mionesss´s favourites - devianrART
Marina Escobar tenía fama de puta.
Marina era guapa, alta, buena estudiante, extrovertida, alegre, simpática… Pero tenía esa fama. Las que fueran sus amigas más allegadas se habían encargado de mil amores de propagar ese bulo con la misma rapidez con que se expande una epidemia de gripe de las gordas, o un reguero de pólvora, o la noticia de que había tocado la lotería en el barrio.
Marina se llevaba bien con todos los compañeros varones de su clase. Estaba en el club de ajedrez y en el de padel. Y los viernes se iba con ellos a jugar a los bolos, formaba equipo con Nacho y Borja, los guaperas del instituto. Más de la mitad de la población femenina se moría por sus huesitos y sus musculitos torneados a base de gimnasio.
Marina por aquí, Marina por allá… Sus compañeras no podían soportar tanta brillantez, ese sobresalir sin esfuerzo y por eso se habían inventado que la habían sorprendido en un baño haciéndoselo con dos de sus compañeros. No era cierto pero a esa edad ciertos rumores eran muy jugosos y pocos o nadie se molestaban en contrastar lo que había de certeza.
Marina puta. Empezó a verlo escrito en las puertas del baño, en la puerta de su taquilla, en su pupitre, hasta un día apareció en letras grandes en el encerado, justo intentaba borrar las dos palabras cuando entraba el profesor de matemáticas que miró las dos palabras desconcertado e incrédulo, tratando de hacer averiguaciones sin conseguir pistas fiables.
Marina era guapa, alta, buena estudiante, extrovertida, alegre, simpática… Pero tenía ese tipo de fama que acaba por minarte por dentro. Porque una no acaba de comprender qué gana alguien haciéndote daño porque sí hasta que poco a poco sientes que te vas resquebrajando y todo lo que eras antes de, pasa a segundo término.
Marina. Puta por aquí. Puta por allá. No había palabras de consuelo, ni hombros suficientes en los que llorar. Un día empezó a vomitar todas las injurias, las intrigas, el odio que se le pegaba en los pliegues de la ropa. Vomitaba por aquí, por allá, escondiéndose de los ojos que seguían todos sus pasos como buitres al acecho de carne putrefacta.
Marina puta alta delgada. Ya menos guapa para todos los ojos. Introvertida. Triste. Deprimida. Ya no formaba equipo con los guaperas del instituto porque siempre estaba cansada. Ya no tenía la cabeza para el ajedrez. Y había dejado de pertenecer al club de padel. Invisible. Sus amigas bien podían estar ahora contentas.
Marina puta anoréxica. Todo el mundo se preguntaba porqué había cambiado tanto, porqué su rostro se había vuelto lívido y sin vida, porqué ya no se reía nunca. Hasta que un día la encontraron en el baño con dos de sus compañeros. Fueron las mismas amigas, aquellas que no podían soportar tanta brillantez, ni tanto sobresalir sin esfuerzo.
Marina Escobar estaba abriéndose las muñecas con unas cuchillas de afeitar rosas. Había sangre salpicada por todos los azulejos blancos del instituto. Y por el suelo. Y por su ropa. Lloraba. Lloraba y vomitaba toda la impotencia, todas las envidias, preguntándose una y otra vez cómo había llegado hasta ese punto. Los ojos de las otras, las que no eran putas ni nada, se desorbitaban ante el espectáculo.
Marina. Sin aditivos. Convertida en una sombra, en un guiñapo, en un alarido de miedo. Ya nadie tuvo que encargarse de propagar nada. Su fama se había disipado de golpe como la niebla matutina. La ingresaron en una clínica de reposo y perdió ese curso. Borja y Nacho iban a verla dos veces a la semana. Y alguna todavía se reconcomía por las noches.
Marina tenía fama de puta. Y hay famas que matan. Aunque sólo tengas 18 años recién cumplidos.