jueves, 31 de enero de 2008

Besos de colores


ya es de noche
y hoy no he sabido quererte

a veces me puede la rabia

necesito dormir
soñar que todo puede ser

antes
iré a tu habitación,
a verte

te arroparé

y dejaré en la mesilla
un paquete de besos de colores
y chicles de menta

de esos que tanto te gustan

Diálogo 31





- Este sitio es fantástico.
- Sabía que te gustaría.
- Lo que no me explico es cómo no lo hemos descubierto antes.
- A veces tenemos un paraíso muy cerca y nos vamos a buscarlo a miles de kilómetros.
- Es impresionante. Cuando la naturaleza se muestra tan magnífica uno se queda sin palabras ¿no crees?
- Tienes toda la razón.
- ¿Sabes qué?
- Dime.
- Me siento tan llena de vida que no me importaría morirme ahora mismo.
- ¡Déjate de pensar en la muerte y disfruta!
- Lo estoy haciendo.
- ¡Pues vaya manera!
- Es que soy una incomprendida.
- ¡Pobrecita ella! Si parece Calimero… Nadie la comprende.
- No te burles que ya vas por los 99 boletos para que te toque el gordo.
- ¡Vaya suerte la mía! Me encantan los premios.
- Te sigues burlando.
- No seas tonta, mujer.
- Es que es sencillo. Todos nacemos y morimos. No hay nada malo en hablar de ello.
- Vale, pues hablemos de nacer entonces.
- De acuerdo ¿Sabés qué?
- Dime.
- Este sitio es fantástico para encargar un bebé.
- Bueno, tampoco te pongas así ¡Que extremista eres! Los hijos son palabras mayores.
- Entonces ¿no te apetece que tengamos un bebé?
- Claro que me apetece… pero es que Aquí…y Ahora… No sé… no lo veo claro. Puede venir cualquiera.
- ¿Quién va a venir a esta hora? Y además si se acerca alguien y nos ve, de seguro que se dará la vuelta disimulando.
- Pues la verdad es que visto así… ahora que me lo dices… parece que me han entrado unas gaaaaaaaaanas terribles de ti…. de saborearte… de olerte… de morderte… de entrar en ti muy despacito y…
- ¡Menos lobos Caperucita!

...................................................................................................


- ¡Ah! ¿Crees que tirándote al agua te vas a librar de mí?
- Tendrás que cogerme primero y ya sabes que soy buena nadadora.
- Eso ya lo veremos. No hables que se te va a ir la fuerza por la boca y te va a hacer mucha falta.
- ¡Que tonto eres! Pensabas que me iba a poner a hacer el amor contigo aquí sin más… ¡Anda que…! Tendrás que ganártelo a pulso.
- Deja que te coja, mujer perversa y diabólica… Verás, te vas a enterar.

Infancia


Ayer Congo se quedó domrido sobre mi hombro.

Casi nunca se duerme antes de que yo me duerma
pero a veces sucede, como ayer.

Sentí las pequeñas contracciones de su cuerpo
en esos instantes que preceden al sueño,
la calidez de su piel madura desnuda
envolviéndome, y después
su respiración acompasada junto a mi oído.

Así, a su lado, me sentí tan pequeña
que mis recuerdos viajaron a la infancia,
llevaba un vestido de cuadros rojos,
dos trenzas en el pelo, una zapatillas blancas
y hacía pompas de jabón.

Montones
y montones
de pompas
de jabón.

miércoles, 30 de enero de 2008

Sin pastillas

Quiero dormir toda la noche de un tirón, sin pastillas. Acostarme y despertarme ó bien con el despertador (¡que alegría!), o porque el amanecer ya entra por las persiana de mi habitación que siempre dejo entreabierta.

Pero no, mi sueño anda de cachondeo. Por eso ahora son las 6 de la mañana, es sábado y no tengo horario para levantarme y estoy aquí, sentada en la cama, escuchando música y escribiendo por hacer algo de provecho. Y no es justo.

Antes de llegar a este estado siempre pruebo todo. Me despierto en la noche y no me atrevo a mirar el despertador siguiendo alguna recomendación de uno de esos manuales de autoayuda para recuperarse de cuaqluier tipo de enfermedad o adicción. Y me quedo agazapada entre mis sábanas tratando de moverme lo menos posible hasta que ya, con miedo de quedarme rígida para siempre, mi cuerpo, por si solo, empieza a dar vueltas: una para aquí, otra para allá, otra para más aquí… Y ya lanzada a la aventura oprimo el botón de la luz de mi despertador y veo que son las 5:30 ¡Bien!, digo yo, he mejorado. Antes sucedía a las 5. No tengo porque preocuparme porque todo sigue su curso normal como acostumbran a decir los médicos.

Ahora ya sé la hora que es, ya sé que no me dormiré y entonces ya puedo organizar mejor mi vida… mi resto de noche, debería decir. Por fín enciendo la luz y dejo de dar vueltas a las ideas estúpidas que siempre me acometen en las noches de vigilia.

Es que antes... antes de no dormir, yo tenía un método infalible. Cuando me despertaba esporádicamente en la noche y no me pregunten por qué, era algo instintivo, me masturbaba. Era un sedante excepcional y placentero. Pero claro, ahora, como mi libido se ha ido en busca de mejores camas y mejor cuerpo que el mío junto con mi sueño, pues aunque me toque no encuentro más que un cuerpo vacío de sensaciones.

Si se duerme acompañado hay algo que se suele hacer pero que no funciona. Créanme. Yo le llamo “joder por joder”. No duermes y entonces sientes que la persona que está a tu lado se da una vuelta y piensas: Tal vez él tampoco duerma. Y te acercas sigilosa para preguntarle ¿Cariño, duermes?. Por favor, no lo hagan nunca si no tienen la certeza de que de verdad no duerme porque es nefasto. Corre el riesgo de que su relación se vaya al traste y fíjese usted por qué tontería.

Alguna vez he probado a hacer puzzles. Nunca en mi vida los hice y no sé por qué me los compré para el insomnio porque no consigo nunca que me encaje nada y menos 500 o mil piezas. Eso es delirante. La verdad es que acabo poniéndome más de los nervios todavía. Por cierto, si alguien los quiere sólo tiene que darme su dirección porque se los enviaré todos. Algunos aún están sin abrir.

También he probado a hacer punto de cruz en la cama y escuchar la radio. Y hay veces que la radio de noche es jodida. Porque las personas no razonamos como de día. Si es que es normal que se vea todo más oscuro porque es de noche.

Total, que lo mejor es tomárselo con filosofía y no desesperarse. Levantarse de la cama y dirigirse a la cocina para atiborrarse de galletas con colacao. Dicen que el chocolate da sueño y es un sustitutivo del sexo. También se puede pasear por casa, aprovechar para planchar, leer revistas del corazón de esas en que lo único que hacemos es pasar hojas para ver las mansiones y las caras superperfectas… Porque claro, aunque te entren ganas de poner la máquina de coser a esas horas… vamos, que no se le ocurra a nadie o le echarán de la comunidad de vecinos.

En fin.

Y ahora que les he contado mi problema muchos se preguntarán ¿Por qué esta mujer tendrá insomnio? Si no se lo dicen a nadie lo confesaré en bajito. Tengo ansiedad. Y no es de Tenerte en mis brazos como decía Nat King Cole en aquella canción, con su acento extraviado y que yo tantas veces escuché de pequeña. Tengo ansiedad porque algo se ha removido en mis adentros y hasta que vuelva a ponerse todo en su sitio me toca padecerla con la mayor dignidad posible.

Gracias a todos por escucharme. Y no intenten comprenderme. Créanme, yo llevo 42 años en ello y todavía sigo sin ser capaz.

De todos modos ya se ha hecho tarde y ahora sí que es hora de levantarse…

¡Que gusto!.




Un festín

Apuntes (5). Para Congo
Naranjas
Piña natural
Uvas
Albaricoques
Fresas Plátanos
Kiwis
Manzanas variadas
Albaricoques
Peras
Cerezas

La mesa grande del salón está cubierta con un hermoso mantel de tela de hilo bordado en blanco, con filtirés y puntillas haciendo un centro y por el borde. Vamos a estrenarlo hoy.

La fruta está amorosamente dispuesta en unos platos blancos con filo dorado. Y hay también muchas clases de queso cortado en triángulos y haciendo dibujos en las fuentes. Me encanta el de agujeros grandes (no recuerdo ahora su nombre) porque cuando lo como me sabe a cuentos infantiles donde hay ratoncillos que lo entienden todo.

Para beber tenemos infusiones variadas: verbena, té verde, poleo menta y anís estrellado. También por supuesto agua y zumos: de piña, naranja con zanahoria, naranja con mango y melocotón con uvas.

El salón está tenuemente iluminado con la lámpara de pié. He descorrido las cortinas y está sonando “Over the rainbow”.

Estás llamando ya.
Voy a abrirte la puerta.
Espero que tengas mucho apetito.

………………………

- Hola
- Uhmmm… Hueles a fruta
- He estado preparándote una sorpresa
- ¿Qué se te ha ocurrido?
- Ahora lo verás
- ¿No vas a darme un besito?
- Estaba deseando que me lo pidieras
- Lo sabía
- ¡Listillo!
- Debías de patentar este olor para una colonia. Es delicioso
- Sí. A mí también me gusta
- Me dan ganas de empezar a comerte
- Eso lo dices porque no has visto la mesa
- ¿Y a que estás esperando para enseñármela?
- Ven, cierra los ojos
- Me fío de ti
- ¡Tachán! ¡Tachán! Ábrelos ahora
- ¡Guau! ¡Que buena pinta tiene todo!
- ¿Te gusta?
- ¡Claro! Me encanta la fruta. Y el queso. Pero no voy a saber por dónde empezar
- ¿Puedo hacerte una sugerencia?
- Dispara. Me fío de ti
- Yo empezaría por las naranjas. He probado algunos gajos y están de muerte
- Uhmmmm… Naranjas. Me has adivinado el pensamiento
- Lo sé

martes, 29 de enero de 2008

2ª parte. Un punto de partida.

Ana se despertó demasiado temprano para no tener que madrugar. Alberto dormía todavía profundamente. Abrió el cajón de la mesilla para coger unas braguitas y lo más silenciosamente que pudo se dirigió a la cocina, no sin antes echar un vistazo desde la puerta de la habitación. Quería grabar aquella imagen de él entre las sábanas revueltas. Y no pudo evitar retroceder despacio y acercarse a olerlo. Quería retenerlo todo en su memoria por si aquello no volvía a repetirse. Era lo más probable. Pero no quería pensar en eso ahora. Disfrutar el momento; eso era todo cuanto tenía que hacer.

Echó un vistazo por la ventana y comprobó con agrado que saldría el sol tan esperado después de varios días de lluvia. Tal vez era una señal. Inconscientemente y en alto se dijo: “Anita, hija, mira que eres tonta... tú y tus señales... señales... déjate de chorradas”. Vivir sola le había hecho adquirir esa costumbre: hablar en alto consigo misma.

Encendió la cafetera y se fue a dar una ducha rápida. Mientras el agua caía sobre su cabeza, con los ojos cerrados trataba de recordar cada instante mientras hacían el amor. Y no paraba de oír su nombre en boca de Alberto: Ana, Ana... ¡Mierda!. Le gustaba mucho y tenía que decirle adiós. Inevitablemente. Ya no había vuelta atrás. Ya no había lugar para el arrepentimiento.

Salió del baño y antes de dirigirse a la cocina volvió a pasar por la habitación. Se encontró con la mirada de Alberto. Se había despertado y permanecía pensativo en la cama que los había cobijado.

- Ven a darme un abrazo, sé buena conmigo –Ana se acercó a la cama y se sentó en donde le indicaba Alberto, que se había incorporado mientras le hacia una seña con la mano.
- Hay que ver que cariñoso estás por las mañanas. ¿Siempre te despiertas así?.
- Tú eres la culpable de que esté tan contento. Aunque tengo algo que hablar contigo.
- Pues tú dirás.
- Supongo que ya sabes de lo que quiero hablarte.
- De mis orgasmos.
- Bueno. En realidad me gustaría saber si te ha pasado por casualidad o hay algo más que yo deba saber.
- No te preocupes, Alberto. El problema es mío y sólo mío. Ojalá fuera algo casual. Y es muy largo de contar. Da igual, déjalo.
- No quiero dejarlo, Ana. Somos amigos desde hace tiempo y el hecho de que nos hayamos acostado nos une un poco más. Sabes que te quiero mucho, no quizá de la manera que tu esperes de mí pero me importa todo lo que te pasa, todo lo que te preocupa. Debiste habérmelo contado. Tal vez no es tuyo el problema Ana. Tal vez sólo se trata de que no has dado con el amante adecuado. Bueno, suponiendo que sí puedas conseguir los orgasmos de otro modo.
- Venga, vamos a desayunar. Me muero de hambre. Seguimos luego.
- Está bien, como quieras. Yo también tengo hambre. Si no te importa voy a ducharme primero. ¿Tendrás un cepillo de dientes para mí?.
- ¿Cómo no?. Siempre tengo un cepillo dispuesto para mis amantes ocasionales. Es broma. Aunque es verdad que siempre tengo alguno en casa sin estrenar. Espera que voy a buscarlo
- Eres mi chica ideal.
- Y tú mi príncipe verde.
Alberto se levantó de la cama y se fue al baño. Y Ana se puso una camiseta, la primera que encontró en el armario y se volvió a la cocina a preparar unas tostadas. En menos de que canta un gallo Alberto estaba situado detrás de ella hundiendo de nuevo la cara en su cuello. Ana sintió que se le ponía la piel de gallina. Sus pezones se pusieron de punta y seguían así cuando se sentaron a desayunar. Se vio y se puso colorada. No pudo evitarlo. Alberto le quitó hierro al asunto haciendo como que no se diera cuenta de nada. Tenían un tema importante que tratar y no quería ponerla nerviosa. Suponía que no le sería fácil hablar de algo tan delicado y tan íntimo.

- Bueno, venga, puedes empezar. No omitas ningún detalle que pueda ser importante y no te avergüences. El cuerpo no es un reloj al que se puede dar cuerda y atrasarlo y adelantarlo cuando quieras.
- Pues vamos allá. Verás, yo puedo tener orgasmos: Cuantos quiera, como quiera y donde quiera. De todos los colores, de todos los sabores, de todos los olores... excepto... en ese momento ideal en el que son los dos amantes los que lo comparten. Puede ser antes o puede ser después. En ese justo instante según creo recordar sólo lo he tenido una vez.
- ¿Ni siquiera cuándo estuviste casada?
- Te va a parecer increíble pero apenas puedo recordar mis relaciones sexuales matrimoniales. Bueno, en realidad podría pero no quiero. Sólo puedo recordar que hice el amor demasiadas veces, queriendo y sin querer. Suponía que yo debía complacer a mi marido y cuando no tenía ganas me las inventaba. A veces me sentía muy mal. Incluso provocaba las situaciones durante el día para que por la noche en cama me dejase dormir tranquila. Al final de nuestra relación ya no podía soportar que me pusiese un dedo encima. Llegué a aborrecer el sexo. Una vez ya separada pasé un montón de tiempo sin tener ningún tipo de deseo ni físico ni mental. Y lentamente aprendí a conocer mi cuerpo. Tampoco era capaz de masturbarme. Era terrible porque empezaba a tocarme y no sentía absolutamente nada. Pensé que mi cuerpo se había quedado vacío y jamás recuperaría lo que se suponía que debía de sentir con total normalidad. Poco a poco con el transcurso de los meses empecé a descubrir las caricias que me gustaban y a sentir como mi mente y mi cuerpo empezaban a reaccionar. Con una pareja hay algo que al final siempre me frena. No sé qué demonios es lo que me impide alcanzar el climax a pesar de lo placentero que me resulta el acto amoroso en sí. Soy como una persona ciega. Sé que no puedo ver y por eso me esfuerzo en acrecentar el resto de mis sentidos. Tal vez yo disfrute más con los pequeños detalles que a los demás pasan desapercibidos. Una mirada, un beso, un susurro. Sé que no existe un final para mí y por eso me esfuerzo en que el preludio y el intermedio sean más interesantes. He hecho terapia, he leído libros, lo he intentado todo pero hasta el momento nada ha funcionado.
- ¿Sueles decirles a tus parejas lo que quieres que te hagan o lo que te gusta?
- No. Normalmente me dedico en cuerpo y alma a proporcionar placer al hombre que está conmigo y que me gusta. Eso se me da bien. Recibir ya es otra cosa diferente.
- Ana, haces mal. Una relación es cosa de dos.
- Así serás tú. Pero sabes que la mayoría de los hombres van a lo suyo y en cuanto se suben al tren son incapaces de bajarse una parada antes sólo por el mero hecho de disfrutar del paisaje. Lo único que quieren es llegar. ¿Estamos de acuerdo?.
- Sí y no. No todos somos como describes.
- Puede ser.
- ¿Me dejarías hacer una prueba?. Sólo la haré si estás dispuesta y confias en mí. No voy a hacer nada que te disguste y en el momento que quieras pararé.
- No tienes que hacerlo.
- Ana, yo te deseo. No es ningún sacrificio. Me gustas más de lo que yo podía imaginar. En serio.
- ¿Te importa si pongo música?
- Estás en tu casa. Hoy quiero ser para ti el mago de la lámpara maravillosa. Todo lo que quieras te será concedido. Suena bien.

Alberto se levantó de la mesa y se acercó a Ana para cogerla de la mano y llevarla a la habitación parándose antes en el equipo de música. De pie en la alfombra le sacó la camiseta y se sacó a su vez el calzoncillo.

- ¿Tienes un pañuelo? Jugaremos a los ciegos. Te taparé los ojos. Tú sólo has de disfrutar sin preocuparte de mí. No existo. Es como si estuvieras sola y fuese tu imaginación la que te está proporcionando placer. Sólo tendrás que decirme lo que quieras si sientes esa necesidad y si no pues no dices nada. Es muy sencillo
- ¿Sirve éste?
- Es perfecto

Ana sacó de una caja que guardaba en el armario un pañuelo de seda rojo y Alberto se lo ató con suavidad sobre los ojos.

- ¿Ves algo?
- No
- ¿Te sientes bien?
- Confío en ti.
- Ven, acuéstate –le dijo Alberto, ayudándola a recostarse sobre la cama deshecha.

Se colocó a su lado y empezó a besarla del mismo modo que ella había jugado con él la noche anterior. Ana hundía sus dedos entre el pelo de Alberto acariciando con la yema de los dedos el cuero cabelludo, como si estuviese dándole un masaje.

- ¿Sabes que eso que estás haciendo es muy placentero?
- Tú tampoco lo haces nada mal -le dijo Ana mientras Alberto empezaba a besarle los pezones con el borde de los labios para pasar al siguiente instante a chupárselos como si fuese un niño pequeño amamántandose.

Y caminó con sus besos por el cuerpo menudo de Ana hasta llegar a besarla en el pubis por encima de sus pequeñas braguitas blancas. Ella seguía acariciándole la cabeza y tocándole la cara con las palmas de las manos tratando de adivinar la expresión de su rostro, y rozando sus labios. Alberto subió para empezar a chuparle la punta de los dedos de las manos, saltando de uno en otro golosamente, de arriba abajo. Y la dejó con el deseo contenido de volver a besarla en la boca y descendió de nuevo por su vientre para sacarle con toda la lentitud de la que fue capaz las braguitas. Le separó las piernas con cuidado y se acercó a besarla de nuevo. Ana sintió la humedad de su boca moviéndose con caricias precisas. Lamía su sexo como se lame una cuchara de leche condensada, o de chocolate, o de mermelada de naranja. Sentía que su cuerpo entraba en otra dimensión donde no había límites ni fronteras, donde todo era blando y cálido.

Y como por arte de magia entró en ella. Ana no podría precisar cuál fue el momento exacto en que su sexo fue abandonado por la boca de Alberto para ser penetrado por aquel pene cálido que llegaba hasta lo más profundo de sus entrañas. Y que jugaba dentro parándose de movimiento en movimiento sintiendo como su sexo latía y se contraía para que no se saliera. Tratando de retener entre sus piernas aquél fuego en el que era delicioso quemarse.

Y ninguno de los dos decía nada. Ana jadeaba y Alberto concentrado en desatar aquellas cuerdas que todavía la retenían a un pasado infeliz tampoco encontraba las palabras adecuadas. Los dos estallaron al mismo tiempo con un mismo grito contenido de placer, antiguo para Alberto y nuevo para Ana.

Alberto se echó sudoroso al lado de Ana, le desató el pañuelo y la besó tiernamente mirándose en aquellos ojos profundos que le decían que una luz se había abierto en aquel túnel oscuro que había dentro de su cuerpo y en donde se había perdido tantas veces sin poder encontrar la salida.

Y de nuevo se quedaron dormidos. Ana tuvo un sueño en colores. Iba con Alberto paseando en unas bicicletas azules bordeando la laguna. Las gaviotas que llegaban de la costa hasta allí formaban círculos en el aire y parecía como si estuvieran escoltándolos. Y Alberto, también soñó. Soñó que le decía a Ana gritando que no quería irse de su lado mientras jugaba a perseguirla en la playa por la arena mojada, a punto de ser pillados por las olas que llegaban para lamerles los pies descalzos.

lunes, 28 de enero de 2008

1ª parte. Desencuentro



Buscaba pasión. Y por eso había marcado su número de teléfono. Un número que permanecía intacto en la memoria como si no hubiesen pasado los años.

Conforme iba tecleando cada dígito sentía como la respiración se aceleraba y aquel cosquilleo que empezaba en la boca del estómago para terminar en su sexo la consumía con un calor irreverente. Se despertaban sentimientos que creía extinguidos.

Oyó el pitido del teléfono al otro lado. Uno. Dos. Tres veces. Y nadie descolgaba. Volvió a marcar de nuevo por ver si es que no había llegado a tiempo. De nuevo el pitido interminable. No estaba en casa. Y no quería llamarlo al móvil. Tal vez cuando volviese viera su número registrado en el teléfono y fuese él quien la llamara. Tal vez.

Se levantó del sofá y fue hacia la cocina. Sus planes habían sido echados por tierra en un segundo. Necesitaba verlo. Era un deseo imperioso que la estaba consumiendo desde hace días. No podía pensar en otra cosa. Su cuerpo y su mente lo deseaban día y noche. No dejaba de pensar en cómo serían sus besos, sus caricias, en cómo susurraría al oído su nombre... Era una insensatez, un desatino. Pero él era todo lo que quería. Sentirlo en ella igual que late la sangre en una herida abierta. Y sabía que él estaba dispuesto. Se lo había dejado muy claro la última vez que coincidieron de copas. Sólo tenía que hacer esa llamada, y antes de que se marchase de la ciudad. No tenía mucho tiempo. Una semana.

Decidió salir a la calle a dar un paseo. Estaba desasosegada. Llamaría de nuevo a la vuelta. Cogió el bolso, cerró con llave y bajó las escaleras despacio. Iría al centro comercial. Se dejaría seducir por aquel conjunto de ropa interior blanco que había visto la semana pasada. Y lo compraría para él.

Después de caminar cinco minutos llegó a la tienda de lencería y pidió a la dependienta que le enseñase el conjunto. Suerte. Había su talla. Y se lo probó. Era precioso y no le sentaba nada mal ahora que estaba morena. Realzaba sus pechos. No pudo dejar de acariciar con la yema de los dedos el escote, el vientre y la tela bordada. Los pezones se pusieron de punta, la piel se erizó y un escalofrío la despertó de aquél instante llevándola a la realidad del probador minúsculo. Salió y entregó la tarjeta a la dependienta para que le cobrase. Entró a tomar un café y echar un vistazo al periódico. Por la noche televisaban una película que había visto en varias ocasiones pero que le gustaba siempre como la primera vez: “Elegir un amor”. Cambell Scott o Scott Cambell, como quiera que se llamase estaba impresionante. Incluso con el pañuelo en la cabeza para disimular su calvicie. Eso sí, cada vez lloraba más que la anterior. Un amor que se escapa de las manos, una vida que se apaga, un sueño que se difumina con la pérdida de la ilusión. Una historia triste con final, sino feliz, sí esperanzador.

Volvió a casa. Antes de nada fue a ver el teléfono para comprobar si había llamado alguien. Nada. La luz seguía apagada como cuando salió a la calle. Y volvió a marcar. Un primer pitido y:

- Diga
- Alberto, soy Ana
- Sí, te he reconocido. ¿Qué tal?. Acabo de llegar ahora mismo a casa. He visto tu número. Iba a llamarte ahora después de hacer un pís.
- Pues venga, ve al baño que te espero.
- No sabes como te lo agradezco.
- Estás en tu casa.
- Cuelga que te llamo yo en un momento
- Vale

Colgó y los minutos se le hicieron interminables hasta que el teléfono sonó de nuevo. ¡Dios!, ¿qué iba a decirle ahora?. De pronto lo que antes tenía tan claro se envolvía en dudas y cavilaciones.

- ¿Ana?
- Hola, aquí estoy.
- Pues tú dirás
- La verdad no sé por dónde empezar
- Soy todo oídos. Cuéntame lo que quieras. Me encantará oirte.
- En realidad no tengo nada que contarte. Bueno, sí.
- Ay, Ana. Desmelénate. Dime lo que de verdad quieres decirme y no te cortes. Ya no somos unos niños. Me encantaría antes de irme que me descubras la mujer que vive en ti. Siempre dejas que se asome unos centímetros por el balcón y luego la escondes como si estuvieses jugando con una marioneta de un guiñol.
- Muy gráfico. Yo no lo habría explicado mejor. La verdad es que quería...
- ¿Echar un polvito?
- Joder, Alberto... eres un demonio. Dicho así va a parecer que estoy desesperada por acostarme contigo.
- ¿Y no es así?... Es de broma, tonta. No te asustes. Sé lo que quieres encontrar. Igual que sabes tú que yo no puedo darte todo lo que buscas. Mira no quiero hacerte daño pero Dios sabe que me encantaría hacer el amor contigo. En realidad es lo que más desearía en este momento.
- ¿Por qué estás tan seguro de todo?
- Yo no estoy seguro de nada. Simplemente sigo mis instintos y leo los tuyos en tus ojos cuando me miras. Y no lo digo con pedantería. Lo que sientes por mí me parece un regalo que no merezco pero el destino ha cruzado nuestros caminos. Y yo no voy a dejar de correr ese riesgo.
- ¿Qué riesgo?. Tú mismo me has contado muchas veces que no piensas enamorarte jamás. Que “esos rollos” no van contigo. Que tú eres un espíritu libre y todas esas pamplinas que suenan bien pero con las que no estoy conforme.
- Un día el amor me puede pillar con la guardia baja.
- Además, te vas en una semana.
- Por eso, Ana. Verás, yo no iré a buscarte pero si tú vienes no te rechazaré. Ya lo sabes. No te engaño.
- Yo no puedo ir. Y tú también lo sabes. En cambio, si vienes tú... te dejaré entrar. ¿Por qué no vienes a cenar?. Mañana entro de tarde y sé que tú ya estás de permiso con el traslado.
- ¿Me espías?
- Encontré a tu amigo Marcos ayer en el hiper y me lo dijo.
- Está bien. En una hora estoy ahí.
- Trae vino, porfa.
- Eso está hecho. Hasta luego.
- Hasta luego.

Encargaría la cena por teléfono a la pizzería de la esquina. Preparaba unas lassagnas exquisitas y así tendría tiempo de darse un baño. Eran las ocho, encargaría la cena para las diez y así le quedaría un margen de una hora para charlar y tomarse un vino. Hizo la llamada, puso la mesa en el comedor, encendió el equipo de música y se fue al baño. Y dejó que el tiempo pasase sin prisa saboreando cada burbuja de jabón que resbalaba por su cuerpo. Con los ojos cerrados sentía la caricia del agua caliente saliendo con fuerza de la cebolleta de la ducha y golpeando su cuerpo hasta dejarlo encarnado. Y se dejó envolver por aquél olor a amapola, té verde y mandarina.

El timbre de la puerta la sacó de su ensimismamiento. Y su corazón bombeó un latido brusco. ¿Quién sería?. ¡Mierda!. Lo más rápido que pudo envolvió el pelo en una toalla pequeña y se puso el albornoz y las zapatillas. Y se acercó a la mirilla de la puerta. Seguro que era cualquiera que venía a ofrecer un seguro o a dejar una revista que nos advertía de que el mundo iba a acabarse. No había acertado. Giró la llave y abrió.

En el felpudo estaba Alberto con la botella de vino tapándole la cara y su sonrisa:

- Sabía que si venía antes de tiempo todo sería más espontáneo y así podría echarte una mano... para... preparar la cena.
- Mira que pinta tengo.
- Estás preciosa. ¿No vas a dejarme entrar?
- Pasa. Me vestiré enseguida –dijo Ana, dirigiéndose a su habitación.
- Bueno, la verdad es que así te veo perfecta.

Dejó la botella de vino encima de la primera mesa que encontró a mano y se acercó a Ana por detrás, abrazándola y la olió en el cuello, hundiendo allí su cara. Y desabrochó el nudo de su albornoz dejándoselo caer lentamente por los hombros hasta dar en el suelo. Giró a Ana lentamente hasta quedar frente a frente. Le sacó la toalla que le enroscaba la cabeza con una mano mientras con la otra le despeinaba el pelo corto de chico y dio un paso hacia atrás para verla un poco más lejos. De cuerpo entero. Alberto vio un cuerpo bonito en el que destacaba el triángulo del pubis oscuro y rizado más blanco que el resto de la piel. Y se acercó a besarla suavemente en la boca mientras la cogía en brazos para llevarla al dormitorio. Era un apartamento pequeño y las puertas estaban todas abiertas.

Ana no había articulado palabra pero él no se había dado cuenta. La depositó encima del edredón mullido con cuidado y empezó a desnudarse. Ana se incorporó porque no quería perderse ni un solo detalle de aquel cuerpo que había imaginado tantas veces mientras el deseo se manifestaba en la humedad de su sexo y en aquel calor inconfundible.

Cuando Alberto terminó de desvestirse tiró de los pies de Ana, despacio, dejándola de nuevo en posición horizontal. Y se echó a su lado apoyado sobre un codo, mientras con la otra mano recorrió su cuerpo, rozándolo suavemente con la yema de los dedos. Ana miraba la escena como si fuese una espectadora atónita y le dejaba hacer. El arqueo de su cuerpo delataba cada caricia.

Y Ana sintió la necesidad de tomar las riendas de la situación y empujó a Alberto para que fuese él quien se quedase en posición horizontal y se sentó a horcajadas sobre su sexo dejando caer el peso de su cuerpo sobre él, sin introducirlo. Y empezó a besarlo con besos pequeños. Jugando. Se acercaba a su boca para escaparse cuando él estaba a punto de responder al beso. Hasta oir como le pedía:

- Ana, por favor. Bésame. No seas mala, bésame.

Y entonces los besos fueron haciéndose más húmedos. Como chupones. Por los ojos, por el cuello, por la barbilla, rozando los labios de paso... dejándolo una y otra vez con el ansia de probar su boca por dentro. Sentir el roce de los dientes con la lengua y el sabor de su saliva. Y siguió besando su cuerpo. Alberto acariciaba sus pechos y jugaba con los pezones mientras ella besaba su bajo vientre. Su miembro estaba totalmente derecho cuando ella se lo llevó a la boca para chupárselo como si fuera una piruleta de fresa. Se lo metía en la boca y se lo sacaba para besarlo y lamerlo y volver a chupárselo con fuerza hasta mordérselo despacio.

Y volvió de nuevo a su boca dejando ahora que él la besara como estaba deseando. Con la pasión contenida del deseo de tantos meses atrás. Ana seguía sin decir nada mientras oía a Alberto como susurraba en su oído cuánto le gustaba.

Todos los hombres eran iguales. En cada acto de amor se enamoraban de la mujer con la que estaban mientras le daban placer. Y después.... después. Todo lo que importaba venía después. Después del sexo. Después del amor. Desechó ese pensamiento estúpido mientras introducía el pene de Alberto en su cuerpo. Quedaron así acoplados sintiendo un placer lacerante que les quemaba. Él tampoco podía ocultarlo. Sí, ella también había visto en sus ojos. También vio en sus ojos cuando empezó a moverse. Y escuchó sus gemidos y su nombre en su boca: Ana, Ana... Y ella se movía y se movía. Sorda. Y ciega. Había cerrado los ojos para ver su cuerpo por dentro. Aquella oscuridad salpicada por multitud de luces que se hacían más intensas cuánto más intenso era el grado de excitación.

Hasta que de pronto las luces se apagaron y de su garganta brotó un te quiero contenido y un sollozo ahogado. Él había alcanzado el orgasmo mientras ella había sentido como si hubiese subido a la montaña rusa y se hubiese quedado suspendida en el aire cabeza abajo.

Salió de su cuerpo con sigilo y se enroscó a su lado en posición fetal. Alberto la abrazó mientras le acariciaba el pelo. Subió el edredón para que no la cogiese el frío.

Y Ana se sumió en un sueño profundo blanco. Y Alberto, también dormido, soñó que estaba en un parque jugando en los columpios con un niño pequeño que tenía el cuerpo menudo como Ana, y los ojos de Ana y la misma candidez en la sonrisa.

Tiramisú


Apuntes (2). Para Congo




Tú voz al despertar.
Tal vez sea un sueño.
No. Un sueño no es tan real.
Tu voz que me llama perezosa, remolona…
y es como si estuvieras aquí.


Al despedirnos y después de colgar el teléfono, tu voz me sigue atando a la cama. Boca abajo siento que mi cuerpo pesa una tonelada y por dentro se revuelven miles de sensaciones.

Pero voy a llevar a cabo tu sugerencia. A ver si hay suerte. Espera un poco y lo sabremos.


(Transcurren dos horas)

No te lo vas a creer. Ya tengo justo delante de la libreta, en la mesa, el trozo de tarta de tiramisú y un vaso de leche templado con un sobre de Cola Cao. Vuelco el sobre en la leche y lo disuelvo. Me tomo la espuma que se forma a cucharadas lentas ¡Me encanta la espuma del Cola Cao! Y retraso el momento de probar la tarta. Sé que cuando tenga el primer pedacito en mi boca tendré la sensación de que eres tú por entero el que se está colando por cada resquicio de mi cuerpo pequeño, de tantas veces como me has hablado de ese sabor.

Empiezo.

Primer bocado. Está delicioso, fresco.

Segundo bocado, más grande que el anterior. Percibo el sabor a café.

Tercer bocado. Recuerdo cuando llego a la cafetería y se acerca el camarero, una vez que me he sentado en la misma mesa y en la misma silla en la que estuve contigo aquél día:

-¿Tenéis tiramisú?
- Sí
- Me traes, por favor, un Cola Cao y tiramisú
- ¿Un trozo o toda la tarta?, dice el camarero sonriendo. Acabamos riéndonos los dos.

Ya me he comido unos cuantos bocados más. Venga, abre la boca que este trocito es para ti. A ver que viene un avión… como cuando éramos pequeños.

Más bocados. Está para morirse, Congo. Tenías razón.

Se ha terminado.
Gracias por haberme dado la idea. Ahora voy a hacer unas compras.

Felis Silvestris

Congo es un felino al acecho

Me sorprende
desde todos los rincones
de nuestra cabaña pintada de rojo.

Me huele
me ataca
me araña
me deglute
me mastica
me digiere


hasta no dejar ni rastro



viernes, 25 de enero de 2008

Obsesión



No podía dejar de pasear por el pasillo como una posesa: arriba, abajo, arriba, abajo, mientras mil ideas luchaban desordenadamente en su cabeza. De entre todas una era la que más sobresalía: “Llámale... no seas tonta.”

Encendió un cigarrillo, igual así se tranquilizaba un poco. Tenía que olvidar, aunque sólo fuera por unos instantes, aquella obsesión que estaba a flor de piel todo el día, la devoraba por dentro... No la dejaba vivir.

Sólo conseguía un poco de sosiego al oír su voz cada mañana por las escaleras del edificio donde trabajaban juntos, o cuando jugaba a las excusas para tenerle cerca y así poder bucear a gusto por sus ojos, tratando de adivinar si él sentía lo mismo o algo parecido. Es que él era como una enfermedad. Sí, esa era la palabra exacta que resumía todo lo que estaba sintiendo.

Se sentó en la mesa de la cocina, su lugar preferido para hablar por teléfono y marcó su número con el corazón acelerado y un leve temblor en las manos.

- ¿Está Tomás?
- Ahora le aviso, ¿quién le llama, por favor? –tal vez era su hermano el que contestaba.
- Una amiga.
- Tomás, al teléfono – dijo el desconocido.
- ¿Diga? –contestó Tomás.
- Hola, soy...

- ¿Laura? –dijo su nombre con sorpresa.

- No te enfades, por favor. Necesito hablar contigo, oírte.

- Laura, ¿qué quieres?, contestó Tomás un tanto malhumorado.

- Perdón, colgaré.

- No, no lo hagas. Espera. ¿Cómo te encuentras?, dijo Tomás un tanto más comprensivo.

- No sé que me está pasando pero no puedo soportarlo. No dejo de pensar en ti. Quiero vencer los pensamientos que me asaltan pero me pueden. No quiero hacerte daño. Tú sabes cuanto te aprecio. Pero me siento morir.
- Laura, Laura – contestó Tomás en un tono más íntimo y tierno. ¿Qué estás diciendo?

- ¡No sabes como te deseo!

- Laura, olvídalo.

- No quiero. Te deseo, Tomás.

- Laura, respondío Tomás, susurrando su nombre.

- Dime lo que llevas puesto en este momento.

- Laura, no me pidas eso.

- Dímelo. Necesito saberlo –dijo Laura empleando su tono más convincente.

- Llevo puesto el pantalón vaquero negro y la camisa de cuadros verde y granate. La misma ropa que llevé a la oficina esta mañana.

- ¿Llevas puesto el cinturón?

- Laura, estás loca.

- Contéstame, dijo ella en el tono más firme que encontró.

- Sí.

- ¿Y sabes que voy a hacer ahora? Desabrocharte el cinturón muy despacio. Ya está.

- Esto es una locura. Dime lo que llevas puesto tú, dijo Tomás nervioso.

- Sólo llevo puesto el albornoz. Me iba a dar un baño.

- Dime cómo es.

- Es blanco, con capucha.

- Desabróchatelo para mí.

- Ven a darme un beso primero.

- Me gusta como hueles... uhhhm!

- Voy a desabrocharte la camisa despacio, un botón, otro botón... Me pongo de puntillas para darte un beso en el cuello... Tú también hueles muy bien. Tu olor me resulta familiar. Bien, bien, ya están todos los botones, uhhhhm. Tu piel es tan suave como me la imaginaba.

- Yo también te he imaginado muchas veces... También te he deseado como te estoy deseando ahora.

- Sácate el pantalón. Desabróchate los botones despacio. Quiero verte.

- ¿Sabes una cosa? ¿Sabes por dónde te estoy besando ahora?

- ¡Oh, no! Lo siento, los niños se han despertado. Tengo que colgar ¡Mierda!

- ¿Laura? ¿Laura?

Laura se despertó con el ringgggggg del despertador. Estaba sudorosa y arrebolada. La manta estaba tirada en el suelo y las sábanas completamente enrolladas la una con la otra. Y lo primero que pasó por su mente al poner los pies en la alfombra para levantarse de la cama fue una pregunta


¿Por qué habría soñado con él?

Dos libros




"Entonces Almitra le dijo: "Háblanos del Amor."

Y él levantó la cabeza y contempló atentamente al pueblo, y al observar la quietud reinante replicó con voz tonante:

Cuando el amor arribe a vosotros, seguidle. Aunque sus veredas sean duras y difíciles de seguir. Y cuando sus alas os envuelvan entregaos a él. Aunque la espada que oculte bajo sus alas pueda heriros. Y cuando os hable creed en él. Aunque su voz pueda arrasar vuestros sueños, así como el viento del norte arrasa los jardines.

Porque aun siendo el amor como una recompensa también será castigo para vosotros. Porque él os hará crecer, pero os frenará después. Aunque ascienda hasta vuestras alturas y acaricie vuestras fibras más sensibles, esas que se estremecen bajo la caricia del sol. Así descenderá hasta vuestras raíces y las agitará por muy arraigadas que se encuentren en la tierra.>>

***....... *** ....... ***

"10/3/1912 Mary, mi adorada Mary, ¿cómo puedes pensar que me estás dando más sufrimiento que alegrías? Nadie sabe bien cuál es la frontera entre el dolor y el placer: muchas veces pienso que es imposible separarlos. Tú me das tanta alegría que llega a doler, y me causas tanto dolor que llego a sonreir.
24/5/1914 Piensa, mi adorada, si estuviéramos caminando por un bello campo en un lindo día y, de repente, una tempestad cayera sobre nuestras cabezas.¡Qué maravilla! ¿Existe mayor emoción que ver los elementos produciendo fuerza y energía salvaje? Vamos a los campos, Mary, a buscar lo inesperado.
8/7/1914 Siempre pensé que cuando alguien nos entiende, termina por escla-vizarnos, ya que aceptamos cualquier cosa para ser comprendidos. Sin embargo, tu comprensión me trajo la paz y la libertad más profundas que haya experimentado jamás. Durante las dos horas de tu visita, descubriste un punto negro en mi corazón, lo tocaste y él desapareció para siempre, haciendo que yo divisara mi propia luz."

Por ti, Quela





Querido Congo:

He pensado empezar mi carta de muchas maneras. Créeme que de verdad lo he intentado. Pero ¿cómo puedo hablar de algo que para mí es muy triste sin transmitirte parte de mi tristeza? Es imposible. Y es que a las cosas hay que llamarlas por su nombre y tratarlas de acuerdo con su naturaleza.

Así que hoy (lo siento Congo) me toca hablarte de algo triste. Y supongo que ya sabes más o menos de lo que se trata.

Hoy Quela cumpliría 18 años si no fuera porque hoy también, justamente, se cumplen 6 meses desde que nos dejó. A pesar de que el tiempo va pasando no me resigno a pensar que ya no la veremos nunca más. Es que es muy triste, Congo, por eso no quiero resignarme.

Esta tarde Senia irá con sus padres hasta los acantilados en donde se esparcieron sus cenizas. Creo que la imagen de su padre abrazando la pequeña urna antes de desprenderse de ella para lanzarla al mar, me va a acompañar siempre hasta que yo también me vaya ¡Al final que poca somos, Congo!... Un número a sumar en las estadísticas anuales… Un titular de un periódico cualquiera: Una joven adolescente pierde la vida en un accidente de tráfico al chocar la moto que conducía… Un puñado de polvo. Nada más.

Senia todavía sigue pensando mucho en ella. Y llora. Ayer por la tarde me contaba en la cocina, mientras preparaba la carne asada, que ahora no tenía “una mejor amiga” que se llevaba bien con sus nuevas amigas pero que ninguna era la mejor. Yo le dije que tampoco eso estaba tan mal y que el tiempo, que todo lo adormece, haría que alguien especial sobresaliese por encima del resto sin minusvalorar a nadie. Sin Quela está un poco desvalida porque era un apoyo muy importante y muchos años de amistad, desde que tenían 8 años y coincidieron en un campamento de verano.

En fin, Congo, así es la vida. A veces toca reir y otras llorar. Ahora Quela descansa para siempre en la playa que tanto adoraba, la playa que también la llevó, de algún modo a la muerte, porque estaba en ella antes de salir a dar aquel paseo fatídico. Sé que está allí, en las olas, en la arena, en la brisa, en los juncos, en cada tabla de surf y en cada corcho.

Y ya por último, me gustaría despedir hoy esta carta, con un pequeño fragmento del libro “El profeta” de Khalil Gibrán, que leí para los que estábamos reunidos, el día que despedimos a Quela:

“Pueblo de Orfalís: El viento me ordena dejaros.
Aunque tengo menos prisa que el viento, debo irme.
Nosotros, los errantes que buscamos siempre el camino más solitario, no empezamos un día hemos concluído el anterior, ni hay aurora que nos encuentre donde nos dejó el crepúsculo.
Porque incluso mientras la tierra duerme, viajamos.
Somos semillas de una planta tenaz, y en nuestra madures y plenitud de corazón nos entregamos al viento y nos diseminamos.
Breves fueron mis días entre vosotros, más breves aún las palabras que os dije.
Más si mi voz se muere en vuestros oídos y mi recuerdo se desvanece en vuestra memoria, entonces volveré.
Y con el corazón más lleno y unos labios más obedientes al espíritu, volveré a hablaros.
Sí, volveré con la marea.
Y aunque la muerte me esconda, y el silencio me envuelva, buscaré vuestro espíritu.
Y no buscaré en vano.”

Te seguimos queriendo Quela.
Te quiero Congo.

jueves, 24 de enero de 2008

"Seda" - Alessandro Baricco




"Seis días después Hervé Joncour se embarcó en Takaoka en un barco de contrabandistas holandeses que lo llevó a Sabirk. De allí remontó de nuevo la frontera china hasta el lago Bajkal, atravesó cuatro mil kilómetros de tierra siberiana, superó los Urales, alcanzó Kiev y en tren recorrió toda Europa, de este a oeste, hasta llegar, después de tres meses de viaje, a Francia. El primer domingo de abril –a tiempo para la Misa Mayor- llegó a las puertas de Lavilledieu. Se detuvo, le dio gracias a Dios y entró en el pueblo a pie, contando sus pasos, para que cada uno tuviera un nombre, y para no olvidarlos nunca más.


- ¿Cómo es el fin del mundo? -le preguntó Baldabiou.

- Invisible.

A su mujer Hélene le llevó de regalo una túnica de seda que ella, por pudor, no se puso jamás. Sí la sostenías entre los dedos, era como apretar la nada."


.....


Hervé Joncour sintió el agua regarse encima de su cuerpo, sobre las piernas primero, y después a lo largo de los brazos y encima del pecho. Agua como aceite. Y un silencio extraño, alrededor. Sintió la levedad de un velo de seda que bajaba sobre él. Y las manos de una mujer -de una mujer- que lo secaban, acariciando su piel por todas partes: aquellas manos y aquel tejido urdido de nada. Él no se movió nunca, ni siquiera cuando sintió las manos subir de la espalda al cuello y los dedos -la seda y los dedos- subir hasta sus labios y rozarlos, lentamente, una vez, y desaparecer

Tener una freidora en mi vida... no está tan mal.

Mi querido Congo:

¿Te has dado cuenta que con las prisas me he vuelto a olvidar de poner el encabezamiento a tus cartas? Espero que no me lo tengas en cuenta porque ya sabes lo desastre que soy y que por lo tanto lo hago sin darme cuenta.

Dicho esto, vamos allá.

Bueno, bueno, bueno, no sé por dónde empezar, Congo. Ha quedado muy bien esta frase pero en realidad no tengo nada importante que contarte. A veces pienso que mis días son muy anodinos, que estoy pasando por la vida sin pena ni gloria, que se suele decir. Pero luego pienso (más que nada por animarme), que las cosas pequeñas son las que de verdad importan y que tampoco se trata de ser una Madame Curie, entre otras cosas, porque ya hubo una y las personas son únicas e irrepetibles ¿no?

Y repito otra vez: Dicho esto, vamos allá.

Hoy hace un día fantástico a pesar de que soy mujer, tengo la regla y por la noche no pude dormir con el dolor de tripa. Pero luce el sol, la tempetura es agradable y las gaviotas revolotean contentas mientras destacan sus contornos aerodinámicos en el telón azul de un cielo despejado (¡¡ Ayssss!!... ¿Quedó un poco cursi?)…

Corre el telón que vuelvo a salir de nuevo al escenario.

Me encantaría escaparme de la oficina, coger el coche y acercarme a alguna de las playas de la comarca para pasear por la orilla del mar, mojar los pies (bueno, tendría que pensarlo un poco poque el agua estará congelada), hacer unas fotografías o simplemente escuchar las canciones del mar llegando a la orilla ¿Por qué no te teletransportas y te vienes conmigo? Anda, Congo, por favor, inténtalo ¿No te gustaría acompañarme?

Vale, vale, vale ya. Vuelvo a la realidad.

Ayer pedí a mi madre que subiera a casa para abrir la caja que dormía en la cocina y descubrir mi bonito regalo. Quería compartir con ella esa satisfacción tan grande (je je je). Y la verdad es que al ver su cara, yo también empecé a mirar a la freidora con otros ojos. Más desde que tú, Congo, me convenciste de las ventajas de tener una freidora en mi vida. Para mi sorpresa cuando comenzamos a descuajiringarla, ver sus piezas y su funcionamiento pues ya me pude imaginar friendo todo tipo de cosas. Incluso creo que voy a poder freir en ella mis malos pensamientos, humores, neuras y demases. Como es el tamaño grande cabe de todo… Y además, se puede meter toda enterita por piezas en el lavavajillas ¡¡Toda entera, Congo!! Bueno, es que es para alucinar.

Salvo este ínfimo trabajo dediqué la tarde de ayer a la vida contemplativa. Se que te parecerá imposible porque soy un culo inquieto pero así fue ¡Qué ganas tenía! Me dediqué a escuchar música agradable y relajante. Ir a la librería más cercana a pie dando un paseo para poder realizar un pequeño trabajo de manualidades. Y poco más ¡Ha sido fantástico!

Al volver pegué “nuestro” cartel en el espejo de la cómoda. Así puedo leerlo desde la cama nada más acostarme o levantarme, o cuando me vaya a mirar al espejo. Aunque seguro que en un par de días ya lo habré aprendido de memoria y me quedará grabado para siempre. Bueno, eso si el Alhzeimer incipiente me lo permite.

P.D.: Gracias por tu apoyo. M.G.E.C.

miércoles, 23 de enero de 2008

La freidora

Hoy he cambiado de escenario. Etoy escribiendo en el escritorio de la salita, donde está el ordenador. Pero en mi libreta, eso sí. El bolígrafo y la hoja cuadriculada siempre me inspiran más.

Resulta ser que hoy tendría que haber celebrado algo. Sí, esas fechas señaladas que hay que celebrar por calendario o porque alguien se lo inventó un día. Pero a mí no me gustan las imposiciones y por tanto, tampoco celebrar cuando no se tienen ganas. Pero una madre es una madre y a la mía se le ocurrió la feliz idea de regalarme… ¿a que no lo adivinas, Congo?... Una freidora. Sólo de ver la caja ya me asusté. Todavía reposa en el suelo de la cocina dentro de la bolsa plástica del establecimiento. No fui capaz de abrirla. Yo creo que mi madre todavía no perdió la esperanza de que me dedique de lleno a la cocina y no quiero decepcionarla pero a ver como consigo mañana decirle sutilmente y sin herirla que para qué queremos Senia y yo una freídora… que con una sartén ya nos apañamos… Si es que además ella sabe que me gustan más las patatas cocidas. Es lo que tienen las sorpresas. Antes siempre me preguntaba qué quería o me daba el dinero, directamente, para que me comprase algo, ropa generalmente. Pero hoy no, hoy ¡toma sorpresa!. Freidora de patatas. También puedo freir croquetas, chipirones, calamares… Tal vez hasta cuando la abra me gueste y todo. Aunque no lo creo porque a mi este año lo que de verdad me apetecía era lo de siempre. Ya había decidido lo que quería comprarme: un conjunto de ropa interior de esos de caprichito. Y claro, esto y la freidora no tienen mucho que ver. Para colmo mi padre se empeñó en que me comprasen la de tres litros, según contó mi madre. A ella le gustaba una mini que decía que para las dos nos llegaba pero no… mi padre “caballo grande ande o no ande”, la más grande. En fin, a ver como arreglo este desaguisado porque está claro que la freidora no me hace ninguna ilusión.

Para seguir celebrando mi día después de comer con mis padres, con la freidora en el maletero y con un calor de mil demonios me fui a hacer la compra al Hiper porque no podía demorarlo más. Odio hacer la compra, ya lo sabes. El carro, ir tachando la lista conforme meto los productos al carro, descargar el carro para pagar, volver a cargar el carro, las bolsas del carro al coche, deshacerme del carro, ir a casa, dejar el coche ante la puerta del ascensor, bajar las bolsas, aparcar el coche, meter las bolsas en el ascensor, llevarlas desde el ascensor a la puerta de casa, abrir y llevarlas hasta la cocina y ya por último colocar cada cosa en su sitio. Sí es que es cansado sólo con leer todo esto. Es demasiado para mi y además siempre acabo comprando más de lo que pensaba.

Cuando estaba en el aparcamiento del Hiper celebrando mi día y agotada hasta lo indecible me llamó un amigo para tomar un café y una charla de amigos siempre sienta bien. Por lo menos darme un respiro.

Y después de nuevo “hogar dulce hogar”. Es decir, plancha, lavadora, cena, duchas, deberes, discusiones con Senia… en fin… rutina diaria.

Cuando llegué a casa te eché tanto de menos, Congo. Tenía ansiedad de abrazarte, de oir tu voz. Ese tipo de ansiedad que no se cura con ningún ansiólítico. Pero siempre me queda soñar, imaginarte que estás a mi lado ahora… y eso es más que nada.

Anda, ven, quiero cantarte al oído un bolero, acércate así…

“Te extraño, como se extrañan las noches sin estrellas
como se extrañan las mañanas bellas

no estar contigo...

Sobremesa

A veces, como ayer,
Congo me bebe a sorbos.

Me saborea despacio
en la sobremesa,
mezclada con café Ristretto
y azúcar moreno.

Sumisa,
me dejo deslizar por su boca,
por su garganta húmeda,
cálida
mientras voy acariciando
a Congo por dentro:
sus órganos,
sus humores,
sus agujeros secretos...

A veces,
como ayer,
Congo me bebe a sorbos,
en la sobremesa,
y yo sé
que no se puede llegar más lejos.


martes, 22 de enero de 2008

Urgencias



Son las 18:10 horas y llevo en Urgencias con Senia desde las 16:30 horas. Todavía no nos han atendido. Está atestado de gente.

Después de comer acerqué a Senia al Centro de Salud porque se aquejaba de un dolor por la zona del apéndice. Llevaba varios días con el mismo “punto”. No le hice mucho caso porque siempre tiene miles de dolencias inexplicables pero al insistirme y a pesar de que no quería nos acercamos. La vio una doctora y nos dio un volante para que la atendiesen en la Residencia y descartar una posible apendicitis.

Ella se encuentra tranquila sentada en su silla de ruedas y no tiene mucho dolor. Yo me muero de sueño. El ambiente está cargado. Mi silla de madera es incómoda y necesitaría estirarme. Hay un pitido ensordecedor que no deja de sonar.

Todo es frustrante y seguro que aún tenemos para largo. Mejor ni lo pienso. Al menos tengo un libro para leer.

Son ya las 20:00 horas y aún no nos vio ningún médico pero nos han pasado a un box. Urgencias está animado. Una pareja de drogadictos jóvenes: chico y chica, están montando un jolgorio de película. El Vigilante de Seguridad está a la puerta del box donde los han ubicado. Él tiene un brazo ensangrentado. Al fin parece que los van a atender o la emprenderán con alguno de nosotros. Están justo en el box siguiente al nuestro.

Los hospitales son odiosos y fríos. Uno siempre se siente solo aquí dentro.

Senia está en la camilla esperando al médico. Le han mandado recoger una muestra de orina, mirado la fiebre, tomado la tensión… lo típico. Yo sigo leyendo en otra silla incómoda de madera en una esquina del box. Estoy muy cansada. Senia dice tener hambre.

El médico ha venido a las 20:30 horas y ha descartado apendicitis, sólo queda descartar una posible infección de orina. Seguimos en el box.

Son las 21:00 horas y le han puesto una inyección para el dolor. Así que volvemos a la Sala de Espera. Los drogadictos ya se han marchado también. Sólo queda esperar el resultado de los análisis.

El tiempo pasa con una lentitud desesperante. Parece que el oxígeno fuera a terminarse de repente.

En la Sala de Espera hay más personas que antes. Las caras de los ancianos, la mayoría de los enfermos, me estremecen. Es triste hacerse viejo. Hay una señora mayor que está en una camilla llorando. Cuando llegamos a primera hora ya estaba en la Sala de Espera y también me pareció que lloraba. Decido acercarme a ella. Está sola. Le pregunto si tiene familia y me dice tener hijos. Le recomiendo que los llame porque está muy nerviosa. Dice que no quiere molestarlos. La convenzo y llama a su hija pero casi no puede hablar. Me pongo al teléfono y le cuento como está su madre. Vendrá enseguida. Se queda más tranquila. Me enseña su pierna. Está negra, debe ser falta de circulación. Tiene muy mal aspecto.

Vuelvo a sentarme al lado de Senia. Tengo ganas de echarme a llorar. Se me están resbalando unas lágrimas. ¡Mierda!.

Escribir me ayuda a pasar el tiempo y desahogarme. Son ya las 22:00. Han pasado cinco horas y media.

Pienso en ti, Congo y me gustaría que me abrazaras.

Se acercó mi madre un rato por si necesitábamos algo. Le digo que se marche porque no puede hacernos nada y estamos bien. Sólo tenemos que tener paciencia y esperar. Estamos más tranquilas las dos solas.

A las 23:00 horas viene el médico a traer los resultados. Ni si quiera hay un box libre para tener un poco de intimidad con los pacientes. Los enfermos están por todos lados. Es realmente increíble. Los resultados dan infección de orina. Antibióticos siete días y control por su médico de cabecera.

Se tiene que cambiar de ropa en unos servicios porque no hay nada libre. Y tenemos que irnos ya. No aguantamos más.

A las 23:10 horas abandonamos Urgencias, después de casi siete horas. Destrozadas. Agotadas. Deprimidas. Todavía nos queda ir a la Farmacia de Guardia antes de volver a casa.

Ha sido un día duro pero al menos Senia no tiene nada de importancia.

Diálogo 29




- ¡Ay, Aurorita, hija! Es que mira que eres pánfila

- Es una opinión. No me parece mal que me digas lo que piensas. Para algo somos amigos

- Verás, Aurorita. Ese Congo debe estar más aburrido de ti… tanta cartita, tanta cartita… ¡que digo cartita!... ¡testamentos!... Mi consejo es que si quieres conquistarlo para que caiga rendido a tus pies de una vez por todas, tienes que espabilarte o en cualquier momento vendrá una lagartona de esas (que las hay) y te lo sacará de las manos sin que te enteres

- Mira rico, Congo ante todo es libre. Y puede que yo sea una inocente, pánfila, cursi, torpe, neurótica-depresiva… pero al fin estoy contenta con lo que soy. Tantos años de terapia me han servido de algo. No me avergüenzo de ser como soy. Me acepto y me respeto. Vivo y dejo vivir. Es muy sencillo. Congo me acepta e intenta comprenderme siempre poniéndose en mi lugar, sin juzgarme.

- Bla, bla, bla… lo que quieras. Todo lo que dices suena bien, no digo que no pero parece un discurso sacado de un anuncio de compresas donde las nubes huelen a flores y están salpicadas de mariposas de bonitos colores que te invitan a perseguirlas

- Eres un machista recalcitrante. No me vengas ya con el rollo de la regla porque me ataco de los nervios. No lo soporto. Sabes de sobra lo que pienso al respecto

- Vale, vale. Está bien. Acepto pulpo como animal de compañía.

- Sigue entonces

- Bien. Por ejemplo: la última carta que escribiste a Congo es un poco ridícula. ¿Tú que pretendías con eso de las naranjitas? Anda, cuenta mujer que ya soy mayor

- Está claro. Hacerle un regalo a Congo. Me pareció erótico pensar en las naranjas, en su zumo resbalando por mi cuerpo desnudo… el preludio de un encuentro sensual y romántico

- Mujer, ¡despierta! ¡Baja del guindo! ¿Tú no ves que a los tíos no nos molan esas mariconadas? Naranjitas, zumitos… A los tíos lo que nos va son otras escenas. Ya sabes, del tipo pelis-viernes-canal plus. ¿No será tu Congo un poco nenaza?

- Oye, que no te consiento que hables así de él. Congo es una persona sensible. Muchos tendrían que aprender de él. La sensibilidad en el hombre no tiene porque ser equivalente a la “pérdida de aceite” (que, por supuesto, me parece muy respetable) que se dice hoy en día. Eres un cavernícola. No sé cómo puedes ser mi amigo
- Y tú mi amiga

- Y por cierto, esas películas son cine porno. El erotismo es otra cosa. Siento que no lo entiendas de ese modo aunque respeto tu opinión

- Vale. Vale

- En el fondo lo que te pasa es que estás celoso

- ¿Celoso yo? Lo que me faltaba por oír

- Sí, celoso. Te recuerdo que durante dos años me perseguiste sin respiro para que saliese contigo

- Aurorita, no seas mala. No me lo recuerdes

- Siempre te quise mucho. Desde el colegio. Pero nunca pude hacerlo del modo que a ti más te gustaría. Por eso te hiciste mi amigo

- Esa es la versión oficial. A mí me gusta más pensar que soy como la mayoría de los tíos: No hay dolor, No nació la tía que me haga sufrir, Patatín, patatán…

- Si es que en el fondo eres un blandengue, mal que te pese

- ¡Chtssss! Baja el tonito que pueden oírnos. Mi reputación se iría a la mierda

- ¿Tú reputación? Si se te ve en la cara que todo es pura fachada ¡Ay!, tanto ir a por lana y al final sales trasquilado

- Si es que cada vez que me hablas del Congo ese… Estoy deseando echarle la vista encima y decirle unas cuantas cosas porque como…

- Para el carro y no te embales. Ya soy madurita para saber lo que hago. Quiero a Congo. Lo quiero de verdad. Y punto pelota. No vas a liarme diciéndome que si esto o que si aquello. Pierdes el tiempo

- ¡Hay que joderse! Todo lo que he hecho para que me hicieras caso y ahora llega este tío, y ala, consigue besar el santo ¿Pero sabes qué te digo?

- ¡A ver que se te ocurre ahora!

- Que te deseo lo mejor

- ¿Cómo dices? No te he oído bien

- Lo has escuchado perfectamente, no seas cínica. Pero te repito para regalarte los oídos: Que te deseo lo mejor. Ten por seguro que como ese Congo no se porte contigo te juro que le bajo los dientes uno a uno y…

- No seas bruto, que no te pega. Venga, dejemos ya el tema y vámonos o no llegamos al cine







lunes, 21 de enero de 2008

El teléfono





Cuando dejó de oír su voz por teléfono cayó en una especie de trance. Desdobló la almohada y se estiró cómodamente de nuevo en la cama, con los ojos cerrados.

No podía dejar de oír aquella voz y sentir como bajaban susurrando por el cuello aquellas palabras dulces. Era tierno, agradable… se sentía bien, relajada y al mismo tiempo no quería sentir. Aquel hombre era un extraño y no entendía como había podido llegar hasta su cama. Y menos aún, por qué le había dejado entrar. Era su voz. Su voz había conseguido que algo despertarse en su piel aletargada. Y ya no había forma de parar el deseo.

Sentía el cosquilleo que empezaba entre sus pechos y sus manos caminando despacio por el cuerpo. Y el calor. También sentía aquel calor irreverente. Casi sin darse cuenta empezó a chuparse lentamente los dedos de la mano derecha para pasarlos luego, húmedos, por los labios. Deseaba otra boca.

Se sacó el pijama con urgencia, lo tiró enroscado a la alfombra y contempló su cuerpo menudo. Era suave al tacto, templado. Tal vez estaba demasiado delgada. Podía contarse las costillas una a una. Casi se hacía cosquillas al rozarlas tan despacio. Se acariciaba los pezones rosados con las palmas de las manos cuando un sonido perturbó su ensoñación. Tardó unos segundos en darse cuenta de lo que era.

El timbre de la puerta había sonado. Abrió los ojos diciéndose que no iba a levantarse. Haría como si no estuviera en casa. Pero el timbre sonó de nuevo. Empezó a ponerse nerviosa y su cabeza regresó a la realidad pensando ya en quién estaría llamando con tanta insistencia a aquella hora tan intempestiva. No pudo evitar incorporarse a toda prisa, ponerse el pijama, colocarse un poco el pelo en el espejo de la cómoda y salir a carreras por el pasillo mientras decía en alto en dirección a la puerta de entrada: Voy, Voy. Dos veces.

Antes de abrir descorrió la mirilla para ver quién estaba en el felpudo. No podía creerlo. Abrió la puerta que estaba cerrada con llave y se quedó plantada allí, en pijama, sonriéndole. Sin articular palabra alguna.

Oviedo


Querido Congo:

Voy de viaje de regreso, escuchando música en los cascos. Aislada por un breve espacio de tiempo. Hace un día soleado y una temperatura agradable. El fin de semana no ha dado para mucho pero sirve para desconectar de la realidad cotidiana y ver las cosas desde otra perspectiva.

Oviedo es una ciudad magnífica. Estoy impresionada gratamente. Todos los monumentos históricos bien conservados, estatuas por cualquier rincón, jardines llenos de tulipanes de colores, fuentes… Y por la noche todo se ilumina y los edificios de piedra lucen majestuosos. Espero que hayan salido bien las fotos porque disfruté como una niña pequeña disparando a diestro y siniestro. Ya las verás.

Me hubiera gustado recorrer las calles de la zona monumental contigo porque tienen mucho encanto e invitan a las demostraciones afectuosas. El sábado por la noche vi a una pareja joven besándose en la terraza de una sidrería. Era de uno de esos besos a los que tú les dices que no son de “propósito general” y tengo que decirte que sentí una envidia terrible. Sana, eso sí. No quería mirar para ellos pero no pude evitar que se me escapara una miradita de reojo mientras pasaba de largo.

También traigo un recuerdo triste. Esta mañana después de dejar el hotel salí a hacer unas compras. En una de las calles comerciales estaba una anciana vestida toda de negro sentada en un portal pidiendo. Lloraba desconsoladamente. A sus pies tenía un cartón con un montón de imágenes pegadas de santos y vírgenes. Una mujer de mediana edad que pasaba por allí se acercó a ella y le acarició la cabeza por encima del pañuelo. Al pasar por su lado me acerqué a echarle una moneda y no pude evitar que se empañaran mis ojos. Dijo algo en otro idioma. Sentí su desolación y sentimiento de culpabilidad por todo lo que yo podía disfrutar. Son las injusticias de este mundo.

Ya falta poco también para tu vuelta, Congo. No sé ni cuantos días exactamente. Tampoco necesito saberlo. He aprendido a dejar que el tiempo transcurra por sí mismo, sin apurar las horas. No hago planes, no pienso en el futuro ni a medio ni a largo plazo, sólo procuro vivir los días aprovechando los recursos que se presentan a mi alcance. Así me va algo mejor.

Me pregunto si no echas de menos ver las flores, el campo, los árboles… Está todo tan bonito. Acabo de pasar ahora por una playa. Es como si hubieran cortado una montaña y hubiesen puesto la playa en medio. Sé que te gustaría.

Bueno, pequeñín, tengo que dejarte ya. Te envío un fuerte abrazo y un beso. Sí, sólo uno. Porque con un poco de suerte al entrar en contacto con tu boca se multiplicará y los nuevos besos se extenderán por tu cuerpo como un reguero de pólvora.

P.D.: Intento no pensar en ti. Es difícil.

domingo, 20 de enero de 2008

Cambio positivo


El rojo le sienta bien a Congo,
está de mucho mejor humor.

Así que me ha llevado al cine
como había prometido.
Y me ha comprado palomitas y coca-cola.

Me gusta sentir a Congo a mi lado
en la oscuridad de la sala,
mientras vivimos por unas horas
otra historia que no es la nuestra,
para olvidarnos de la rutina.

Campanilla


Querido Congo:

Hace muchos días ya que no te escribo. No es que me hayan faltado ganas o que no haya tenido tiempo. Son las excusas más corrientes pero no se trata de nada de eso. Es que no he sabido que contarte. Sí, ya sé que te parecerá absurdo pero a veces me siento así.

Empiezo a pensar que te aburren mis cartas, que te asustan mis sentimientos, que prefieres que todo transcurra más despacio y dejo de fluir. Mi corazón se cierra en banda, mis dedos se agarrotan y no consigo pasar del primer párrafo. Es el miedo, Congo. Porque tengo unos fantasmas que me asustan mucho, mucho.

Siempre procuro buscar el ánimo más positivo y cuando me van mal las cosas tomarme los caramelos de “échate todo a la espalda” (recomendación de una querida amiga). Pero nada es tan sencillo. Si alguna suerte tengo, porque para mi es una gran ventaja, es que el miedo nunca me impide luchar por conseguir aquello en lo que creo por mucho que sufra. Todos los esfuerzos merecen la pena y me hacen mejor persona aún cuando no consiga mis propósitos.

Estoy convencida que es bueno tener sueños, una meta, un destino, un fin. Cada uno busca aquello que más necesita. No sé si conseguiré alguna vez lo que busco pero tengo la certeza de que me moriré intentándolo. La tenacidad para levantarme en los avatares desafortunados que han surgido en mi camino ha sido siempre el factor determinante para poder avanzar.

Y ya no sé por dónde seguir ¿Ves cómo era ciento lo que te contaba? Me pongo a escribir… a filosofar, debería decir, y no te cuento nada que resulte divertido, que es lo que debería hacer, se supone.

Decirte que intento pasar mis días lo mejor posible. Y como todo el mundo tengo días buenos y días menos buenos. Hay días que pienso mucho en ti y otros en los que no pienso tanto. Tengo una burbuja particular para nosotros en mi imaginación y luego está el resto del mundo.

Te dejo ya, Congo. Es tarde y me siento muy cansada. Me voy a la cama a leer un rato. ¿Te dije que había terminado por fin el dichoso libro? Ahora estoy con un poemario maravilloso. Te gustaría, claro que tendría que primero traducírtelo.

Y ya es el turno de los besos y abrazos. Cierra los ojos. Hoy son tan suaves que apenas notarás que estoy con mis labios en tu piel. Sólo sentirás un leve y agradable cosquilleo como si te hubiese besado alguien tan ligero, como Campanilla, la amiga de Peter Pan.

P.D.: Creer en mis sueños me ha ayudado siempre a superar el abatimiento. Y hoy creo en ti, Congo. Y me siento orgullosa.

viernes, 18 de enero de 2008

Cambio de imagen.



Congo no tiene ganas de salir de casa.

Aunque me ha prometido que este fin de semana iremos al cine.


Aprovechando nuestra reclusión he decidido pintar nuestra cabaña.
De rojo.
De rojo sangre.






Los días son soldados que desfilan sin parar... sin perder el paso.




Querido Congo:

Ya estamos en otro año. Después de todo los días pasan más rápido de lo que parece. Tal vez los tuyos ahora desfilen ante tus ojos casi iguales, como soldados uniformados en un desfile, uno tras otro, sin diferenciar si es viernes, martes o jueves. Seguimos rutinas diferentes pero rutinas al fin y al cabo.

Esta noche desperté a las seis de la mañana con un sueño que me llevó a ti. No puedo contártelo ahora porque todavía eres pequeño (jejejejejejejejejeje). Es una broma. Pensé en levantarme e ir hasta la cocina a prepararme un colacao con cereales. Cuando me desvelo siempre me entran ganas de comer. Pero como seguimos con mucho frío, decidí acomodarme entre las sábanas para ver si el sueño volvía de nuevo a visitarme. Lo conseguí poco antes de que sonase el despertador.

Es viernes. El día de la semana que más me gusta. La expectativa de dos días por delante para dormir me pone de buen humor. Siempre hago planes que no suelo llevar a cabo pero las ilusiones hacen que los días sean mejpores. Hoy es un viernes soleado. El fondo del cielo está muy azulado. Y grupos grandes de nubes de color blanco grisáceo lo adornan con gracia. ¿Qué más se puede pedir?

Siento que tengas tanto trabajo y que apenas puedas disfrutar de momentos de descanso y ocio. Tiene que ser agotador. Así que procura, dentro de lo posible, cuidarte. Quiero que vuelvas en plena forma. Y no es porque yo vaya a estar esperándote. Es simplemente porque deseo lo mejor para ti.

Ha sido una semana muy tranquila. Ayer estuve tentada de hacer una excursión hasta Punta Frouxeira pero cuando me disponía a salir ya se me había hecho tarde. Así que por matar el gusanillo escribí un relato inspirado en ese lugar. No es lo mismo, como dice Alejandro Sanz pero de algún modo, me conformó un poco. Ya te lo haré llegar en otro momento. Con suerte, y cruzo los dedos, iré este fin de semana. Quiero hacer fotos desde allí. Y encontrarte en el acantilado. Sé que te traerá el viento entre las olas del mar.

No tengo mucho más que contarte Congo. Esta carta te va a resultar sosa y aburrida. No estoy muy inspirada, lo siento. Sólo quiero que de alguna forma sientas mi presencia y alejarte, por unos minutos, de la isla gris en la que estás viviendo.

Todavía tengo sin repartirme unos poquitos besos de los que me enviabas en tu última carta. Los llevo guardados siempre en el bolsillo del pantalón y aunque no los sienta en mi cuerpo, los acaricio con las manos. Eso me basta.

P.D.: Ven, acércate ahora que puedo darte un abrazo sin que nadie nos vea. Me gusta como hueles, ¿te lo había dicho alguna vez?

jueves, 17 de enero de 2008

El poema


después de quererte
me gusta mirar por la ventana
como se agota la tarde

sentada en la cama
multiplico tus besos por días de lluvía
al ritmo de la música lenta
que suena en la radio de la mesita de noche
mientras se forman
miles de pequeñas gotas brillantes
que comienzan a resbalar por el cristal
que enmarca el paisaje

fuera de nosotros
una grúa azul, inmóvil
vigila los tejados de pizarra
como un faro sin linterna
la ropa tendida en una terraza
se mece al capricho del viento
y a lo lejos
un hombre joven habla por un móvil
apoyado en el capó de un coche rojo

lentos
mis ojos regresan
a la quietud fotográfica de la habitación
para grabar dos cuerpos desnudos
y tu mano acariciando mi espalda
mientras escribo

Hablemos de otra cosa: Diálogo 14



- ¿Me dejas que te robe un beso?
- Si me lo pides ya no es robado
- Puedes decirme que no y entonces tendría que robártelo
- Me gustaría que me besaras
- Gracias
- Con tanta ceremonia no nos besaremos nunca
- Cierra los ojos
- Vale
- Y no los abras
- Está bien
- ¿De verdad quieres que te bese?
- Me estoy poniendo nervioso
- Lo siento
- Lo haré yo. Cierra tú los ojos
- Venga, los cierro
- Eres una mujer muy dulce. Me da miedo besarte
- Pues entonces abracémonos
- Sí, será mejor
- Ven, rodéame con tus brazos por la cintura
- Eres como una pluma. Me dan ganas de levantarte
- ¿Por qué no lo haces?
- Agárrate a mi cuello y engánchate con las piernas
- Me encanta sentirme pequeña
- Voy a besarte ahora
- No cerraré los ojos. Quiero verte
- Si no te callas te echaré a volar
- Vale, vale… estoy preparada

Y ... bajamos del tejado y volvimos a casa.

miércoles, 16 de enero de 2008

Nieve



Querido Congo:

Hoy ha nevado. Me pareció increíble ver la nieve al salir esta mañana de casa. Ha hecho tanto frío que te salvas de no estar aquí ¡Que suerte la tuya que ahora estás disfrutando de sol y calor!

Lo he intentado, en serio. Pero es evidente que no soy capaz de no hablarte de mis sentimientos porque irremediablemente asaltan mis quehaceres diarios a cada momento. Hace un ratito que he terminado de cenar y todavía sentada en la cocina te vuelvo a ver en la plaza o contándome como te querías esconder del profesor en el colegio cuando eras pequeño.

Los días como hoy en los que nada me gustaría más que hacerte el amor son los peores. Tal vez pienses que todavía es un poco pronto para nosotros pero qué puedo hacer. Me dejo llevar por la corriente que fluye por mi cuerpo y me gusta el sabor de desearte.

Vuelves. Y no quiero.

No quiero imaginar la calidez de tus abrazos y la timidez de nuestras caricias descubriendo nuestros cuerpos por primera vez. Cierro los ojos para no ver. Fuerte. Pero dentro, en la oscuridad, vuelvo a encontrarte. La música me ayuda a andar el camino hasta la plaza que empieza a girar despacio como en una película. Y tú inmóvil, me esperas.

Ay, Congo!... Nos separan tantos mares que tengo miedo que no lleguen mis besos, que sean engullidos por los remolinos que forman todas las olas en su devenir o que la sal de la mar los abrase en su andadura.

Eso sí que me duele de verdad, que no sepas todo lo que tengo para darte.

P.D.: Te he escrito un poema.

En el tejado

El tiempo en el tejado transcurre tan lentamente que parece que el mundo se detiene.
Agarrada a la mano de Congo me dejo caer hasta lo más oscuro de mí misma. Allí, por los rincones, busco al miedo que me llevó hasta el tejado y una vez que lo atrapo le pido a Congo que me ayude a matarlo.

Siempre regreso con las manos en carne viva, una mirada perdida en los ojos y nunca vuelvo ser la misma que era antes de.

martes, 15 de enero de 2008

Diálogo 3


- Me gustaría volar
- ¿Para qué?
- Para perseguir a las nubes
- ¿Y eso?
- Siempre me han impresionado. Míralas. ¿Te has fijado en esa que parece un caballo?
- ¿Dónde está?
- Ahí, a la derecha, ¿la ves?
- Sí, es verdad
- Un caballo a manchas como el de Pippi Calzaslargas, ¿te acuerdas? Se llamaba Pequeño Tío
- No recuerdo su nombre
- Da igual. Se me ocurrió ahora
- Tú siempre te acuerdas de cosas
- Puede ser
- Yo olvido pronto
- Tienes suerte
- ¿Nos vamos?
- Sí, es mejor. Empieza a refrescar

lunes, 14 de enero de 2008

Ayer



Ayer llovió torrencialmente sobre nuestro tejado.

Esta tarde subiré con Congo a reparar los destrozos. Aprovecharemos también para limpiarlo de malas hierbas.

Me gusta estar más cerca de las nubes y ver las cosas desde otra perspectiva mientras Congo me sostiene por la cintura para que no me caiga.