La pintura es de Iria Blanco Barca
La primera reacción de Begoña cuando una amiga común le presentó a Ulises fue decirse: Ni loca. No. Ulises no me atrae nada físicamente como para salir con él.
Y es que no podía evitar, desde que estaba otra vez en el mercado, después de su separación, en hacer este primer análisis crítico tópico, cuando le presentaban a alguien, que como ella, también estaba en el mercado.
Pero la vida que es una jodida caprichosa, ¡zas!
Ulises insistió, insistió e insistió. Insistió tanto que Begoña no pudo más que acceder a darle una oportunidad. No era mal tipo, Ulises. Y era muy divertido.
Recuerda que cuando iba a la terapia, Julián, su psicólogo, siempre le preguntaba por la relación y ella siempre contestaba titubeando: Bueno… sí… estoy bien… es un buen hombre… se porta bien conmigo… yo creo que nos falta… bueno, a mí me falta… ¿chispa, sabes? Ya sé que soy una tonta romántica pero no se me estremece el estómago… (podría añadir también: ni dicha sea la parte, pero se lo callaba por decoro).
Aunque Begoña sabía que les faltaba esa chispa, no quería darse por vencida. Begoña era muy tozuda; eso decían todos. A ella, en cambio, le gustaba más pensar que era concienzuda.
Concienzuda - Se aplica a la persona que hace las cosas con cuidado y pone todo su empeño y atención.
Tozuda - Se aplica a la persona que se mantiene firme en una opinión o actitud a pesar de las razones o las dificultades que pueda haber en contra.
Quería de una vez por todas atinar con el hombre adecuado, apostando más con la cabeza que con el corazón, ya que siguiendo los dictados (¡que cursi!) de su corazón siempre le había ido bastante mal.
Pero la relación no iba. Cuanto más cariñosa se mostraba Begoña, cuanto más lo intentaba, más frío se mostraba Ulises.
Y no lo entendía.
Ulises decía que la quería, que estaba muy enamorado de ella, que era lo mejor que le había pasado, que qué suerte que hubiese aparecido…
Es más, dos veces Ulises le pidió matrimonio y Begoña lo rechazó porque no estaba segura, además de que eso del matrimonio ¡Quita, quita! Begoña y los papeles no se llevaban bien.
Begoña y Ulises no se veían durante la semana porque resulta que Ulises y Begoña no vivían en la misma ciudad. Begoña vivía en un pequeño pueblo de provincias y Ulises vivía en una pequeña villa marinera. Nada que ver, a no ser por lo pequeño que puede llegar a resultar todo… Los espacios, los pueblos, el amor…
Un día, un sábado por la tarde, estaban los dos sentados en el sofá del salón de casa de Ulises, un dúplex muy acogedor y soleado. Begoña hacía punto de cruz (para no aburrirse) y Ulises hacía que estaba concentrado en la película penosa de la tele.
Begoña ya llevaba tiempo notando que Ulises esquivaba hacer el amor, aludiendo que estaba cansado, que estaba estresado, que estaba preocupado… Es más, Begoña sentía que ni se acercaba a hacerle alguna tontería por miedo a que desemboca en algo más.
Y, claro, tal y como estaban las coas, Begoña tenía dudas, así que más de una vez, le había preguntado abiertamente a Ulises, si había alguien más, si ya había dejado de gustarle.
Es que ¡maldita sea!, entre todos los hombres del mundo mundial, follarines de los bosques, le tenía que haber tocado a ella uno de los que nunca tenían ganas. Inaudito. Al menos todos sus compañeros presumían de estar siempre dispuestos, y ella venga, tragando por no confesar sus derrotas amorosas.
¡Que me lo expliquen!, se decía Begoña cabreada.
Así que aquel sábado Begoña, tozuda y concienzudamente, decidió insinuarse a Ulises.
- Uli, ¿hace una siestecita?
Ulises hizo como que seguía reconcentrado en la película pero Begoña ya sabía que la había escuchado con claridad meridiana. Y no se dio por vencida.
- Ulises, cariño, ¿subimos a echar una siesta?
Ulises puso cara como de sufridor en casa y cogiéndola de la mano al mismo tiempo que se levantaba del sofá, le contestó resignado:
- Venga, vamos.
Begoña no lo pudo soportar. Montó en cólera por dentro y haciendo acopio de valor para parecer la mujer entera y verdadera que no era, le contestó.
- ¿Sabes qué te digo? Que no necesito que me hagas ningún favor. Ya me las apaño yo solita.
- No te pongas así, cariño, lo siento. Me salió sin querer pero no quería decir eso. Quería decir que…
- No sigas, por favor, que lo vas a empeorar. Voy a subir a echar la siesta sin tu compañía, y te ruego por favor que no subas. Ya lo hemos hablado otras veces Ulises, te pasa algo y quiero ayudarte pero si tú no quieres reconocer que hay un problema, mal vamos.
Y Begoña subió. Sola.
Se sentó en el sofá azul de la habitación que compartían, justo debajo de la velux. El sol regaba la estancia produciendo unos colores delicados sobre el edredón. Y lloró. Lloró mucho. Dolida. Rechazada. Sintiéndose poco atractiva. Y nada deseada. Pero después del llanto sus manos y sus dedos empezaron a consolarla.
Aquella fue la primera vez de muchas. La etapa más turbadora de su vida. Y el principio del fin de su vida en común.
No queda nada del dolor que me causaba
mendigarte por un beso,
volví a encontrar la libertad
y se escapó mi corazón que estaba preso.
Se disipó la oscuridad en mi interior.
Y ahora veo que tu amor no era amor.
Tal vez te duela, pero desde que te fuiste
me siento mucho mejor.
Sin ti,
ha vuelto a entrar la luz por la ventana,
he vuelto a sonreír en las mañanas,
sin miedo a que alguien me diga que no…