Hace un tiempo, leyendo esta entrada de Gelu y sobre todo viendo las fotografías que la ilustraban [en su blog Penélope aguarda en Ítaca], recordé que yo también tenía fotografías de cuando era pequeña acompañada de diferentes tipos de vehículos: coches, motos, bicicletas y hasta borricos [burros].
Ayer, después de comer y aprovechando que dimos cuenta de un buen cocido de repollo en casa de mis padres, me dispuse a buscar algunas de esas fotografías, como le dije en su momento a Gelu que haría [si no me falla la memoria], pero mi madre tiene tal cantidad de álbumes que me pareció una tarea titánica que tendría que dejar para otro día, en el que dispusiera de más tiempo.
Aún con todo, no me pude resistir a curiosear en alguno, y así fue como me topé con esta fotografía. Lo primero que se me vino a la cabeza fue:
Veinticinco respuestas acertadas a veinticinco pesetas cada una, hacen un total de Seiscientas veinticinco pesetas.
¿En la época de la fotografía ya vería Un dos tres, responda otra vez? Porque no me digan que no parezco una de aquellas Secretarias del programa, con mis gafas grandes y todo… por no hablar de lo de ir enseñando pierna.
¡Pero qué pinta de redicha que tenía!
Mi madre, todo hay que decirlo, no quería que me llevara esa foto porque decía que ahí no se me veía muy bien mi cara bonita [siempre me ve con buenos ojos].
¡Ay, las madres, siempre metiéndonos en donde no nos llaman!
A pesar de la pobreza que se ve detrás del portalón de madera de nuestra casa [años más tarde, garaje del vespino naranja de mi padre y después del mítico R-5 blanco] ya se nota que a mi madre le gustaban las flores. Las plantaba en cualquier lugar, dígase bloque de cemento, ladrillo, maceta, balde [en mi casa no se llamaba cubo]… “o que fora”, que decimos por mi tierra [lo que fuera].
Ahora mis padres viven en un piso, por lo tanto mi madre ya no puede plantar flores, ahora las compra pero para llevar al cementerio, en casa las pone plásticas. Y no soy quien de desmontarla de esa idea, así que sólo me queda hacer lo de: “Vivir y dejar vivir”. A veces llora [lo hizo en el Tanatorio hace poco tiempo cuando surgió la conversación] si le digo que yo no iré al cementerio a llevarle flores, claro, yo soy su única hija y por tanto su única esperanza. Se quedó un poco más tranquila, cuando un vecino, un par de años más joven que yo, le dijo que no se preocupase, que él le dejaría alguna flor de vez en cuando. La verdad es que podía complacerla, ella no se enterará si le llevo o no flores cuando se muera [en caso de que lo haga antes que yo] pero no me gusta mentir. Y además ella sabría si le cuento o no verdad que las madres lo sabemos todo.
Mi padre, en cambio, no se mete en nada, “igual lle da arre que so” [igual le da arre que so].
¿Y todo esto a cuento de qué venía?
Y esto sonaba en 1962, el año en que nací yo