Rebeca era mona, pero era mona más por convicción que por ella misma.
Para entendernos.
Rebeca no era una guapa estándar. No era alta pero tampoco baja, no era gordita pero tampoco delgada, no era ni rubia ni morena [era adicta a las mechas y transparencias]… Digamos que tenía un estilo resultón al que supo sacar partido y que se vio acrecentado con el paso de los años, al mismo tiempo que iba creciendo su estatus monetario y social.
Porque si algo tienen las chicas monas es que siempre, siempre, terminan relacionadas con el hombre adecuado, estética y económicamente hablando, claro. Es decir, una chica mona nunca termina casada con un albañil, o con un almacenero, por poner un ejemplo y con todo el respeto para las profesiones mencionadas. Una chica mona termina casada o emparejada [que las hay también muy modernas, aunque la mayoría son clásicas y no desisten ni transigen hasta pasar por la vicaría] con un empleado de banca, un Jefe de Sección o de Planta de un Cortinglés, un mediano empresario, con un profesional de la medicina, o profesor de Universidad y lo último de lo último, un Concejal…
Y Rebeca no iba a ser menos, buena era ella para sus cosas. Así que para cumplir con las estadísticas y para no defraudar a su familia que esperaba mucho de ella, se casó con Mon [Ramón en el Registro], sin tener siquiera terminado el bachiller, ni haber dado nunca palo al agua, pero para lo que ella aspiraba a hacer en la vida no se necesitaban estudios.
Mon era alto, guapo, se engominaba el pelo todas las veces que podía, incluso para ir a la playa en verano y su éxito social estaba fuera de toda discusión, sobre todo entre la población femenina, que se rifaba su compañía en todos los pubs de la ciudad de provincias, en la que ambos vivían. Y era Concejal del partido APTC, con muchas posibilidades de llegar a Diputado en las elecciones que estaban a la vuelta de la esquina.
Por qué y cómo Rebeca captó la atención y los cumplidos de Mon, era la pregunta del millón y es lo que se preguntaban muchos de sus conciudadanos. Es más, hasta había una hija de un ex ministro que estaba interesada en Mon así que nadie se explicaba que eligiese a Rebeca, y justo ella, que no era guapa estándar, se lo había llevado de calle.
Algunas malas lenguas decían que Rebeca sabía utilizar muy bien sus armas de mujer demostrando por momentos que era una beata recatada para a los pocos segundos pasar a ser una fierecilla indomable digna del más habilidoso domador de circo. Y a esto, la mayoría de los hombres no podían resistirse, en general, los volvía locos, los ponía cardíacos, por no decir que les levantaba la moral, es decir, hablando en plata, que les provocaba unas erecciones de campeonato. Porque a los hombres en la caza, les gustan las piezas difíciles, los trofeos más inalcanzables.
Y eso había sido Rebeca para Mon, un reto. También, todo hay que decirlo, había pesado mucho la opinión de Mon de que quedaría super genial en los carteles de las próximas elecciones, con esos vestiditos estilo Jackie que siempre vestía, cuando se arreglaba.
Se casaron en menos de un año, y a los tres meses de la boda, Rebeca ya se había quedado embarazada de gemelos. Un currículum impresionante para su carrera en ciernes.
Los gemelos también eran una monada sin ser guapos estándar. No eran rubios ni de ojos azules pero tenían un aire travieso de niños de campo que los hacía irresistibles. Todo el mundo se paraba por la calle para sonreírles y los más atrevido se acercaba a ellos para hacerles alguna monería cuando los sacaban de paseo a la calle.
Eran la viva estampa de una familia feliz. Hasta que saltó la liebre.
Porque Mon tenía muchas cosas buenas [y malas] pero no era un hombre incorrupto. No. Al principio, todo hay que decirlo, no quería participar en lo de las comisiones ilegales, en lo de los regalos, en los sobres a escondidas, pero las presiones de sus compañeros implicados y un ritmo de vida trepidante que cada vez le exigía más, le hicieron sucumbir.
Y cuando todo salió la luz, de nada le sirvió a Rebeca ser mona, más bien todo lo contrario. Se vio obligada a ponerse a manos a la obra y buscar trabajo pero todos los posibles empleadores le hacían ascos, la consideraban demasiado mona y remilgada como para cumplir con sus obligaciones terrenales de mancharse las manos y hacer sudar su frente para dar de comer a sus hijos.
Rebeca nunca había contado con esa posibilidad pero la vida es así de caprichosa, e igual que te encumbra, te destrona. Y su familia super feliz y divina de la muerte tampoco era tan rica, más bien vivían por encima de sus posibilidades. Así que la caída fue sonada y celebrada por muchos [el poder (social) es lo que tiene].
¡Pobre Rebeca!
Todavía no sabía lo que le esperaba.
¡¡Hasta la semana que viene!!