Esta caja lleva conmigo desde el año 1973. Bueno, en realidad conservo dos cajas que utilizo, como podéis ver, para guardar collares y colgantes (adornos ambos que me encantan). En ese año se celebró la boda de un tío mío y esas cajas eran las que contenían los puros: 25 quijotes "La marina". No era casi consciente de que la caja tenía una escena de El Quijote hasta que el otro día pensando en la imagen para ilustrar este post, se me vinieron a la cabeza las cajas. Las comprobé y las fotografié. Y ahora, aquí las tenéis.
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“Mover una sola coma puede alterar por completo no sólo el sentido de un escrito sino el futuro de una persona. Cuentan que un rey cambió una dura resolución: “Perdón imposible, que cumpla su condena” por la clemencia: “Perdón, imposible que cumpla su condena”. ¿De dónde vienen esos pequeños signos que aparecen entre las letras? ¿Cómo se usan?
La puntuación es un arte que exige al que escribe ponerse en el lugar del lector.
¡Qué bien/mal puntuaba Cervantes!
¡Que matices podemos encontrar en su inmortal Quijote!
¡Pero un momento, un momento…! Vayamos a la primera edición:
Pasemos por alto la curiosa ortografía de las palabras, que el editor claramente ha modernizado (por suerte para nuestra lectura), y concentrémonos en la puntuación: en una enumeración que ya se ha hecho famosa, ¡Cervantes escribió una coma antes de la conjunción y!: “rocín flaco y galgo corredor”. ¡Y esa coma nos la han hurtado los editores modernos! Una cosa es que hayan cambiado “vn” por “un” para nuestra comodidad, y otra cosa es que le quiten una coma a… ¡Cervantes!
Durante un larguísimo periodo de tiempo, que llega prácticamente hasta nuestros días, el responsable último de la puntuación no fue el autor, sino el componedor (que en la primera imprenta, como el propio nombre indica, componía los libros letra a letra) o el corrector. No se ha conservado el texto a partir del cual se compuso el Quijote, pero en los manuscritos que nos han llegado vemos que Cervantes no usaba coma, ni punto y coma, ni dos puntos. ¿Por qué? En buena medida, porque los autores de la época confiaban la puntuación a la imprenta. Y las imprentas –dependiendo del momento- tenían distintos usos; por ejemplo: poner coma ante la y. Y –lo que es peor- hacían uso de los recursos de puntuación de forma inconsciente…
Para hacernos una idea veamos el primer capítulo del Quijote. El lector no necesita leer las páginas; sólo tiene que mirarlas como si fueran cuadros. ¿Qué ve, aparte del arranque del primer capítulo y el comienzo del segundo?: una sucesión de bloques cuadrados… ¿No le sorprende?
¡Un momento! No hay ni un punto y aparte en todo el capítulo… Pero en las ediciones modernas incluyen nueve.
Pues sí: la composición del Quijote no usaba apenas puntos y aparte. Ni siquiera para los diálogos, que estaban sumergidos en el texto circundante, y no tenían rayas que marcaran ni el inicio de cada personaje, ni los incisos dentro del diálogo. La primera edición que dividió en párrafos el Quijote fue la que publicó el dramaturgo Juan Eugenio de Hartzenbusch (1862), de modo que la obra circuló durante un cuarto de milenio como un bloque compacto de texto… ¿Cómo pudieron aclararse entretanto los lectores?
La respuesta es que la mayoría del público de la época de Cervantes no era lector, sino escuchador de libros. La lectura colectiva en voz alta era la forma prioritaria por la que los libros llegaban a sus destinatarios. Y –recordémoslo- igual en ausencia de puntuación que con una puntuación imperfecta, la mejor forma de entender un texto es leerlo en voz alta.
Volvamos a la pregunta inicial: ¿qué se puede hacer hoy en día ante un texto lejano en el tiempo, puntuado de forma inconsciente por la imprenta que lo editó, y con un autor que no se preocupaba por esas cosas? La respuesta tiene que pasar por conocer qué quería Cervantes con el Quijote, y por suerte lo sabemos: la había escrito “para universal entretenimiento de las gentes”. Y el editor moderno tiene que procurar proporcionar un texto que no rechine ante nuestros ojos de principios del siglo XXI, y facilitar su lectura… aunque sea a costa de reinventar, prácticamente, toda su puntuación.”
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Este texto está sacado íntegramente del libro “Perdón, imposible” (escogí los párrafos que me parecieron más interesantes), de José Antonio Millán, lingüista, editor (en papel y en formato digital), traductor, articulista y escritor nacido en Madrid en 1954. Cabe destacar su labor al frente del equipo creador del primer diccionario electrónico en español en 1995 y la dirección del Proyecto del Centro Virtual Cervantes en Internet (1997).
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Quiero dejar aquí incorporado al post, este comentario de Guillermo Pardo, del blog Migramundo, porque me parece un buen complemento a lo dicho anteriormente:
"Creo que el proceso impresor de los libros era un poco más complejo del que dice Millán, puesto que desde que salía de manos del autor hasta que llegaba a la imprenta pasaba por varias manos más, que no perdían ocasión para hacer sus aportaciones. En los preliminares de cualquier edición anotada del Quijote aparecen los nombres de una serie de personas que bien pudieron retocar el texto. Entre esos nombres figura el del escribano del rey, Juan Gallo de Andrada, que certifica y da fe de que, "habiéndose visto por los señores del un libro institulado... tasaron cada pliego...". ¿Quién puede asegurar que "los señores del" no añadieron ni quitaron? ¿Y qué papel jugó la censura en la revisión del original? Hay muchos cabos sueltos que no se podrán atar nunca, me temo. Pero una cosa sí podemos decir prácticamente con certeza: ningún texto ha llegado tal cual del autor al lector. En el teatro áureo, por ejemplo, el autor (que no era el dramaturgo, sino el que le compraba la obra para luego representarla) hacía y deshacía a su antojo para rentabilizar la representación."