lunes, 30 de junio de 2008

¿Qué os parece el eslogan de la camiseta de la concentración motera?







Buenas noches, estimados lectores blogueros:

Espero que hayáis pasado un buen fin de semana y que no hayáis contado tantas mentiras como las que habéis dejado en los comentarios de mi último post. No sé lo que daría por veros con la nariz supergrande como la de Pinocho porque de seguro que a más de uno le habrá crecido la nariz ¡Hay que ver que imaginación chicos!... Que sí jet privado, que si no sé qué de sexo oral, que si sol en Brasil, que si mecenas supermillonario, que si un boyante negocio... Vamos, vamos... Como os las gastáis.

Y es que dejar volar la imaginación por unos momentos no cuesta nada ¿verdad? Me alegra que os hayáis animado.

Como ya os conté, este fin de semana estuve por Ribadeo de concetración motera y no tenía un ordenador a mi alcance. Y aunque lo tuviera también es necesario de vez en cuando desconectar, ¿no os parece? Y después de todo un fin de semana de parranda y la casa ocupada por cuatro adolescentes (Senia y sus tres amigas) no es necesario que os diga que todavía ando un poquillo liada y que no he tenido oportunidad de actualizar como es debido, ni de pasarme por vuestros blogs a leeros, cosa que estoy deseando. Y aunque sois todos un poco adictivos tendré que esperar a mañana porque mi reloj biológico me está indicando que debo irme a dormir. Esta mañana tuve que llamar a una de los remolcadores del puerto para salir de la cama.

¡Que sueño!
¡Que pereza de empezar la semana!

Así que voy a ser razonable y despedirme ya, no sin antes daros las gracias por visitarme, por dejar vuestros comentarios y por ser vosotros mismos.

Good night for everybody.
Kisses,
Aldabra motera




P.D.: Como veis no pierdo ocasión para practicar mi Basic English... je je je.




jueves, 26 de junio de 2008

¿Quieres jugar a las mentiras?



Fotografía: Mô - Steve Gallardo


¿Sabes qué hice ayer por la tarde?

Fui a volar en parapente. Nunca te lo había contado para que no te preocupases por mi dedicación a un deporte peligroso pero así es. Vuelo en parapente los días en los que me apetece escaparme de mi vida.

La tarde estuvo soleada y volé lo suficientemente lejos para ver a los delfines. Uno me dio un beso de tu parte ¡Que calladito lo tenías!, ¡vaya sorpresa! También les pedí que te llevasen mis besos. Tuve la suerte de poder saludar a Nemo ¿Sabes que se cortó la barba? Ahora está muy gracioso con la melena tan larga y sin su barba característica. Casi no lo reconocía. Pensé que era otro ser mitológico de los mares.

La sirena , una buena amiga, me cantó la nueva canción que compuso. Esta noche cuando duermas la oirás, como si se tratase del rumor de las olas y del viento. No te vayas a enamorar de ella. Debes saber que los marinos y las sirenas no deben enamorarse. Los dos son espíritus libres y discutirían todo el tiempo. Ellas sólo pueden enamorarse de los piratas buenos de los cuentos de hadas.

Puede parecerte que en vez de volar hubiese navegado. Esa es la primera impresión, pero no, simplemente es que vuelo a ras del mar. Si estuvieses más cerca me hubiese acercado a tu isla pero todavía estás muy lejos para mi pequeño parapente, así que la visita real no podrá llevarse a cabo de momento. Sí, ya sé que te haría ilusión descubrirme surcando el cielo. ¿Sabes que haría?, te alcanzaría de la mano y te enseñaría a volar conmigo. Porque es muy divertido, en serio.

Si te animas te llevaré hasta una playa que conozco. Es muy pequeña pero para los dos más que suficiente. Allí podremos bañarnos desnudos, además el agua no está fría porque en el fondo del agua de esa pequeña playa vive un gigante que la calienta siempre que voy en parapente. Cuando me ve llegar siempre me saluda echando vapor por la boca hacia el cielo. A veces con la fuerza me desvía de la playa y yo me enfado pero cuando llego a la arena, sale del agua y hacemos las paces. Jugamos a tirar piedras a la superficie del mar tratando de que hagan saltitos pequeños sin que se hundan, ¿sabes cómo es? A veces lo consigo y entonces da gritos como Tarzán. De tan contento que se pone me levanta con sus brazos de gigante y me da vueltas en el aire para dejarme caer al agua. Me vuelvo a enfadar y entonces para desenfadarme pide a sus amigos los pulpos que bailen un vals para mí. Me dan mucha risa, ¿te los imaginas?

Y, bueno, lo más de lo más es cuando hace salir a las estrellas de mar para que hagan un desfile de modelos. Sí, se visten todas con algas. Un pez luna hace de presentador y los invitados al desfile son cangrejos, nécoras y centollas. Dos langostinos hacen de diseñadores gays. Es la bomba, te lo juro. Creo, sin temor a equivocarme, que te gustaría asistir a un espectáculo así. Si vienes lo tendré todo a punto para recibirte como invitado de honor.

Pues ya se me está acabando toda la bolsa de mentiras que tenía preparadas. Tengo que ir a la cocina y preparar más masa para hacer mentiras porque la masa hay que dejarla reposar de un día para otro. Si algún día quieres preparar mentiras como las mías te daré la receta pero tienes que prometerme que no se la revelarás a nadie. Pertenece a mis antepasados y fue pasando de generación en generación hasta llegar hasta mí. Saben a tiramisú y las preparo en moldes con formas diferentes: fresas, pájaros, nubes, corazones, cuadrados. Hay que dejarlas cocer muy poquito tiempo y ser muy cuidadosos porque si no se desbordan del molde y desaparecen.

¡Uy!, tengo que subir al tejado a recoger el parapente antes de que caiga la noche. Se me había olvidado. Y mientras , ya sabes... piensa en algo porque ahora te toca a tí contarme una mentira pero una que sea muy muy gorda.

¿Quieres?


miércoles, 25 de junio de 2008

Rechazo







Todavía arrastro el desconsuelo de todos estos años vividos a tu lado. Tal vez me hayas querido, no lo pongo en duda, pero no del mismo modo que yo, con la misma entrega. Y nadie es mejor que el otro, simplemente, somos diferentes.

Tus caricias tenían fronteras invisibles en mi cuerpo, por eso una parte de él se fue muriendo hasta que dejé de quererte. Día tras día te pedía de mil maneras ternura, abrazos, besos que no llegaban. La respuesta siempre era la misma: stress, cansancio, falta de ganas, preocupación por el trabajo… Hasta que me escondí en un rincón de nuestra cama y dejé de acercarme mientras aplastaba mis lágrimas y mis ganas bajo la almohada. A veces me preguntabas si lloraba. Te mentía.

Me vencían la desesperanza y el desánimo ante tu negativa a recibir ayuda. Te lo pedía por ti mismo, sobre todo, pero la cerrazón te impidió ver que tenías un problema que nos afectaba a los dos. Y la frustración me ganaba la partida haciéndome pensar que ya no te gustaba, que no deseabas mi cuerpo, que tal vez te gustase otra mujer… A mis preguntas, tú negabas, alegando que veía fantasmas donde no los había, que sólo era una mala época.

¿Y que hay de los ataques repentinos de ira desmedida?. No sé qué fue más difícil de soportar. Me asustaba viéndote tan descontrolado, gritando por tonterías y llegaba a odiarte por unos instantes viendo como después llorabas pidiendo perdón. Sí, te perdonaba y trataba de entenderte pero no podía olvidar de pronto las palabras hirientes que habías proferido y cómo te humillabas. Estabas enfermo.

El día del conato de abandono estuve tentada de no abrirte la puerta, al igual que estuve tentada de dejarte aquel día que chillaste delante de mis padres o de nuestros amigos. Cada vez me decía que sería la última. No lo llevaba a cabo. Esperaba el milagro que nunca llegó.


Ahora ya hemos tomado caminos diferentes. No pudimos superarlo.


martes, 24 de junio de 2008

Y algunas noches serán así... sin Congo.





Fotografía: Iva
r Langeland

En las noches solitarias, una mano furtiva comienza a recorrer mi cuerpo despacio: los labios, el cuello, los pechos, el vientre...

Intento imaginar lo que han sentido otras manos, lo que sienten las tuyas cuando lo acaricias.

Y dibujo en la oscuridad tu cara, tus ojos, tu boca buscando la mía, tu espalda, tu sexo ausente...

Y pienso en otras veces, cuando nuestros cuerpos desnudos se funden en uno.

Y mi mano ya no me obedece.

Sigue recorriendo mi cuerpo de forma mecánica, precisa, rotunda.

En soledad.



lunes, 23 de junio de 2008

Noche de San Juan





Cuando pienso en el verano siempre pienso en las cerezas y en las noches de sofá y televisón. Las lavaba y me las llevaba en un plato para degustarlas despacio mientras veía algún programa de la época.

Ahora las cerezas todavía me encantan pero ya no veo la televisión y tampoco tienen el sabor de entonces. Aunque tal vez lo que conserve en la memoria sea un sabor equivocado. De todos es sabido que en ocasiones los recuerdos nos juegan malas pasadas.

Por ejemplo: Tengo grabada, desde muy pequeña, una imagen que juro y perjuro que ocurrió en verdad aún cuando mi madre se empeña en decirme que todo fue un sueño.

Un día subí al desván de nuestra casa y vi a un hombre. Era la viva estampa de Dios tal y como aparecía en los libros de religión, mezclada con la imagen de un guerrero vikingo: pelo largo, barba rojiza y un escaso taparrabos de cuero. Por la cara podría pasar incluso por irlandés, pero ¿qué habría de hacer un irlandés en mi desván?, ¿y lo del taparrabos?... eso ya tiene dudosa explicación. Para rematar la escena, resulta que estaba trabajando sobre un banco de carpintería, sierra en mano. Mi padre también era carpintero por aquella época pero ni era Dios ni se le parecía en absoluto. Todavía no hace mucho tiempo que le pregunté a mi madre de nuevo, si alguna vez entró un hombre en casa de esas características. Ella insiste que lo soñé. Seguro que Freud encontraría una explicación razonable, aunque la razón a veces es aburrida. A m í siempre me gustan mucho más las versiones excéntricas.

Se me ha ido el santo al cielo…

En fin.

Las cerezas que comí ayer estaban deliciosas. Tanto que hasta pensé en guardar unas pocas en un plato para Congo, mi personaje de ficción más querido. Como cuando dejábamos de pequeños un vaso de leche con galletas para que los Reyes Magos repostasen en casa al entrar a dejar los regalos ¿O eso también lo soñé? Casi no recuerdo haber sido pequeña y tampoco lo de la leche y las galletas. Seguro que lo he oído contar o lo he visto en alguna películas.

Sí recuerdo con total nitidez muchas noches como la de hoy porque hoy es la Noche de San Juan. Y con ese recuerdo vuelve la imagen de mi abuela materna. Siempre preparaba con mimo el agua de flores para que me lavase la cara al día siguiente.

Pétalos de rosas,



hierba luisa,



manzanilla,



menta,



y más que no recuerdo... Cuando estaba lista decía: “Ya verás, te va dar mucha suerte”.




Y por supuesto, saltar la hoguera.




sábado, 21 de junio de 2008

Infancia







Ayer Congo se quedó dormido sobre mi hombro.

Casi nunca se duerme antes de que yo me duerma pero a veces sucede, como ayer.

Sentí las pequeñas contracciones de su cuerpo en esos instantes que preceden al sueño, la calidez de su piel madura desnuda envolviéndome, y después su respiración acompasada junto a mi oído.

Así, a su lado, me sentí tan pequeña que mis recuerdos viajaron a la infancia. Llevaba un vestido de cuadros rojos, dos trenzas en el pelo, unas zapatillas blancas y hacía pompas de jabón.



Montones y montones de pompas de jabón.


....oo000oo.... ....oo000oo.... ....oo000oo....


Leyendo el blog de Torosalvaje, y releyendo su poema "Pompas de jabón", recordé que hace tiempo yo también escribí un texto (que está ya incluído en este blog) sobre lo que significan para mí las pompas de jabón. Significan infancia. Y esta tarde, Toro, quiero dedicarte con mi texto un poquito de esa infancia mía que ya quedó tan lejos.

Y después la canción en el margen izquierdo... para la infancia Burbujas de amor.



Viernes noche: Congo y dos Oportos



Fotografía: "Redemption" Jingna Zhang


Esta noche sólo existe Congo.

Congo en mi piel.
Rozándome la nuca con su aliento.

Congo en mi corazón,
esta noche de Oporto y lágrimas que pugnan por salir.

Y Congo en mi cuerpo,
moviéndose despacio,
perteneciéndome por entero
mientras dura nuestro orgasmo de besos.

Congo,
el hombre,
mi amigo.

Sus dedos buscando mis pezones
bajo la camiseta de algodón.

Congo.
En la oscuridad de mi pecho
haciéndome reir a pesar de la tristeza.

Congo,
ahora a mi lado,
y pronto, lejos de aquí.

No lloraré su ausencia,
volverá...
a nuestra cama
a mis besos
a mis abrazos
siempre.



jueves, 19 de junio de 2008

Sola




Hoy quiero hablar de las parejas. Del juego de las parejas, debería decir. Porque creo que después de todo es un juego, a veces limpio, divertido y otras veces no tan limpio y no tan divertido.

Casi todas las parejas son “estables” hasta que se demuestra lo contrario. Partamos de esta premisa. Pero… hay parejas que a pesar de ser estables nunca han acabado de funcionar bien: discusiones, puntos de vista y gustos diferentes, problemas familiares, sexuales, intolerancia… Y otras, aparentemente funcionan bien hasta que un día uno de los miembros llega y te suelta: He conocido a alguien, Tengo que decirte algo… ¡Malo! ¡Malo! ¡Malo! Estas frases son el inicio de una tormenta emocional o de una ruptura inminente. Ambas cosas bastante desagradables sobre todo por lo inesperado.

Aunque no haya ruptura las cosas no vuelven a ser como antes. Porque cuando entre dos surge una grieta se puede hacer la vista gorda y hacer como que no está. Se puede también intentar taparla, si no es muy grande, con algún producto apropiado al respecto pero siempre estará ahí de un modo encubierto. Los dos lo saben. Y a la mínima que se descuiden la grieta se encarga de recordarles cosas desagradables.

Y es que es tan complicado entenderse y llevar la relación a buen término que en ocasiones pienso que es un imposible.

Hay parejas ideales, perfectamente felices que son la envidia de todos quienes los rodean hasta que uno empieza a indagar un poco más y entoces descubre que nada es como parece. Uno de los dos es infiel. Uno de los dos es infeliz pero traga con todo y no lo manifiesta. Uno de los dos espera que pase por su camino otra persona que sea más acorde a sus aspiraciones.

No me engaño. El panorama que veo a mi alrededor no es nada halagüeño.

Estoy convencida de que por naturaleza somos infieles. Sólo los valores morales y de comportamiento que nos han sido inculcados de generación en generación consiguen que se mantengan las apariencias y que todos nos empeñemos en encontrar la pareja de nuestra vida. Ese hombre o mujer que nos acompañará hasta que la muerte nos separe y que nos ayudará a superar cualquier contratiempo o enfermedad que surja en nuestras azarosas vidas. Una finalidad que nos hace a muchos infelices e insatisfechos porque no lo conseguimos. Porque el resto del mundo emparejado y “feliz” se empeña en demostrarnos que la pareja es el estado ideal y que los que no la tenemos es porque tenemos alguna “tara” o algún “problema” que nos impide llegar a obtener ese estado ideal de gracia.

A mí me gustaría que se tuviera más consideración con las personas solas que no sé porqué fenómeno social, en la actualidad, tienden a crecer a pasos agigantados. Me gustaría que (por parte de algunos) se nos respetase más y que se nos deje de mirar como si tuviésemos un estigma en la frente que dice: Sola, sola, sola. Sin pareja. Sola.

Tampoco es pedir tanto.



miércoles, 18 de junio de 2008

El Quijote y yo




En mi infancia nunca hubo libros.

Mis padres no leían. Mi madre hace un par de años que leyó dos o tres libros pero mi padre nunca leyó ninguno, ni uno sólo. Ni si quiera ha leído nada de lo que yo he escrito. Me resulta triste pero es lo que hay, la vida es así no la he inventado yo (como decía la canción) o cualquier otro tópico que queráis poner.

Provengo de una familia muy modesta en la que no había tiempo para ir a la escuela. Mi madre se quedó huérfana a los 14 años con dos hermanos más pequeños. Mi abuela tuvo que ponerse a trabajar limpiando en la Renfe y mi madre dejó el colegio para hacer las tareas de la casa y cuidar de sus hermanos mientras mi abuela estaba trabajando. Mi padre por otra parte, proveniente del mundo rural, tuvo que ponerse a trabajar también muy pequeño. Su padre, mi abuelo, había estado preso durante la guerra y para salir adelante se hacía lo que se podía.

Tiempos difíciles.

Aún con todo, mi abuela materna, que vivía con nosotros, bueno, más bien nosotros con ella, empezó a comprarme libros cuando me fui haciendo algo más mayor pero yo no leía (igual que mis padres). Los contemplaba en las estanterías del mueble de la salita sin que me dijesen nada más allá del valor decorativo. He de reconocer sin embargo que me gustaba cogerlos en la mano y mirar los dibujos. Un buen verano, con 14 años, empecé a leer todos aquellos cuentos infantiles: Los felices Hollister, Torres de Malory, Ivanhoe, Las Novelas Ejemplares en versión infantil... y otros muchos de los que no recuerdo ahora el título. Curiosamente mi abuela, que era quien me los había comprado, le dijo un día de aquel verano a mi madre: "Esta pequena vaise poñer tola con tanta lectura", (Esta niña se va a volver loca con tanta lectura) porque me pasaba todo el día y parte de la noche leyendo sin parar.

Unos años más tarde me hice muy amiga de una niña del colegio, Chari, y empecé a frecuentar su casa. Sus padres si que leían y tenían muchos libros. Su casa fue mi primera biblioteca. Los devoraba como si estuviera hambrienta de historias. Uno tras otro, los libros empezaron a darme tanto que no podía vivir sin ellos. Mi infancia y mi adolescencia fueron bastante tristes. Los libros me ayudaban a evadirme del mundo real en el que estaba creciendo y que no me gustaba en absoluto.

El caso es que un día mi abuela (no recuerdo el día ni como fue el momento) llegó a casa con El Quijote, un precioso volumen ilustrado con cubierta de piel granate, 1ª Reedición del año 1974, editado por la Editorial Everest- León. No sabía muy bien que iba a hacer con él porque aquello era como demasiado. Hasta que otro buen verano (no recuerdo los años que tenía) comencé a leerlo siendo capaz de llegar al final sin vacilar ni un momento. Es verdad que tal vez no estaba lo suficientemente madura como para entenderlo en su entera dimensión pero se me había metido entre ceja y ceja y para bien o para mal siempre procuro llevar a término todas las cosas que empiezo.

Hace ya unos años pensé que debía volver a leerlo pero tenía muy claro que para saborearlo había de leerlo de otro modo y a otra edad. Y nunca encontraba el momento de ponerme de nuevo con él. Cuando leí en el Blog de Pedro Ojeda: "La Acequia", la invitación a hacer una lectura "colectiva" supe que era mi nueva oportunidad. Así que me puse a rebuscar por las estanterías de libros (tampoco es que tenga muchas, visito con mucha frecuencia la biblioteca) y descubrí que además del volúmen que me regaló mi abuela tenía El Quijote en la Coleeción Austral (la de toda la vida). El libro debí comprarlo en algún rastrillo porque no conozco a la persona que firma la dedicatoria de la primera página y además el ejemplar está muy muy viejo, tanto que para leerlo ahora de nuevo he tenido que forrarlo. La dedicatoria dice así: "A Sofía: De su amigo Miguel para que vea que cumple siempre sus promesas", firmado: Miguel.

Tengo que deciros (ya se lo he comentado a Pedro en su blog) que estoy disfrutando mucho con esta nueva lectura y sobre todo con sus comentarios y con los comentarios de los otros lectores. Me esta resultando muy gratificante y muy llevadera porque vamos a capítulo por semana: el Jueves es el día del Quijote. Así que desde aquí os recomiendo a todos que os animéis a uniros al grupo. Todavía vamos por el capítulo 1.5 así que es muy facil que os pongáis al día ¿Qué os parece?

Venga, no os arrepentiréis.








martes, 17 de junio de 2008

Hay días en los que dentro de mí hace frío





No se trata de alguna corriente externa ni nada de eso. No, es un frío interior. Un frío que no se me pasa por más mantas o abrigos que me ponga. Para que se me pase necesito pensar en cosas agradables, por ejemplo, en que estoy tumbada al sol sobre la arena o en que me tomo una coca-cola con muchos cubitos de hielo. También me sirve que voy en moto. O que me estoy comiendo galletas de esas que llevan mermelada de naranja y chocolate negro.

La primera vez que sentí este frío interior me pareció raro. No conseguía encontrarle explicación alguna. Porque a mí me gusta siempre cerrar todas las puertas y todas las ventanas. No obstante, siempre volvía a echar un vistazo por si acaso. Todo bien cerrado a cal y canto y el frío no se iba.

Las otras veces ya fue distinto. Como ya lo había sentido antes no me causó tanta extrañeza. Y además en seguida descubrí como echarlo de dentro de mí. Creo recordar que fue la cuarta vez. Estaba yo en la cama arrebujada y casi sin poder respirar por todo el peso que tenía encima. Hubo un momento en que pensé que iba a ahogarme así que me dije: “Esto no puede seguir así. Un día te vas a morir sin darte cuenta”. Me levanté de la cama y me fui a la cocina, sin ponerme la bata ni nada y descalza. Y decidí enceder la tele y un cigarrillo. Primero la tele y luego el cigarrillo. No, creo que fue primero el cigarrillo y luego la tele. Bueno, da igual. El caso es que estaban echando un documental de osos polares. A mí los osos polares me gustan mucho. Y me gusta ver esos reportajes aunque sea verano. El caso es que había una mama oso jugando con su osezno. Era un peluche móvil. Me emocioné tanto que me puse a llorar. Mis lágrimas salían calientes. Casi me queman la cara. Al mismo tiempo que salían mis gotas de lluvia (a veces las llamo así) se me iba pasando el frío. Entonces me dije: “Ya está. Cuando tenga frío sólo tengo que pensar en cosas bonitas y se me pasará”.

Poco a poco, el frío, lejos de molestarme, se convirtió en un buen alidado. Porque quisiera o no me obligaba a pensar en cosas bonitas. Y eso se contagia. Ahora nos llevamos bien. Y ya no me incomodan esos días. Es más, los comparto con mis amigos y con algunos enemigos también. Porque es que hay gente a la que le gusta estar de mal humor, insultar y todo eso, entonces yo, para chincharlos les contagio mi frío y el antídoto para combatirlo. Tienen tanto frío que no les queda más remedio que pensar cosas agradables porque tienen miedo a morirse. Porque la gente que es mala tiene más miedo que la otra. Bueno, eso es lo que creo yo.

En fin.

Hoy es uno de esos días que dentro de mi hace frío. Así que voy a hacer algo. Voy a abrir la ventana y volar. Voy a ponerme las alas de cartón que me hice, forradas de papel celofán azul y voy a llegar tan alto, tan alto, hasta que el mundo me parezca una canica o tan alto, tan alto que todos los cipreses me parezcan bonsais, o tan alto, tan alto que…


domingo, 15 de junio de 2008

Insomnio





No tengo tiempo. No tengo tiempo para nada. Ni para quererlo como me gustaría. Antes de los niños era muy diferente. Tenía tiempo para la peluquería, la cera, la manicura… Para ir de tiendas y encontrar esas pequeñas gangas que nos hacían tan felices. Porque siempre pensaba en él. En lo que le gustaría verme con una ropa u otras. Me encantaba ver su cara mientras lucía los conjuntos por el pasillo como si fuese una modelo de pasarela. Era divertido ¡Como nos reíamos entonces! Ahora también nos reímos alguna vez. Pero es que no hay casi ni tiempo. Los pañales, el biberón, las papillas, el baño, los malos sueños… ¡Es todo complicado! Al final del día no quedan ganas para nada. Y la verdad es que me sigue gustando. Me gusta mucho. Y hay días en que lo deseo como antes. Y pienso en encontrar ese momento que nos permita estar juntos, abrazados, olvidándonos de todo. Pero es que parece que los niños tengan un radar. Justo cuando estamos en lo mejor de la película ¡zas! Y mis padres ya están mayores para cuidarlos. Si no… si no se los dejaríamos más a menudo. Porque necesitamos tener tiempo para querernos. Tengo miedo de perderlo por falta de tiempo. Sería una estupidez. Tendría que encontrar otro trabajo que me permitiese tener la tarde libre. Es que estos horarios de comercio son inhumanos. Anti-amor. Sábados. Domingos. Festivos. A veces siento que no merece la pena el esfuerzo. Estoy perdiéndome la infancia de los niños. Pero con los niños se escurre el dinero. Y él, pobre, pone todo de su parte. Nunca creí que al final resultase tan buen amo de casa. Tiene mucha paciencia con los niños ¡Y lo bien que prepara la lasaña!... Uhmmm!, sólo de pensarlo se me hace la boca agua. Y para colmo hoy este insomnio. Mañana tendré una cara espantosa. Esta temporada es que me veo horrible. No me extrañaría que dejara de gustarle. He adelgazado. Antes iba al solarium y tenía siempre un bonito color de piel. Y ahora, tan blanca y con esas ojeras que se me ponen siempre cuando no duermo… ¡Mierda!... Voy a despertarlo. Quiero decirle que tenemos que buscar tiempo. Que lo quiero mucho. Que pronto crecerán. Y que todo volverá a ser como antes. Voy a encender la luz.

- Cariño, cariño. Necesito decirte algo
- ¿Qué pasa? ¿Lloran los niños?
- No. Es que quería decirte que…
- Chssst! Ven, abrázate a mí y duerme
- Es importante que te lo diga
- Sé lo que me vas a decir
- Ya sabes que me da mucha rabia que me digas eso. Parece que te lo sabes todo.
- Si es que ya son muchos años, mujer. No te enfades
- Vale ¿y qué quería decirte? A ver, listo.
- Pues que me quieres como antes, como siempre. Que piensas que ya no me gustas porque tienes ojeras algunas mañanas, que no te deseo porque has cambiado…
- Te odio
- Me gusta verte enfadada como una niña pequeña.
- Te odio
- Anda, ven, duérmete. No pienses. Tan sólo queda una hora para que suene el despertador
- ¿Me quieres?
- ¡Que tonta eres!




sábado, 14 de junio de 2008

Una tarde de verano


Las fotos las hice yo en la Playa de Seselle.



Hoy iba a ser el primer día de playa para Sara. No es que la entusiasmara ... las arenas, la bolsa, el bullicio, el calor en el coche... a veces era un rollo. Pero, justamente hoy, era un día perfecto. No tenía que hacer nada en casa durante la tarde y no hacía excesivo calor. Después de comer cogería sus bártulos y saldría con calma para disfrutar también del trayecto en coche. Le encantaba ir escuchando música y cantar a toda voz.

Iría a la playa donde solía ir con Senia... La echaba mucho de menos durante el mes de vacaciones que estaba con su padre pero aún así le gustaba ver a los otros niños jugando, haciendo castillos en la arena, bañándose en la orilla, recogiendo conchas... Y en aquella playa siempre había muchos niños pequeños porque era la menos peligrosa de la comarca. El primer día siempre solía buscar un sitio discreto ya que estaba demasiado blanca comparada con la mayoría de la gente. Cuando iba sola nunca faltaban en su bolsa además de las cosas habituales, el walkman, un libro e incluso a veces una libreta por si le apetecía escribir algo. Esa tarde lo llevaba todo, quería disfrutarla. Buscó el lugar adecuado y se situó más bien cerca del agua para darse un chapuzón de vez en cuando si tenía calor. Estiró la toalla sobre la arena, se desnudó, metió la ropa en la bolsa y como el sitio era discreto y puesto que estaba sola se sacó la parte de arriba del bikini. La gente de por allí no solía hacer topless y a ella tampoco le gustaba llamar demasiado la atención pero era algo a lo que no se podía resistir... le encantaba sentir los rayos de sol por toda su piel y sus pechos también formaban parte de ese conjunto. Estar así, semidesnuda, la hacía sentirse más libre. Se tumbó de espalda. Era una sensación agradable. La playa la relajaba mucho, tanto que la mayoría de las veces se dormía un ratito o un buen rato según el día. Incluso algunos hasta llegaba a soñar y se despertaba un poco desorientada. Hoy no sentía esa somnolencia que precedía a la siesta así que se dejaría llevar por la imaginación y soñaría despierta. Se acomodó los cascos… la lectura siempre solía dejarla para después del primer baño, cuando ya no hacía tanto calor. La música empezó a sonar “...tócame, no te quiero soñar, déjame abrazarte real o irreal, sabes que....” “...cuando hacemos el amor tu eres brava como el mar y en ese mar soy pez... cuando hacemos el amor... no hay centímetro de mí, ni caricia, ni rincón que no pertenezca a ti. Así es tu amor...”

Tumbada allí, casi desnuda, con el sol acariciando su piel empezó a sentir deseo, un deseo que le recorría cada poro de su piel... siempre era igual...en su fantasía todo podía ser perfecto... cada caricia, cada beso en el lugar preciso, cada palabra, cada gesto, cada susurro... era todo tierno y casi tan real que cuando se daba la vuelta y volvía a la realidad, incluso a veces lloraba.




Se levantó de la toalla. Había llegado el momento de ir a dar una vuelta para despejarse y dejar de dar vueltas a la cabeza. Estaba enamorada de un imposible. Su corazón amaba en soledad. Jamás iba a sentir con él esas caricias, esos besos... todo lo que ella imaginaba una y otra vez.

Después del paseo de ida y vuelta se bañó y estuvo leyendo hasta el atardecer. Ese era el mejor momento de la tarde, sin duda. El momento feliz del último baño. Nunca importaba lo fría que estuviese el agua. Se mojaba un poco el cuerpo y se zambullía con un pequeño grito de frío y placer al mismo tiempo. Le encantaba nadar hacia la dirección del sol, mirándolo en lo alto, brillante, imponente y majestuoso... Sentía como si fuese en la dirección adecuada, en busca de lo imposible, en busca de la verdad absoluta si es que existía, en busca de sí misma...

Después del baño se cambió de ropa y se vistió. Recogió sus cosas y se volvió a casa con la música todavía resonando en su cabeza “... Siente la magia del corazón. Cada latido será un color, que pinte el cielo de tus fantasías, que borre el gris de tu melancolía...”


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Esta entrada se la dedico a Martín: "Una bitácora de cuadritos" porque me ha pedido que lo lleve a la playa y como eso es imposible en la realidad, he pensado en regalarle una tarde virtual.

Decir que este texto lo escribí hace bastantes años, cuando Senia todavía era muy pequeña.




jueves, 12 de junio de 2008

En la playa





En la orilla del mar, justo donde empieza la arena mojada hay miles de pequeños lunares prominentes de arena más clara, montículos como cráteres de volcanes, y salitre. Miles de milimétricas arenas de sal. Es el rastro que el mar ha dejado en su retroceso.

También hay huellas de gaviotas. Plumas de diversos tamaños. Excrementos. Seguramente habrán pasado la noche en la playa. Unas junto a otras. Protegiéndose. Las marcas de sus pequeños pies triangulares se juntan y se sobreponen con los grandes pies de los humanos: Pies descalzos, pies en zapatillas de deporte, pies en chanclas.

Senia salta y nada en las olas. Disfruta el primer baño del verano. Yo vigilo desde mi toalla. Desde lejos. Y pienso en que un día ella también volará. Y que sólo volverá a tierra firme para pasar la noche y reponer fuerzas.




Como las gaviotas.



miércoles, 11 de junio de 2008

El camino (Por Golem)





- ¿Y si no llegamos a la cima?

- ¿Sería un fracaso para ti?

- Bueno... Se supone que el objetivo es llegar, ¿no?

- Si, pero también hay que saber llegar. A veces es mejor quedarse a 100 metros de la meta y volver a intentarlo cuando las condiciones sean mas propicias. Esa segunda intentona será mucho mas madura, conoceremos cada uno de los pasos que dimos la vez anterior y seremos capaces de enmendar los errores previos.

- O sea, que ni lo intentamos...

- Nadie ha dicho eso. Lo vamos a intentar con todas nuestras fuerzas, nos caeremos mil veces y nos levantaremos mil y una, a veces habrá que retroceder para poder volver al camino correcto, incluso tendremos que esperar al mejor momento para hacer cumbre, pero nadie podrá pararnos... Juntos somos mucho mejores que yendo por separado, pero a veces habrá que pararse y pensar, la euforia suele jugar malas pasadas. Que me dices, ¿estas dispuesta?

- Solo con una condición...

- ¿Cual?

- En realidad son varias...

- No te cortes, adelante.

- Pues verás... cuando tropiece quiero que seas tú quien me tienda la mano, cuando tenga dudas quiero que tú me infundas ánimos y quiero que estés allí cuando haya que dar el ultimo paso ¿aceptas? Si no estás conmigo no me siento capaz de conseguirlo.

- Acepto sin dudar. No me permitiría a mi mismo perderme tu éxito.

- Sabría que responderías algo similar.

- Entonces qué... ¿vamos?, nos queda un largo camino.

- Vamos!



martes, 10 de junio de 2008

Paisajes de Sara




Hoy es sábado.

9:30 horas

Hoy saldré a caminar. Ahora estoy sentada en la cama. Comienzo a tener hambre pero se está bien aquí, envuelta en el calor del edredón. Aunque me imagino ya el sabor del cola-cao con cereales. Me gusta desayunar en el salón. Abro las cortinas y el amplio ventanal queda desnudo. Al otro lado, la naturaleza. Siempre dirijo la mirada y mis pensamientos hacia los montes más alejados. Me engullen los eucaliptos tan pegados unos a otros. Me dejo sumergir en los caminos del bosque frondoso sintiendo crujir los helechos ya secos, imaginando aventuras como de cuentos infantiles donde aparecen: gnomos, princesas, tesoros, sirenas, animales exóticos, hadas, países lejanos… Y vuelvo de nuevo al sofá del salón con el último sorbo del cola-cao.



20:30

Caminé hasta el faro. Enfilé la calle que, después de atravesar la carretera general, llega hasta la playa Hacía un poco de aire, templado. Era agradable. La marea estaba muy baja y la mitad de la playa se veía cubierta por un vestido de algas. Atravesé el final del pueblo y seguí el paseo marítimo. Me crucé sobre todo con gente mayor. Hombres a paso lento, charlando. Había algunos faenando en las pequeñas chalanas. Las gaviotas revoloteaban y jugaban por encima de ellos. Al entrar al puerto pesquero fijé mi mirada en un barco que me llamó la atención. Sobresalía entre los demás por su color azul marino y blanco y por su gran tamaño. Se llamaba “Le Ressac”. Me gustó ese nombre y como estaba escrito sobre el casco. Ya me quedaba poco para llegar al faro rojo y blanco. No había nadie pescando. Era temprano y la marea no era la adecuada. Me subí a las piedras. El viento allí era más fuerte que cuando salí de casa y tuve miedo de caer al mar. Dí la vuelta rápido e inicié el regreso. Entré en un bar de pescadores a tomar un agua y leer el periódico. Más hombres mayores jugando al dominó y a las cartas. Algunos me miraron. Yo no pertenezco a este pueblo, no me conocen. Alguno quizá haya preguntado a su compañero: “E logo… ¿de quén virá sendo esa rapaza?” (1). Pagué y salí a la calle. Envuelta de mar y henchida con los recuerdos que me fueron asaltando durante el trayecto regresé a la casa, al salón, al sofá… a los bosques de eucaliptos.

(1) Y entonces... ¿de qué familia será esa mujer joven?



Diciembre





La encontró en la playa. Semidesnuda. Los pechos todavía más blancos que el resto del cuerpo. Los ojos cerrados. La vio de lejos y se acercó a ella con sigilo. No quería darle un susto.

Ella no dormía. Sólo dejaba vagabundear a sus pensamientos. Pensaba en las nubes, que en aquella tarde, parecían trozos de algodón pegados sobre un fondo de tela azul claro. Cuando de repente oyó a su lado un suave:

-- Hola ¿estás dormida?

Abrió los ojos empequeñecidos por el reflejo del sol y puso la mano derecha a modo de visera para poder verlo mejor. Aunque había reconocido aquella voz, no sintió vergüenza de su desnudez.

Él llevaba un bañador de rayas azul marino y blancas. Traía la camiseta y las chanclas de playa en la mano. Sobre su pecho destacaba una cadena fina de oro con una pequeña cruz. Y le preguntó:

-- ¿Puedo quedarme contigo?
-- Claro, por supuesto
-- Me alegro de haberte encontrado
-- El mar siempre depara sorpresas
-- Claro, el mar, no lo había pensado

De pronto el tiempo quedó flotando en un espacio indefinido. Sintió como alguien le tocaba en un brazo y le decía:

-- Mamá, despierta. Te llaman por teléfono.

Se había quedado dormida en el sofá. Y todavía era diciembre.



domingo, 8 de junio de 2008

My English exam






Llevo todo el día (inluso me levanté temprano haciendo un gran esfuerzo) dándole un último empujoncito al Inglés porque mañana es la primera parte de mi examen: Listening, Writing y Reading. El miércoles es el Oral y el fin, si no tengo que ir a Septiembre.

Este año se me hizo largo y tedioso. Ya no puedo soportar más a mis compañeros de clase, la mayoría adolescentes obligados por sus padres a matricularse en la Escuela Oficial Idiomas (excepto un par de mujeres bastante más jovenes que yo pero lo suficientemente maduras), con lo cual para ellos la clase se convierte en un suplicio, un castigo. Y para resarcirse de eso (supongo), se encargaron durante todo el curso de que la clase fuese un suplicio también para nosotras, las tres mujeres maduras. Si el año pasado ya fue un poco malo por la misma causa, éste fue una pesdilla. Y yo ya llegué a mi límite.

Opté por matricularme en inglés porque ya lo quería haber estudiado de joven y me hacía ilusión volver a las aulas. Pero con una pandilla de adolescentes un tanto maleducados no puedo y me niego a seguir. Este año que viene será sabático, tengo mono de tardes invernales de sofá y lectura porque ya no me acuerdo de cuando fue la última vez. Poder salir a caminar, hacer la compra sin carreras, cocinar las comidas de una en una y no preparar al mismo tiempo cena y comida del día siguiente, mirar escaparates, dormir la siesta...

En fin, que aquí digo: Corto y cambio. Me quedo con mi nivel elemental de inglés, que yo creo que será más que de sobra, si alguna vez consigo ahorrar lo suficiente de mi sueldo de mileurista, como para irme de viaje al extranjero. Que digo yo que tal y como van mis ahorros en la actualidad, más bien ese hecho sucederá cuando me jubile y vaya con mis coleguitas del Inserso.




viernes, 6 de junio de 2008

A mi me gustan mucho las naranjas... ¿y a ti?






Hemos terminado de cenar. Mientras vas a tomarte el postre te pregunto si no te importa que vaya a sentarme a la encimera de mármol, al lado del fregadero, para fumar mi primer pitillo de la noche. El mejor y a veces el único de todo el día.

Me siento cómodamente y voy echando la ceniza sobre la pileta mientras te miro como mondas la naranja con parsimonia.

Me llega su olor.

Llevo puesto un camisón corto de raso de tirantes, grís, a juego con un coulotte.

Termino el cigarrillo casi al mismo tiempo en que tú acabas de comerte la naranja y lo apago bajo el agua del grifo. Abro la puerta de la alacena donde está el cubo de los desperdicios para tirarlo. Tú te levantas para tirar también las mondas y recoger la mesa.

Me pides que no me mueva cuando ves que estoy a punto de bajarme saltando al suelo, como hago siempre.

Y te acercas para empezar a besarme. Acaricias mi cuerpo por encima del camisón y lo haces resbalar con mimo. Metes las manos por debajo de la tela y tocas mis pechos.

Levantas el camisón despacio y me lo quitas, dejándolo a un lado sobre el mármol. Conduces tus manos deseosas hasta el coulotte para sacármelo con toda la lentitud de que eres capaz.

No sé en qué momento te desnudas.

Me abrazo a tu cuerpo tibio y con suavidad y firmeza entras en mí. Te acaricio la espalda mientras te mueves rítmicamente en mis entrañas. Te susurro al oído cuanto me gusta y tú me contestas, detallándome lo mucho que te excita la situación.

Percibo en tu cara el placer de las caricias y siento en mi cuerpo como tu miembro va creciendo, produciéndome la sensación de que estoy totalmente poseída de ti.

Justo cuando acaba la película de la tele llegamos también nosotros al final.

Me quedo con la cabeza recostada sobre tu hombro derecho y sigo besándote amorosamente por el cuello, en los labios... hasta que siento como tu pene se va volviendo pequeño y se sale.

Me coges en brazos para bajarme de la encimera. Y todavía hueles a naranja.




jueves, 5 de junio de 2008

Ponga una terapia en su vida






Tengo que buscar un sitio para pensar. Lo voy a hacer como un juego. En realidad se trata de una nueva terapia. Ahora no me acuerdo como se llama porque evidentemente tiene un nombre. Parece ser que es muy utilizada en Milán y en Palo Alto. Este último lugar no sé exactamente donde queda. Bueno, ni exactamente, ni por aproximación. Tengo la intuición que debe de estar en Estados Unidos porque con tanta gente que vive allí a alguien se le habrá ocurrido esta idea revolucionaria para ponerla a prueba.

Lo bueno de los que necesitan terapias para algo es que existe un variado menú a gusto del consumidor. Que resulta que no te va bien con ésta, pues no te preocupes, hombre, que ahora vas a probar con una de última generación y ya verás como la suerte te acompaña. Que tampoco hay suerte, pues tampoco te preocupes que mientras tú estás debatiéndote a brazo partido con una ya hay personas que están inventando otras nuevas. Y además como penúltimo recurso aún te quedan las pastillas. Lo malo es que claro, tal vez además de hacer terapia tengas que hacer dieta. No siempre, por supuesto. No todas las pastillas engordan. Porque en las pastillas también existen variados menús. ¿Prefieres cápsulas de un color solo, de dos colores, pastillas normales, ansiolíticos y antidepresivos, antidepresivos y relajación…?. Y todavía aun existe una última solución desesperarda. Morirse. Esta, la verdad, no se la recomendaría a nadie porque es bastante deprimente pensar en ella. Y tampoco consiste en estar más deprimido todavía. No tiene gracia.

Y a lo que iba que me estoy desviando del tema principal.

Tengo que buscar ese lugar ideal para pensar. Pensar en las cosas malas y negativas, se entiende. Porque para pensar en que estamos de vacaciones rumbo a Las Bahamas, tomándonos una cervecita bien fresca en una terraza de verano, dándonos un chapuzón desnudos en una cala desierta y maravillosa, besándonos apasionadamente con el amor de nuestra vida (¡ay!, perdón, se me ha escapado. No existe ese tipo de amor. Creo ¿O sí?. No lo tengo claro) o simplemente haber conseguido no pensar en nada (que ya es todo un triunfo)… para eso cualquier sitio es estupendo. En cambio para pensar en las cosas-malas-que-nos-angustian-y-deprimen-en-exceso-cuasándonos-gran-dolor es necesario buscar un lugar determinado. Y no pensar en eso en ningún otro lugar bajo ningún concepto. En eso consiste la terapia. Que parece que resulta que quiere uno deprimirse… ¡ah!, se siente: No ha lugar, como se dice en los juicios. No estoy en el lugar adecuado. ¡Que sencillo! ¡Está chupado!. De tan facil que parece es que hasta podría habérseme ocurrido a mi sola sin tener que leerlo en uno de esos manuales tan interesantes que existen ahora en el mercado. ¿Lo dudan? Con la imaginación que tengo seguro que podría haberlo hecho.

Sí, sí, sí, ya sé que estarán pensando que estoy jugando al despiste y que en realidad soy yo la que necesito la terapia. ¡Vamos, porque no me conocen porque si no les daría la risa de pensar que algo así pudiera pasarme a mi!. Porque soy una mujer madura, lógica, congruente, sensata, objetiva, con aplomo, segura de sí misma, decidida, arriesgada, tenaz… no sigo porque van a querer conocerme y quiero seguir en el anonimato. Sólo es un pequeño esbozo para que se hagan una idea y no piensen cosas raras. Esto es un simple pasatiempo. Estoy poniéndome en el lugar de alguien que necesitara pensar-en-cosas-negativas-en-un-lugar-determinado.

Para poder pensar en todo esto con claridad y buen talante me he obsequiado con un atracón-homenaje, que le llamo yo. Bocadillo de bonito con lechuga, piña, una cerveza y dos pastelitos deliciosos. Uno, recubierto con chocolate. ¡Que rico!. Me los comería todos de un golpe. Pero no lo haré aunque me muera de las ganas. Ya está bien por hoy. Es tarde. Es más, debería estar ya soñando que soy un querubín y estoy tocando el arpa en el cielo. Eso o que estoy haciendo apasionada y placenteramente el amor con un hombre cariñoso-comprensivo-educado-complaciente-sensible-generoso (¿ésto ya lo escribí antes?), que alguno habrá, digo yo. Están poniendo una cara de disgusto que me están deprimiendo. Y a ver si al final voy a tener que utilizar una terapia de esas. Toco madera, por precaución. Y no es porque sea supersticiosa porque ya les he dicho que soy lógica y sensata. Y tocar madera para que algo suceda o no suceda no es nada lógico.

Y retomo ya, definitivamente, el tema que nos ocupa. Un lugar, un lugar… Ya lo tengo. Si yo necesitase un lugar así para pensar, no tendría ninguna duda: el sofá de mi habitación. Está en un rincón agradable, por las tarde le da el solecito y al fin le daría una utilidad digna y productiva. Y ahora que lo estoy pensando que bien queda entre tus amigas y amigos decir: Yo es que en mi casa tengo un sofá para pensar. Es chic, vip, guay, super. Muy moderno.

Misión cumplida. Lo he encontrado. Así que van a disculparme porque me muero de sueño. No se si será a causa de la cerveza o de la hora.

Cuídense y no se olviden que siempre existe una terapia para todo.




miércoles, 4 de junio de 2008

Yo te suplico





Por favor que venga pronto.
Por favor, Dios, que venga pronto.
Por favor.
Por favor, Dios.


Como una oración.
Y vuelta a empezar.

Por favor, Dios, haz que venga.
Yo te suplico, Dios.


Porque Sara todavía creía en Dios y en que él lo iba a solucionar todo. Sí. Un día cualquiera todos sus problemas se acabarían y la paz, como en el Cielo, reinaría para siempre.

Eso era lo que pasaba por la cabeza pequeña de Sara.

Agazapada entre las sábanas dejaba pasar las horas mirando al despertador de números rojos fluorescentes en la mesita de noche. Por momentos no podía evitar levantarse de la cama, acercarse a la ventana y vigilar a hurtadillas por detrás de las cortinas a ver si veía su silueta en la noche acercándose a casa.

El corazón de Sara latía con fuerza. En realidad le golpeaba el pecho. Sus lágrimas querían salir pero había aprendido un buen truco para reprimirlas. Se clavaba las uñas de una mano sobre las yemas de los dedos de la otra. Fuerte. Muy Fuerte. Aunque a veces no funcionaba y las lágrimas salían. Y se odiaba por ser tan débil.

A fin de cuentas era lo de siempre. Sara sabía todo lo que podía pasar.

El sonido de la llave en el portal.
Los pasos subiendo por las escaleras.
La puerta del piso que se abría.
La puerta de la habitación.
Un ligero murmullo dentro.
Luego las voces que iban en aumento hasta llegar a los gritos.
Su madre implorando: Vas a despertar a la niña.
Las amenazas a irse de casa.

Y a veces se iba. Sí, tal como entraba, después de los primeros gritos, volvía a marcharse. Eso sí que era realmente malo. Porque entonces, además de su propio llanto, oía el de su madre. Y ya no podía dormir en toda la noche, igual tampoco la siguiente.

Sara miró el reloj y eran las tres de la mañana. Su padre todavía no había llegado.




martes, 3 de junio de 2008

Rectoral de Chandrexa



Estábamos en Chandrexa, alojados en aquel cuarto viejo que se llamaba “Herbiñas do Camposanto”. Y todo acompañaba: La quietud de las cosas, las campanadas de la iglesia, las risas de los niños, el vino casero, las rebanadas de pan de bollo, las croquetas de ortigas, el arroz con leche, la música suave …

Hubo un instante, mientras cenábamos, en que sentí ganas de levantarme de la silla y comenzar a dar vueltas como un molino de viento porque al fin intuía una salida.

Llevaba años intentando que me visitaran los recuerdos y por fin allí, en Chandrexa, aparecieron de golpe. Los tenía tan cerca que no sabía que hacer con ellos. Pedazos. Tenía que convertirlos en pequeños trozos, hacerlos trizas para que huyeran de mi cabeza definitivamente.

Y eso fue lo que hice.

Conforme iban llegando, los empujaba con todas mis fuerzas hasta que dejaban de atormentarme como diablos.

Y les gritaba: Fuera. Fuera. Iros.

La tarea me llevó más tiempo del que pensaba. El ladrido de un perro me devolvió a la realidad. Se hiciera ya de noche por completo. El cielo estaba lleno de estrellas y ví cuatro fugaces.

Sentada en la mecedora miraba las mazorcas que estaban secando en la balconada de madera. Cuando me venció el cansancio me levanté sin hacer ruido y entré. Congo ya dormía desde hacía un buen rato. Le dí un beso en los labios con mucho cuidado de que no se despertase y desnuda en cuerpo y alma me metí en la cama, y me acomodé a su cuerpo también desnudo, para sentir su calor.

Y fue entonces cuando lo supe: Allí en Chandrexa comenzaba de nuevo.









domingo, 1 de junio de 2008

"A las vacas de la Señora Elena no les gusta el pimiento picante" - Manuel José Díaz Vázquez.




El martes de esta semana (27 de mayo) a las 20.15 h Manuel José Díaz Vázquez, autor de la exitosa novela “Queso fresco con membrillo” publicada por Ediciones Atlantis y que prácticamente agotó su segunda edición en 2008, nos presentó su segundo libro “A las vacas de la señora Elena no les gusta el pimiento picante”. El acto se llevó a cabo en la Galería Sargadelos de Ferrrol, con gran asistencia de público. Como amiga y admiradora de Manuel, no podía faltar a esta cita.

Tras el éxito de su primera novela, Queso fresco con membrillo -uno de los libros más vendidos en Sargadelos el año pasado-, Manuel regresó al mercado editorial con su nuevo libro, inspirado, como ya ocurrió con el primero, en sus recuerdos de la infancia. La obra tiene un título largo y muy curioso y de ella habló largo y tendido su autor en la galería Sargadelos, de forma amena y divetida. Todos los que estábamos presentes disfrutamos mucho de la presentación, yo misma escuché como dos asistentes se lo decían a Manuel mientras esperábamos para la firma de nuestro libro.

En la presentación, Manuel, nos explicó a los presentes, el porqué del título y la historia de algunas de las anécdotas que aparecen en el libro.

Un pequeño resumen de la obra y un pequeño fragmento:


Durante unas vacaciones de verano en la aldea, un niño comienza a ser consciente del entorno natural, del lenguaje y de las costumbres de la época, contándoselo años después a un escritor en ciernes, quien encuentra todo tan vívido que lo asume como suyo propio, fundiendo realidad y fantasía en su quehacer literario.


Así da comienzo el libro:


“Acostado en la mullida hierba seca y quemada por el sol del inclinado camino (aproximadamente diez grados de desnivel), el nieto del viejo “Mazico”, con el brazo derecho cruzado bajo su cabeza a modo de almohada o cojín, observaba distraídamente el paso lento y ocioso de una nubecilla que en su forma se parecía al corderito del suavizante “Norit” (véase el recipiente), y a la que venían como anillo al dedo todos los adjetivos sonoros que el poeta había atribuido al burrillo “Platero” (excepto el de peludo), y que, deslizándose solitaria y elegantemente por la despejada avenida del cielo, vagaba, posiblemente ensimismada en sus esponjosos pensamientos. ¿Qué hace una nube sola en la inmensidad? No lo sabemos, y si lo supiésemos, guardaríamos el secreto... Si diremos, a modo anecdótico (este relato está cuajado de anécdotas como el cielo de estrellas), que se trataba de la nube número 3455621298; y puede ser que este dato numérico ustedes no se lo crean, pero, en verdad, las nubes están numeradas, basta con fijarse en la parte inferior derecha, aunque claro, para leerlo hay que tener la vista de ochocientos linces y otras tantas águilas...”

Y si queréis conocer el resto de la historia y reiros a discreción, no tenéis más que asomarose a las páginas de este libro, que describe con maestría y un lenguaje muy cuidado, la infancia que a todos nos gustaría haber tenido, sin lugar a dudas (al menos a mí).


Instantánea II






mis botas,
fiel reflejo del cansancio
y del trabajo duro,
siguen a Congo,
a través de todos los caminos...