejaban de resbalar por el pecho de Rosalía. Tocaban su redondez, la suavidad de su piel, sentían su calor… Rosalía entre caricia y caricia trataba de cubrir pudorosamente el pecho con su mano, hasta que Blakdiuk, tiernamente, retiraba la mano de Rosalía y volvía a acariciárselo incansable.
Fue Elvis quien los condujo a la realidad de antes del rayo caído, con sus ladridos de advertencia y de cansancio, pues había trancurrido ya cierto tiempo. Al oir Blakdiuk al perro y darse cuenta de los acontecimientos recientes, decidió actuar con prontitud. Sí, había que hacer algo. Rosalía tendría frío, así que se quitó la camisa para cubrir delicadamente su cuerpo, y a continuación la levantó en brazos para llevarla de vuelta a casa. Un lugar más seguro.
Rosalía no se había muerto como decía la leyenda, era evidente. Y quién sabe cuantas cosas más serían falsas de todo aquello que contaban las gentes. Tenían mucho por descubrir.
Era un presentimiento.