miércoles, 25 de enero de 2012

Cara y cruz II

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Monumento a muller – 8 marzo 2010 - Concello de Narón

Salgo de la oficina con ganas de llegar a casa. A la puerta del astillero hay un atasco monumental. Dicen que hubo un accidente pero nada grave. Vamos en caravana cientos de coches con las mismas ganas que yo de llegar a casa. Y cada uno hace lo que puede por pasar el rato de la mejor manera posible.

Yo canturreo la canción que está sonando,

Anyway the thing is what I really mean
Yours are the sweetest eyes I've ever seen
And you can tell everybody this is your song

It may be quite simple but now that it's done
I hope you don't mind
I hope you don't mind that I put down in words
How wonderful life is while you're in the world

y rememoro el alabeo de las pestañas de Congo en mi oreja,
su aliento en mi nuca… 

Por ahí no quiero seguir.

Cojo el libro que llevo en el bolso, el último que compré: “Cráter”, de Olga Novo, y leo, al tiempo que recuerdo las imágenes que capturé ayer, cuando salí a pasear con Ron.

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Deusa campesiña:

Deitada sobre a neve a nena son eu. Rompendo o xeo da laga para lavar a roupa esa muller son eu. A do trigo negro. A la ledicia. A que fai novelos de la e amor tras da mesma silveira. A que toca un xunco como una frauta doce. A que se concentra nos brotes da pereira e pasa pola vida como un suspiro anónimo. Son eu.

Diosa campesina:
Soy yo la niña tumbada sobre la nieve. Soy yo esa mujer rompiendo el hielo de la alberca para lavar la ropa. La del trigo negro. La de la alegría. La que hace ovillos de lana y amor detrás mismo del zarzal. La que toca un junco como una flauta dulce. La que se concentra en los brotes del peral y pasa por la vida como un suspiro anónimo. Soy yo.

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Deusa campesiña:

Pasar desapercibida entre o pasto. Ollar de preto a mecánica da lingua dunha ovella cando pace. Empurrar una semente no senso da floración. Escoitar a música sinfónica do pole cando viaxa. Durmir no final da fariña. Dicirvos que podedes ser libres.

Diosa campesina:
Pasar desapercibida entre el pasto. Mirar de cerca la mecánica de la lengua de una oveja cuando pace. Empujar una semilla en el sentido de la floración. Escuchar la música sinfónica del polen cuando viaja. Dormir al final de la harina. Deciros que podéis ser libres.

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Deusa campesiña:

Importa a intelixencia fértil. Importa a delicadeza doce. Importa a liberdade radical. O soño e a súa realidade. Importa a feliz idade.

Diosa campesina:
Importa la inteligencia fértil. Importa la delicadeza dulce. Importa la libertad radical. El sueño y su realidad. Importa la feliz edad.

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Deusa campesiña:

Eu son atemporal coma os teus ollos. Coma as túas mans que apañan garabullos ó amencer. Coma as primeiras letras que escribiches sobre una lousa. Son atemporal porque amei os vosos corazóns perecedoiros.

Diosa campesina:
Soy atemporal como tus ojos. Como tus manos que recogen palos al amanecer. Como las primeras letras que escribiste sobre una losa. Soy atemporal porque amé vuestros corazones perecederos.

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Deusa campesiña:

Non condeno nada nunca. Todo me é diferente e por iso mesmo vivo marabillada. Ah, a planta plural da condición humana.

Diosa campesina:
No condeno nada nunca. Todo me resulta diferente y por eso mismo vivo maravillada. Ah, la planta plural de la condición humana.

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Deusa campesiña:

Amástevos na fonte e no souto. Tras do portelo e na cortiña. Sobre as ruínas da casa do pai. Na adega. Ocultos na raposeira. Á luz do día baixo o parral. Nos cuartos do fondo. Ó fondo do corredor. No cortello. Tralo palleiro. No alprende. Contra a parede. Fronte a fronte. Deitados na herba. Ti por riba ela por baixo. Ti por baixo ela por riba. Amástevos para celebrar a vida.

Diosa campesina:
Os amasteis en la fuente y en el soto. Detrás del portillo y en el prado. Sobre las ruinas de la casa del padre. En la bodega. Ocultos en la cueva del raposo. A la luz del día bajo la parra. En las habitaciones del fondo. Al fondo del corredor. En el establo. Detrás del pajar. En el cobertizo. Contra la pared. Frente a frente. Tumbados en la hierba. Tú por encima ella por debajo. Tú por debajo ella por arriba. Os amasteis para celebrar la vida.

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NACER DE NOVO

Estraña son
sen dúbida.

Pero enténdeseme moito mellor
cando deixo falar a planta alucinóxena
cando cos teus dedos podes aínda tocar
o cobre almacenado no meu fígado
cando volvo nacer
e sobre todo
cando quedo calada
e me poño a ler catro peras
ó bordo dun camino.

NACER DE NOVO

Soy extraña
sin duda.

Pero se me entiende mucho mejor
cuando dejo hablar a la planta alucinógena
cuando con tus dedos puedes aún tocar
el cobre almacenado en mi hígado
cuando vuelvo a nacer
y sobre todo
cuando quedo callada
y me pongo a leer cuatro peras
al borde de un camino.

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Antecedentes:
Re-conciliación
Cara y cruz I

Si bien las fotos para este post debían haber sido unas que tenía del paseo del otro día y que serían la continuación de los posts anteriores, causas ajenas a mi voluntad (el ordenador se ha puesto malito –una forma infantil de decirlo, se me ocurre otra más ruda-) no me permiten acceder a ellas.

¡Joder!

Al fin, lo de dicho. Uf, me que a gusto me he quedado. Perdón.

Pues eso, que en lugar de esas que tenía preparadas, ayer me di una vuelta por los alrededores de mi casa y capturé otras que vienen a decir lo mismo, que la belleza está

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Pido perdón por los errores que haya podido cometer en la traducción.

jueves, 19 de enero de 2012

Una vez conocí a un tipo que…

 

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La imagen es de aquí, en donde también podréis leer el brillante y emotivo texto de jimarino basado en el prólogo de Ángel Campos Pámpano [poeta y traductor español, gran defensor de la cultura y la literatura de Portugal], editado junto a Antología Poética de Fernando Pessoa por Galaxia Gutenberg, año 2001.

Un corazón de nadie:

antología poética (1913-1935)

Cubierta delantera

Fernando Pessoa, Ángel Campos Pámpano

 

Una vez conocí a un tipo al que le gustaba Pessoa.

El tipo en cuestión y yo, nos conocimos en una página de contactos. Se hacía llamar Antonóvich, así que lo de Pessoa no le pegaba nada, yo más bien hubiera apostado la cabeza a que a este tipo le gustaban los escritores rusos: Dostoyevski, Gógol, Nabokov, Pushkin, Tolstói, Turgénev o Chéjov. Pero no, era fan de Pessoa, sólo que yo no lo supe hasta la tercera cita.

Antonóvich tenía el pelo totalmente cano, no era guapo pero sí que tenía cierto atractivo. Y fumaba. Fumaba como un carretero, o como un minero, o como un albañil. No fumaba como un empleado de la banca, no, cómo decirles, era más rudo, más masculino. Y tenía un coche granate. No recuerdo ahora el modelo, sólo monté en él una vez. Para ir a su casa. Y olía a tabaco, debido a que fumaba como un mariscador.

La primera vez que le vi era una tarde lluviosa y fría. Así suele ser en invierno, tampoco es una novedad. Pero lo recuerdo especialmente porque yo me había puesto una camiseta de rayas de colores que me quedaba muy bien pero que no me abrigaba nada. Quería causarle buena impresión, quería que quisiera repetir una cita conmigo. Porque yo, hasta que se me conoce un poco, no digo mucho. Vamos, que no soy de esas mujeres que uno dice: ¡Pedazo de mujer! No, yo soy lo que se dice “poquita cosa”, “normalita”, “del montón”… pero después cuando se me conoce un poco más tengo algo que engancha. Y no es vanidad, óiganme, es lo que me dice la experiencia. Tipos que en principio no se interesaron demasiado por mí o pasaron de repetir muchas citas, después… después me llamaban y me insistían y me decían cosas como: “Fui un tonto dejándote escapar”, o “Has sido de lo mejor que ha pasado por mi vida”. Pero yo nunca volví la vista atrás, a mí si alguien me dice adiós, yo hago lo propio: bye bye fraulein.

Sigo contándoles.

La primera vez que quedamos, lo hicimos en mi ciudad por eso de sentirme yo más cómoda. Estar como un flan de naranja no es el estado más ideal para conducir, así que le recogí a la salida de la autopista. Allí se montó en mi coche y lo llevé a hace un recorrido turístico. Hacía muchos años que no visitaba la ciudad, me dijo, así que le gustó recordar. Parecía que se encontraba cómodo. Tomamos un café en un bar muy coqueto, donde había gente jugando al parchís, al scrabble, o simplemente leyendo el periódico. El tiempo se pasó volando. Y Antonóvich se fue, dejando en el aire que me llamaría.

Seguimos en contacto por la página de internet hasta que a los quince días me propuso repetir cita. Se ofreció muy amablemente a volver a verme en mi ciudad. Y de nuevo hicimos otro recorrido turístico, esta vez por las afueras de la ciudad, visitando un par de playas. El mar estaba bravo, lo recuerdo porque en una de ellas nos bajamos y nos acercamos hasta la orilla. En la arena, de reojo, yo miraba para Antonóvich, tratando de adivinar si sería capaz de sentir algo por él. Es que a pesar de que era atractivo, a mí como que no acababa de encajarme, no sé cómo explicarlo, no se me atragantaban las palabras cuando hablaba con él, ni bailaban las ranas el hula hoop en la boca de mi estómago. De todos modos la prueba definitiva no había llegado, todavía no nos habíamos dado un beso. Esa es para mí la prueba de fuego, el primer intercambio de fluídos, la aproximación más cercana a la intimidad total.

Cuando comenzaba a anochecer y después de tomar otro café en otro bar coqueto (mis elecciones no eran tema baladí) se volvió a marchar, esta vez, habiendo establecido nuestra tercera cita y comprometiéndome en que sería yo quien fuera a visitarle.

Y llegó el día.

Recuerdo que llevaba mis vaqueros favoritos, el abrigo de ante marrón tipo Segunda Guerra Mundial, y mis preciosas botas camperas. No recuerdo qué camiseta llevaba. Sé que no estaba divina de la muerte, pero casi. Vamos, que ese día tal vez a alguno se le escapara un: “Que chica más mona”, que es lo que suele ser una, cuando no es un “pedazo de mujer”. Eso, o simpática.

Y también hacía frío.

Recorrimos todo el paseo marítimo y me cogía de la mano para atravesar las calles. Me pidió que me quedase a cenar que quería llevarme a un italiano estupendo que había cerca de su casa. Después de cenar podríamos ir allí porque quería enseñarme sus libros. Ahí como que yo ya empecé a sentir algo, no eran ranas bailando el hula hoop pero algo parecido. Así como caracolillos echando los cuernos al sol.

Ciertamente el italiano resultó ser precioso, coqueto como mis bares y muy acogedor. Estaba en un primer piso, cerca de la playa y había mucha gente cenando pero sin agobiar.

Antonóvich me preguntó si me importaría dejarme aconsejar. Y yo, le dije que por supuesto, que me fiaba de él. Cuando vino el camarero para tomarnos nota de la cena y Antonóvich pronunció Carpaccio de ternera con alcaparras con gran soltura, me pareció un dios. Jamás había oído la palabra carpaccio y nunca había probado las alcaparras. En mi casa siempre fuimos de platos tradicionales, lo que vulgarmente se conoce como: de sota, caballo y rey. Educadamente, y muy cortés me explicó en qué consistía el plato que llevaba tal nombre. Por su cara comprendí que sentirse como un cicerone lo ponía de buen humor. Sus ojos chisperaron y se le encendió una sonrisa.

Pero la cena terminó. Y me propuso ir ya a su casa. Un momento decisivo en nuestra relación incipiente.

Era un apartamento pequeño y muy bien decorado, aunque no demasiado masculino. Se lo comenté, yo soy así, sincera, y él me contó que se lo había decorado una amiga. Por ejemplo, las cortinas de su habitación, la única que había, eran blancas con enormes amapolas rojas. A mí sorprendió, la verdad. No me lo esperaba.

Y después de recorrer los escasos metros cuadrados nos sentamos en el salón. Bueno, más bien me senté yo porque él empezó a mostrarme sus libros. Los cogía de los estantes con un cariño inmenso y los iba depositando sobre mis piernas, para que los abriera y los viera por dentro. Y comenzó a hablarme de Pessoa, de sus poemas, de sus muchos nombres, de su alcoholismo, de su locura…

Hasta se atrevió a leerme unos pequeños poemas que había compuesto en los tiempos de verano en los que iba a Francia a trabajar en la vendimia para pagarse la carrera [porque Antonóvich era Licenciado en Ciencias Empresariales y tenía su propia Consultoría]. Y me contó de los vagones del tren, del trigo en los campos, de sus sueños de juventud…

Y como sin querer se inclinó sobre mí y me dio un beso. Yo no despegué los labios. Y menos abrí la boca. No sé, incluso sentí frío. No sé si fue por las emociones que estaba experimentando o porque el contacto de Antonóvich no me resultaba del todo grato. Tendría que darle un poco más de tiempo. Hay cosas que son de más lenta maceración. Y Antonóvich iba a ser uno de esos tipos que conmigo tendrían que ganárselo.

El caso es que él en seguida hizo como si el beso no se hubiera producido y siguió con el tema de los libros, de Pessoa, hasta que en otro arranque se levantó de mi lado y sin ton ni son, me soltó:

- Bueno, entonces… ¿te quedas a dormir?

Y yo, cual colegiala de trenzas, le respondí:

- No estoy preparada

A lo que él contestó, sin tacto alguno y con un poco de retintín:

- ¿Qué pasa, es que tienes que hacer primero tus ejercicios espirituales?

Y ahí yo como que ya me encendí. Me desaté.

- Mi querido Antonóvich, quiero explicarte algo. El hecho de que yo suba a tu casa después de cenar, a las doce de la noche, no implica que tenga que pasar por tu cama. He subido por cortesía, porque me parecía descortés que tú me invitases y que por miedo a que pasara algo te dijera que no. Yo no tengo porque presuponer que tú ibas a querer acostarte conmigo.

Y no es que yo en aquel momento me estuviese haciendo la estrecha, por favor, ya era mayorcita para eso. La verdad es que me he acostado con hombres con muchos menos méritos que Antonóvich pero es que no me apetecía. Así de simple. No acababa de verme yo desnuda en la cama, con un tipo al que le gustaba Pessoa.

Él también se embaló un poco:

- O te estás haciendo la inocente, o eres muy inocente, lo cual me sorprendería. Aunque, bien pensado, desde la primera vez que nos vimos me di cuenta de que tú no eras como las demás. No sé explicarte qué es lo que tienes que te hace diferente. Tal vez la dulzura que emanas, o tu franqueza en reconocer tus nervios.

Me miró tiernamente y me dijo:

- Me gustas mucho, Violeta y no quiero perder el tiempo. Lo siento. Te pido disculpas

Así era como yo me hacía llamar en la página no sé muy bien porqué. Porque me gusta ese color, supongo, y porque fue lo primero que se me ocurrió cuando hice el perfil. Cosas del destino.

Dulcemente, como él decía que era, le contesté que no podía quedarme, que era pronto para mí, que todavía estaba cerrando viejas heridas, que si de verdad le gustaba tendría que esperar un poco más.

Y la cita, ante los hechos inesperados, tocó a su fin de una forma un tanto abrupta. Se ofreció a acercarme a mi coche y me dijo que ya me llamaría, aunque por su tono y sus miradas, supe que tal llamada no iba a producirse. Y me apené un poco. Tampoco había hecho o dicho nada malo. Sólo quería tiempo. Sí, ya sé que el tiempo es muy valioso pero si de verdad buscamos algo que merece la pena, el tiempo es lo de menos. Hay que ser pacientes y dejar que la fruta madure por sí misma. Acelerar los pasos no conduce más que al fracaso.

Así que me volví a casa pensando en que quizá debiera hacerme otro perfil nuevo. Tal vez Violeta no era un nombre apropiado para mí, tal vez tenía que pensar en un nombre más asequible, tal vez podría escoger el nombre de un personaje de novela, y recordé lo que me había emocionado leyendo la historia de Eugenia Grandet.

Ya lo tenía. Eugenia sería mi nuevo nombre de guerra, o de amor.

Y así fui conociendo a nuevos tipos de hombres. Uno al que le gustaba jugar al póker. Otro al que le gustaban las películas de vaqueros. Otro que practicaba submarinismo los fines de semana. Otro que todos los jueves comía un bocadillo de sardinillas con chocolate…

Así hasta llegar a un tipo al que le gustaba Neruda. Pero esa es otra historia.

 

Fado de Mariza, inspirado en un poema de Pessoa, titulado: Cavaliero Monge.

Fragmento del programa Contresentidos dedicado a la literatura, sección titulada Café con libros.
En él se habla de la obra del poeta portugués Fernando Pessoa

domingo, 15 de enero de 2012

Cara y cruz. I

 

ANTE LA BARBARIE

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NO

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TENGO

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PALABRAS…

NI MÚSICA.

Según la Wiki, “Se llama visión a la capacidad de interpretar nuestro entorno gracias a los rayos de luz que alcanzan el ojo. También se entiende por visión toda acción de ver. La visión o sentido de la vista es una de las principales capacidades sensoriales del hombre y de muchos animales.”

En todo lo que hacemos, o en todo lo que nos sucede, hay muchas visiones, todo depende [creo yo],más de lo que necesitemos sentir en ese instante preciso, que de lo que vemos en realidad. Pero a mayores, creo que existe una visión más aséptica de las cosas, es decir, una visión analítica de ese instante o esos momentos como si fuésemos simplemente unos ojos sin corazón. Y así de una situación podemos extraer lo bueno y lo malo, lo bello y lo feo, como haciendo un balance, o un resumen.

Eso es lo que sucedió el domingo en mi paseo; os cuento.

Necesitaba salir a que me diera el sol y de paso aprovechar para que Ron se pegase unas carrerillas. Y entonces, a medida que iba caminando y haciendo fotos, recordé los versos: ”No quiero más que estar sobre tu cuerpo como lagarto al sol los días de tristeza”... Desde que un día leí estos versos nunca más me abandonaron y cuando siento el sol [de un modo intenso] muy dentro de mí, es raro que no se me vengan a la cabeza. El domingo, ni siquiera recordaba que eran de Valente, así que cuando volví a casa los busqué y volví a releer de nuevo más poemas suyos hasta encontrar, los que a mi modo de ver, casaban con lo que yo había visto en conjunto.

Pero después, analizando las fotos [muy normalitas y sin pretensión alguna] decidí buscar dos visiones contrastadas: lo bueno y lo bello, lo malo y lo feo. Y así surgieron los post, Cara y cruz I y Cara y cruz II (que publicaré a continuación).

Al final, de todas mis visiones, por supuesto, me quedé con lo positivo: todas las emociones buenas que me provocó el paseo, todo lo que disfrutó Ron y todo lo que quería compartir con vosotros.

P.d.: Después de escribir esta divagación, blogueando por aquí y por allí, descubrí un blog nuevo: “El almacén de los días perdidos” y en él me encontré con la frase perfecta para terminar el post, ¿no os parece?

“Los viajes son los viajeros. Lo que vemos no es lo que vemos, sino lo que somos”
Fernando Pessoa

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Imagen de aquí

Fernando Pessoa, uno de los mayores poetas y escritores de la lengua portuguesa y de la literatura europea tenía 72 heterónimos. Entre ellos los más importantes son: Álvaro de Campos, Ricardo Reis y Alberto Caeiro.

“…puse en Caeiro todo mi poder de despersonalización dramática, puse en Ricardo Reis toda mi disciplina mental, vestida de la música que le es propia, puse en Álvaro de Campos toda la emoción que no me doy ni a mí mismo ni a la vida…”

“Desde niño tuve la tendencia a crear en torno a mí un mundo ficticio, de rodearme de amigos y conocidos que nunca existieron. (No sé, bien entendido, si realmente no existieron, o si soy yo quien no existe. En estas cosas, como en todas, no debemos ser dogmáticos)…” “Ricardo Reis nació en 1887 (no me acuerdo del día y mes, pero los tengo en alguna parte), en Oporto, es médico y está en este momento en Brasil. Alberto Caeiro nació en 1889 y murió en 1915; nació en Lisboa, pero vivió casi toda su vida en el campo. No tuvo profesión ni educación casi ninguna. Álvaro de Campos -que es por quien más se interesa nuestro amigo en común Figueiredo- nació en Tavira, el día 15 de octubre de 1890 (a la 1,30 de la tarde). Éste, como sabe, es ingeniero naval (por Glasgow), pero ahora está aquí en Lisboa en inactividad. Álvaro de Campos es alto (1,75 m. de altura, 2 cm. más que yo), delgado y un poco tendente a encorvarse…” “Caeiro escribía mal el portugués; Campos lo hace razonablemente, aunque incurre en cosas como decir 'yo propio' por 'yo mismo', etc.; Reis mejor que yo pero con un purismo que considero exagerado…”. Más información aquí.

Oda
Para ser grande, sé entero: nada
tuyo exageres o excluyas.
Sé todo en cada cosa. Pon cuanto eres
en lo mínimo que hagas,
por eso la luna brilla toda
en cada lago, porque alta vive.

De heterónimo Ricardo Reis

Poema XXIX
No soy igual en lo que digo y escribo.
Cambio, pero no cambio mucho.
El color de las flores no es el mismo bajo el sol
que cuando una nube pasa
o cuando entra la noche
y las flores son color de sombra.
Pero quien mira ve bien que son las mismas flores.
Por eso cuando parezco no estar de acuerdo conmigo
fijaros bien en mí:
si estaba vuelto para la derecha
me volví ahora para la izquierda,
pero soy siempre yo, asentado sobre los mismos pies.
El mismo siempre, gracias al cielo y a la tierra
y a mis ojos y oídos atentos
y a mi clara sencillez de alma.

De heterónimo Alberto Caeiro

Consejo
Cerca con grandes muros aquél que te sueñas.
Después, donde es visible el jardín
a través del portón de reja adecuada,
pon las flores que sean las más risueñas,
para que te conozcan sólo así.
Donde nadie lo vea no pongas nada.

Haz macizos como los que otros tienen,
donde las miradas puedan entrever
tu jardín tal como se lo vas a mostrar.
Pero donde es tuyo, y nunca lo ve nadie,
deja las flores que vienen del suelo crecer
y deja las hierbas naturales medrar.

Haz de ti mismo un doble ser guardado;
y que nadie, que vea y mire, pueda
saber de ti más de lo que sabe un jardín?
un jardín mostrable y reservado,
por detrás del cual la flor nativa roza
la hierba tan pobre que ni tú la ves…

miércoles, 11 de enero de 2012

Re-concilicación

 

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Hay noches, en las que me reconcilio con la piel de Congo,
y todo lo que alcanzo a sentir es nuevo.
Su olor… más dulce y envolvente.
Sus susurros… más decisivos.

Tu cuerpo puede
llenar mi vida,
como puede tu risa
volar el muro opaco de la tristeza.

Una sola palabra tuya quiebra
la ciega soledad en mil pedazos.

Si tu acercas tu boca inagotable
hasta la mía, bebo
sin cesar la raíz de mi propia existencia.

Pero tú ignoras cuánto
la cercanía de tu cuerpo
me hace vivir o cuánto
su distancia me aleja de mí misma
me reduce a la sombra.

Tú estás, ligero y encendido,
como una antorcha ardiente
en la mitad del mundo.

No te alejes jamás:
Los hondos movimientos
de tu naturaleza son
mi sola ley.
Retenme.
Sé tú mi límite.
Y yo la imagen
de mí feliz, que tú me has dado.

Sé tú mi límite – José Ángel Valente
Las letras en negro es porque he cambiado las vocales

Después, al amanecer del día siguiente, fiel a un ritual que no establecí, siento la misma necesidad de reconciliación con la naturaleza, y salgo a pasear por los lugares mil veces antes transitados.

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El amor está en lo que tendemos
(puentes, palabras ).

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El amor está en todo lo que izamos
(risas, banderas).

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Y en lo que combatimos
(noche, vacío)
por verdadero amor.

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El amor está en cuanto levantamos
(torres, promesas).

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En cuanto recogemos y sembramos
(hijos, futuro).

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Y en las ruinas de lo que abatimos
(desposesión, mentira)
por verdadero amor.

El amor está en lo que tendemos – José Ángel Valente

Y mientras me voy re-llenando de imágenes vivas,  llegan a mi cabeza fragmentos de poemas que leí hace años, cuando todavía soñaba con un gran amor.

Un amor como el de Congo.

No quiero más que estar sobre tu cuerpo
como lagarto al sol los días de tristeza.

Se disuelve en el aire el llanto roto,
al pie de las estatuas
recupera la hiedra
y tu mano me busca
por la piel de tu vientre
donde duermo extendida.

El pensamiento melancólico
se tiende, cuerpo, a tus orillas,
bajo el temblor del párpado, el delgado
fluir de las arterias,
la duración nocturna del latido,
la luminosa latitud del vientre,
a tu costado, cuerpo, a tus orillas,
como animal que vuelve a sus orígenes.

Latitud – José Ángel Valente

jueves, 5 de enero de 2012

Goodbye girl

joyeux-noel2                                                                                               ilustración de lola roig

Antecedentes

Jaime es Jefe de Marta, bueno era, porque en un día ya se va a otra ciudad, a su lugar de residencia, a otro puesto de trabajo dentro de la misma empresa. Y era Jefe directo, aunque no trabajaron nunca en el mismo edificio de oficinas. Básicamente su amistad/”lo que sea” se forjó a base de llamadas telefónicas en horas de trabajo y algunas nocturnas, las noches en que Jaime estaba de guardia.

En realidad, para Marta “lo que sea” es amor. Después de su dura separación, hace ya dos años, Jaime ha sido el primer hombre por el que ha empezado a sentir algo profundo, todo un logro si tenemos en cuenta que Marta ya pensaba, que su corazón se había convertido en un desierto y que jamás iba a ser capaz de sentir nada por nadie. Así que Jaime ha sido un milagro. Y cada vez que la llama y escucha su voz, le baila un gusano en la tripa.

Y Jaime… No quiere reconocerlo pero Marta le gusta. Le gusta mucho. Piensa en ella más de lo que le gustaría y se imagina cosas, escenas… algunas muy tórridas. En realidad la quiere y la desea pero no puede ir a más, sería del todo inconveniente. Jaime está casado, bien casado, y jamás se separará, es de convicciones típicas tópicas.

Marta está en su casa, sola, sentada en el borde de la cama, hablando desde el teléfono que tiene en la mesita de noche. Y Jaime está llamándola desde una cabina situada en el puerto, cerca del hostal donde pasa los días laborables.

Es diciembre. La noche está fría y silenciosa en esos momentos. Todo parece en suspenso.

 

Escena 1: El teléfono

(…)

¿Cuándo te marchas?

Mañana por la mañana.

Me gustaría verte antes de que te fueras.

Pensaba quedar hoy contigo pero se me ha hecho tarde. Ahora en diez minutos quedé a cenar con unos compañeros y a primera hora cojo carretera.

Estarás deseando irte.

Sí y no.

¿Por qué no me has llamado antes?

Es que anduve muy liado.

No te creo, una llamada son dos minutos. Creo que lo has hecho aposta.

No seas mala.

¿Por qué no te pasas después de la cena?

Es que igual terminamos un poco tarde… y…

A mí no me importa, te esperaré.

Mañana tienes que madrugar.

Te has colado. Mañana me pedí el día. Pasado mañana es mi cumpleaños, ya sabes, 31 de diciembre y tengo que hacer algunos recados.

En realidad, creo que no es una buena idea, ¿no crees, Marta?

A mí me gustaría verte, ya te lo he dicho antes.

Vale, está bien, después de cenar me paso y me invitas a una infusión.

Hecho. ¿Sabrás llegar?

Sí, me lo explicaste muy bien aquel día que pensaba ir a tu casa y que al final no pudo ser.

No me lo recuerdes, anda.

Bueno, pues hasta después.

Vale. Te espero. Y no me llames para poner una disculpita.

Ok.

Escena 2: La casa

Lo siento, no he podido venir antes. Ya te dije que se iba a hacer tarde.

Pasa, no te quedes en la puerta. Y deja de decir tontadas.

A sus órdenes, señorita autoritaria… Ay, perdón, que tú no eres autoritaria, que tú eres republicana.

Creo que no te voy a preparar ni una triste manzanilla.

Y harías bien. En realidad no deberías haber insistido para que viniera.

¿Ya estamos otra vez?... Ven, que te voy a enseñar mi casa.

Me la he imaginado muchas veces por tus comentarios.

¿Pues a ver si la has imaginado como es?

Sí, me la imaginaba así, rústica, como tú, y muy acogedora.

¿Rústica? Ya me explicarás eso mientras tomamos la infusión.

De acuerdo.

Y espero que me quede claro porque si no…

Estás muy guapa.

Anda ya… ¿Así con este chándal de trapillo de andar por casa?

Te veo guapa, en serio. Me gusta verte así en tu ambiente.

Me vas a poner colorada, no seas tonto.

Está bien, estaré calladito.

Ven, vamos a la cocina que voy a preparar las infusiones. ¿No te apetece mejor otra cosa? Tengo algún licor casero, whisky…

No, una infusión me va bien. ¿Tienes menta poleo?

Me olvidaba que eres el chico poleo por excelencia.

Menos burlas, no vayas de guasona.

En realidad es que estoy muy nerviosa, tengo que confesártelo, se me hace raro verte aquí.

¿Te cuento un secreto?

Suelta.

Yo también estoy un poco nervioso.

¡Anda ya! Tú eres un hombre de mundo.

Sí pero eso no tiene nada que ver.

Tiene que ver y mucho.

Sí tú lo dices, no voy a discutir ahora.

Ven, ya están las infus, vamos a sentarnos un poco a la salita.

¿Te vas a sentar a mi lado?

¿No debería hacerlo?

Claro que sí, hueles muy bien.

Sí, eso sí, al menos a mí me gusta mucho este olor a cítricos.

Escena 3: En el sofá

Me gustaría besarte

¿Y por qué no lo haces?

No sé si puedo.

Sabes de sobra que puedes. Ya te he dicho más de una vez que…

Chistt… Besas muy dulce, Marta… Creo que…

Ahora soy yo la que te digo Chistt…

Que suaves son tus pechos… y tu espalda… Creo que…

No hables, Jaime, sigue, por favor… Ya sé que mañana te vas y que no va a pasar nada más que esta noche entre nosotros… Quiero que...

Creo que no puedo, Marta. No puedo.

¿Por qué?

Tengo miedo. Tengo miedo por ti. Y por mí. Es mejor que me vaya.

No voy a pedirte, ni rogarte, ni ponerme a llorar,… si quieres irte…

Es lo mejor. No quiero irme pero no quiero hacerte daño. Creo que ya has sufrido bastante, no quiero ser uno más a añadir a tu lista.

Nunca serás eso para mí y lo sabes.

De todos modos es tarde.

Está bien.

Escena 4: La despedida

Prométeme que no te enfadarás conmigo.

¿Cómo podría? Yo…

No lo digas.

Está bien.

Quiero que me prometas una cosa.

No sé si podré.

Sí que podrás. Y sé que si me lo prometes cumplirás tu palabra.

¿Qué tengo que prometerte?

Que te vas a cuidar. Prométeme que siempre vas a cuidarte, Marta, y a quererte.

Sabes que me va a resultar difícil.

Me lo has prometido.

Lo intentaré.

Con eso tengo bastante.

Dame el último beso.

Escena 5: La puerta

Jaime se va.

Marta detrás de la puerta, de pie, oye como baja por las escaleras.

Cuando siente el golpe seco del portal se sienta en el suelo y se pone a llorar. Está triste y contenta al mismo tiempo.

Se repone después de unos minutos y se levanta. Empieza a apagar las luces y se dispone a irse a la cama.

Sabe que tardará mucho en volver a ver a Jaime, tal vez años. Tal vez no lo vuelva a ver nunca más. Tal vez ni siquiera sigan en contacto. Ella no podrá llamarle a su casa. Y además, tal vez él quiera olvidarla.

Pase lo que pase, Marta siempre tendrá el beso de despedida y los otros besos soñados. Y su renuncia porque sabe que ese fue su regalo de despedida.

Y así es como lo recordará siempre.

Esta canción me recuerda a The Carpenters que tanto escuché de joven,

lunes, 2 de enero de 2012

¿Dónde está el paraíso?

 

SAM_2207

Para aquellos que conservan su trabajo en el Astillero,
el paraíso todavía está tras la puerta.

Pero para otros menos afortunados,
ya no está ahí.

SAM_2208

¿Dónde está el paraíso para todos esos hombres y mujeres que vemos en las noticias cada día?

SAM_2210

El paraíso

Los verdugos suelen ser católicos
creen en la santísima trinidad
y martirizan al prójimo como un medio
de combatir al anticristo
pero cuando mueren no van al cielo
porque allí no aceptan asesinos

sus víctimas en cambio son mártires
y hasta podrían ser ángeles o santos
prefieren ser deshechos antes que traicionar
pero tampoco van al cielo
porque no creen que el cielo exista.

Poema de Mario Benedetti, en Inventario.
Poesía 1950-1985

Aunque no trabajo en Astilleros Navantia, mi oficina está situada dentro del recinto del Astillero y casi siempre entro y salgo por esa puerta (hay varias).

¿Cómo evitar el desasosiego de estos días convulsos?

Las fotos las hice el viernes pasado.