Faro Punta Frouxeira - flpazos - Flickr
Al despertarse aquella mañana como tantas otras se sintieron invadidos por un deseo urgente. Y sin prisa, pues era domingo, hicieron el amor. Un hecho intrascendente si no fuera porque a veces el destino juega malas pasadas.
- ¡Mierda! No puede ser.
- ¿Qué es lo que no puede ser?
- Mira. No está.
- ¡Oh, mierda! No, por favor. Voy a buscarlo.
- Venga, no te pongas nerviosa ¿Quieres que lo intente yo?
- No, espera.
- Vale, relájate. No pasa nada. No te preocupes.
- Es que no puedo. No lo encuentro.
- Deja que pruebe yo. Tiene que estar.
- Inténtalo tú. Es mejor.
- Ya está ¿ves? Ha habido suerte.
- Menos mal. Es un alivio. No es el final que esperábamos pero nada es perfecto .¡Mierda! ¡Mierda!
- Ven, dame un abrazo. Son cosas que pasan y además tienen solución.
- Ya, pero…
- Venga, vamos a vestirnos. Y no le des más vueltas.
Blanca se duchó rápidamente y Guillermo hizo otro tanto. Apenas se dirigieron la palabra al cruzarse en los trayectos al baño, a la habitación, a la cocina… Casi terminaron al unísono. Iban ya a salir por la puerta cuando a Blanca, por efecto del nerviosismo casi seguro, le entraron ganas de ir al baño.
- Lo siento, tengo que hacer un pis.
- Bueno, sacaré el coche del garaje mientras tanto. Te recojo ya fuera.
- Son dos minutos.
- No hay prisa, no seas tonta.
Nada más cerrar la puerta Blanca se echó a llorar unas cuantas lágrimas. Tampoco podía permitirse más. No era el momento. Hizo pis lo más rápido que pudo y bajó por las escaleras para no tener que esperar al ascensor. Guillermo ya estaba en frente al portal con la puerta del coche semiabierta. Al entrar Blanca al coche le preguntó:
- ¿Estás bien, cariño?
- Sí. Supongo que sí.
- No puedes mentirme. Has llorado.
- Sólo un poco, de verdad. No pude evitarlo.
- Entiendo como te sientes.
- Anda, vamos que el tiempo se echa encima.
Guillermo arrancó el coche y se incorporó a la vía sin problemas. Los domingos siempre había poco tráfico por la zona. Predominantemente era un área comercial así que apenas circulaban coches.
- Escucha, deja que hable yo ¿vale? Ya verás como no nos ponen problemas.
- Cruzo los dedos para que no nos toque un quisquilloso. Si se niegan a darme las pastillas tendré que esperar a mañana y habrá más peligro.
- Mujer, seguro que ponen pegas a los jóvenes pero a nosotros…
- Ya.
- Son cosas que pasan. Y seguro que es más habitual de lo que nos pensamos.
- Bueno, tienes razón. Habla tú. Siempre acabo enredándolo todo y más cuando no puedo pensar con claridad.
- Ya llegamos.
Aparcaron un poco más adelante de donde estaba situada la rampa de acceso y bajaron del coche. Guillermo cerró y se apresuró a coger de la mano a Blanca. Entraron al ambulatorio y el celador de guardia los atendió enseguida. Pasaron a la Sala de espera. No había nadie esperando.
Desde la consulta que estaba situada en el pasillo se oyó:
- El siguiente, por favor.
Guillermo le dijo a Blanca:
- Vamos.
Entraron para ser recibidos por un médico de mediana edad con gesto agradable:
- Buenos días. Siéntense, por favor.
- Gracias – respondieron Blanca y Guillermo al unísono.
- Bien, ustedes dirán.
- Verá. Esta mañana mi mujer y yo hemos mantenido relaciones y… Nos ha pasado algo con el preservativo. Se le ha quedado dentro aunque conseguimos sacarlo. Es un poco embarazoso a nuestra edad pero así ha sido –dijo Guillermo azorado.
- No se preocupen. Tendrá que tomarse unas pastillas que le voy a recetar .
- ¿Les ha sucedido alguna que otra vez?
- No, es la primera –dijo Blanca
- Bien. Entonces les explicaré como deben administrarse. Son dos pastillas. La primera debe tomarse lo más pronto posible desde el momento de haber mantenido la relación y la segunda a las doce horas. Si vomita o tiene diarrea vuelven por aquí. Tendría que empezar de nuevo el proceso ¿Es alérgica a algo?
- No.
- Pues entonces, tranquila que todo irá bien. No obstante, debe visitar a su ginecólogo. Tal vez sería conveniente que empleasen otro método de anticoncepción.
- Estamos en ello – siguió diciendo Blanca.
- Pues yo ya he terminado -dijo el médico con ademán de empezar a levantarse para despedirse.
- Gracias –respondieron los dos.
- ¿Me pueden avisar por favor al siguiente?
- Sí.
- Hasta luego.
- Hasta luego.
Guillermo se acercó a la Sala de Espera para avisar al próximo paciente que en este caso era una pareja jovencita. Y dejaron el ambulatorio. Mientras caminaban por la acera para ir a una cafetería cercana Guillermo agarró a Blanca por los hombros y le dijo, al mismo tiempo que la besaba en la frente:
- ¿Ves? Ya te decía yo que no íbamos a tener problemas.
- Tengo hambre –dijo Blanca cambiando de tema.
- Y yo.
- La ansiedad siempre me aviva las ganas de comer.
- Pues vamos a ello.
- Por cierto, no me había dado cuenta de que lloviznaba.
- Hoy empieza el otoño ¿recuerdas?
- Es verdad. Se me había pasado por completo.
La puerta de la cafetería estaba abierta. Como era temprano todavía no había mucha gente desayunando. El local siempre estaba bastante concurrido porque gozaba de un prestigio más que merecido por los dulces y tartas que servía. Todo tenía una pinta extraordinaria. Pena que aquél día no fuesen a degustar tales delicias como correspondía.
Se sentaron en la mesa del fondo y pidieron el desayuno al camarero que estaba en la barra:
- ¿Qué van a tomar?
- Para mí un Cola Cao con tostadas –dijo Blanca.
- Y para mí un café cortado con un croissant –dijo Guillermo.
Blanca estaba algo nerviosa y no podía parar quieta:
- Voy a coger el periódico.
- Ya me levanto yo, deja.
- Así podremos mirar la Farmacia de Guardia.
- Blanca, desayuna como si no pasara nada. No te agobies.
- Es que…
- ¿Qué piensas?
- Nada, es una tontería.
- Seguro que no lo es. Cuéntamelo, anda.
- En otro momento.
- Como quieras. Sabes que puedes decírmelo cuanto te apetezca.
- Lo sé. Venga, coge el periódico.
- Ya, ya.
Al volver a la mesa y mientras que el camarero colocaba todo sobre la mesa, Guillermo ya buscaba la página en cuestión.
- Es justo la que hay un poco más abajo.
- Pues casi me acerco corriendo y así yas la tomo ahora.
- Si te vas a quedar más a gusto…
- Sí.
- ¿Voy yo?
- No. Échame el sobre de Cola Cao en la leche que tardo dos minutos.
- Tú y tus dos minutos –dijo Guillermo sonriéndose.
Blanca soltó un beso zalamero en la mejilla de Guillermo y salió a la carrera. Al llegar a la farmacia entregó la receta, pagó y salió con la caja de pastillas. Efectivamente había tardado más de dos minutos pero tampoco mucho más. Se sentó de nuevo al lado de Guillermo y desayunó en silencio. Cuando iba a ingerir la primera pastilla, Guillermo le preguntó:
- ¿Estás segura de que quieres hacerlo?
- Ya lo hemos hablado muchas veces. No puedo tener un hijo ahora. No es el momento.
- Tal vez ya no tengas muchas oportunidades. Lo sabes.
- Sí, lo sé. Pero no puedo afrontar un embarazo en las circunstancias actuales. Tú no quieres tener hijos y siempre lo he respetado.
- ¿Y tú que quieres Blanca?
- No importa lo que yo quiera. Y todavía tengo tiempo. Así que cuanto más pronto tome la pastilla, mejor.
Sin demorarlo más sacó la pastilla del envase y la ingirió con un sorbo de Cola Cao. Ya estaba decidido.
- Guillermo, hay algo que quiero pedirte. Quiero ir a nuestro faro –comenzó a decir Blanca.
- ¿Ahora? –dijo Guillermo sorprendido.
- Sí.
- ¿Y eso?
- No sé. Siento necesidad de ir allí. Nos dará tiempo antes de que vayamos a comer con tus padres.
- No es por el tiempo. Es que me parece raro. Pero venga, vamos.
Pagaron la cuenta y se dirigieron de nuevo al coche. Iniciaron la marcha en silencio hasta que Blanca comenzó a hablar como si lo hiciese con ella misma
- ¿Sabes? Es que a veces me suceden cosas extrañas. No voy a saber explicártelo muy bien. Hace ya muchos años, todavía no te conocía, un día fui allí. Era de noche. Siempre había tenido ganas de ver el faro iluminado de cerca. Aquél día estaba muy triste. Intenté bajar del coche pero fui incapaz. El viento invernal casi me arrancó la puerta. Por aquella época me gustaban mucho los Bee Gees y sonaba una de sus canciones en el radio cassette. En realidad aquel día quería morirme. Viendo la luz como giraba y giraba comprendí que también mi vida daba vueltas. No quiero contarte ahora porque estaba tan triste, no viene a cuento. Pero sentí algo en el faro. De repente lo vi todo claro. Ahora mismo estoy muy confusa. No sé porque he tomado la pastilla. En realidad quiero ser madre y mi reloj biológico está completando su ciclo. Tienes razón. Tal vez allí comprenda lo que quiero, qué debo hacer. Como aquel día. Ya sé que te está sonando todo a chino. Es que se me ocurrió de repente que todavía tengo una posibilidad porque siento algo dentro de mí.
- Blanca, no sigas. Estás diciendo tonterías.
- No son tonterías, Guille –dijo Blanca al borde del llanto.
- Te estás dejando llevar por tus fantasías.
- Puede ser. Pero también podría resultar que tengo razón.
- No llores, por favor. Me duele verte así. En realidad no soporto verte llorar.
- Pues para el coche. Ya estamos llegando. Puedo ir a pié el resto del camino.
- ¿Ves como dices tonterías? Ahora no te encuentras bien.
- Para el coche. Tengo ganas de vomitar.
- Ya casi llegamos, ¿no puedes aguantar?
- Lo intentaré.
- Baja la ventanilla para que te dé el aire.
- Me estoy mareando Guille –dijo Blanca, lívida.
- Ya llegamos, relájate.
- Quiero tener ese hijo. Tiene que ser ahora o nunca.
- Está bien. Lo hablaremos con calma pero tranquilízate.
Nada más aparcar el coche Blanca abrió la puerta abruptamente y sin tener tiempo de poner los pies en el suelo se puso a vomitar como si escupiese todas sus frustraciones, sin dejar de llorar. Guillermo le acariciaba el pelo sin saber muy bien que hacer ni como consolarla.
- Venga, cariño, ya pasó.
Blanca, como un volcán en erupción seguía arrojando fuera aquella papilla que le llenaba toda la boca impidiéndole hablar. Las arcadas se sucedían unas a otras sin dejarle un respiro hasta que de pronto cesaron. Las lágrimas seguían resbalando por su cara.
- Blanca, cariño…
- Estoy bien, Guille. Ahora estoy bien. Quiero tener ese bebé, contigo o sola. Lo quería antes y el destino juega en este momento a mi favor.
- No sé que decirte. Ya sabes lo que pienso.
- Sí y no te pido nada. Todavía tendrás algún tiempo para decidir qué hacer. Entenderé cualquier decisión que quieras tomar. Te quiero.
- Siempre has sido muy valiente pero tengo que pensarlo.
- Lo comprendo.
- ¿Quieres bajar?
- No. Llévame a casa. Discúlpame con tus padres. No iré a comer con vosotros. Necesito descansar.
- Me quedaré contigo.
- No, necesito estar sola y empezarían a hacer preguntas. Es mejor que vayas.
- Quiero decirte algo, pequeña. No lo tengo claro pero lo intentaré. Sin promesas. Es todo cuanto puedo decirte. Ahora sé lo importante que es para ti.
- Es más que suficiente.
Blanca desvió la mirada y dijo en alto:
- ¿Está bonito el faro con la luz de esta mañana, verdad?
- Si que lo está –dijo Guillermo mientras encendía de nuevo el coche para regresar a casa.
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