miércoles, 28 de septiembre de 2011

Cuando era pequeña

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Este pequeño texto es principalmente  para el Sr. Kaplan, que dí no seu post titulado “Cando era pequeno”:

”Teño moita curiosidade por saber que historias nos van contar Zeltia, Aldabra, Noe Pastor, Paideleo, X de Esmelle, Jorge, Sigrid de Thule e Chousa de Cando eles eran pequenos...

 

Si pienso en mi vida de pequeña, pienso en el desván de la casa vieja. Un desván destartalado, con el piso de cemento, el tejado de uralita, la antigua habitación de castaño de mis padres, un aparador, la lavadora, la tabla de planchar, trastos variados y una pequeña claraboya a la que me gustaba asomarme aunque tan sólo se viese el cielo, nada más.

Muchas tardes el desván se convertía en mi mundo alegre. Allá que me subía yo con mi magnetofón y me ponía a bailar en frente de una de las puertas del armario que tenía espejo. Siempre me gustó tanto bailar que ya cuando era más mayor seguía soñando en ser una bailarina del ballet Zoom. Pero ni bailarina, ni ná. ¡No conseguí ser un montón de cosas!

Recuerdo incluso una de mis conversaciones de desván, jugando con mis amigas: Resulta que yo me pedía ser ama de casa y mi marido estaba en un bacaladero [uno de aquellos barcos que iban a pescar bacalao al Gran Sol durante varios meses], hablaba con él por teléfono y le contaba cosas de la casa y de los niños. Si nos ponemos a analizar todo tiene un porqué. Ya por aquel entonces soñaba con un marinero, sin saber que un día llegaría a convertirme en la sirena que soy ahora. ¡Qué curioso!

Pero el desván también tenía un lado oscuro: las noches en el desván y el ruido de algún ratoncillo que se colaba por los agujeros de la placa de la pared. Siempre temía aquella frase sentenciosa pronunciada por mi madre, a la hora de la cena: “Panchita, toma, coge el cubo y sube al desván a por patatas que se terminaron”.

Las dichosas patatas malvadas descansaban apiladas detrás de una cortina vieja que había que descorrer y yo, sugestionable y sensible desde el vientre de mi madre, me moría de miedo pensando en que al descorrer la cortina se me iba a aparecer un monstruo, un hombre desconocido, un intruso que venía a hacernos daños, una araña, un ratón… Los peligros eran tantos y tan variados que el corazón se me salía por la boca. De nada servían mis protestas, mi madre era implacable [entre nosotros, yo creo que ella tenía tanto miedo como yo y por eso me enviaba a mí, utilizando su poder].

Mi desván…

Hoy ya no existe ni la casa vieja, la tiraron hace un par de años para construir un nuevo edificio que no se llegó a hacer realidad: La crisis del ladrillo. Sólo permanece en pie la espantosa fachada de azulejos en color rosa y negra que tanto me mortificó de pequeña. Todavía puedo ver, desde el piso en el que vivo actualmente, una esquina de la fachada.

Sigo estando muy cerca de mis recuerdos.
Nunca lo había pensado de este modo.

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Cuando era pequeña, los dos hermanos de mi madre emigraron a Italia
y cuando volvían a casa me traían muchos discos italianos:
Nicola di Bari, Maximo Ranieri, Mina, Albano,  Gigliola Cinquetti, Sandro Giacobe...
Crecí con todos ellos. 
También mis tíos me regalaron el primer comediscos.
De color rojo.  

viernes, 23 de septiembre de 2011

Mar de fondo. III




La imagen es de aquí

Antecedentes:

Ma petite princesse. I

Viento en popa a toda vela. II

Rai es Rai (Etiqueta del blog: Una vez a la semana)



Buenos días, Tricia. Pasa ya, por favor.


Buenos días, Rai.


¿Qué tal te va?


Pues lo voy llevando pero no muy bien, la verdad.


Cuéntame.


¿Recuerdas que te hablé que Antonio me había dicho que fuera a su casa el mes pasado para conocer a sus hijos y eso…? Pues empezó a darme largas y más largas. Que si era mejor esperar y no precipitarse, que me parece bien… Que le venía mal porque tenía cosas que hacer en casa (mentira, no le creo)… Que tenía que dar unos cursos (las clases duran una hora)… En fin que fue él justo quién más insistió cuando yo no quería ir y ahora que estaba ya mentalizada, nada. No lo entiendo. Además, ¿sabes lo que comenzó a hacerme? Pues que cuando es la hora de que hablemos apaga el teléfono, durante varios días no consigo hablar con él y después me llama tan contento y feliz. Como si habláramos la víspera. Es enfermizo. Tengo la ansiedad por las nubes. Cuando llegan las 10 de la noche, la hora en la que solemos hablar mi corazón empieza: Boom, boom, a golpear a toda máquina. Y no puedo dejar de mirar el teléfono. Y tengo ganas de marcar yo para no tener que esperar la llamada pero sé que no debo, que debo vencer esa dependencia. Y me estreso más y más. Y la llamada no llega. Y casi siempre Claudio y soy yo la que marco y después me maldigo y me maldigo porque no me contesta, o si me contesta, también, por ser débil, y me voy a la cama llorando porque esta relación no me conduce a ningún sitio y porque no sé cómo vencer mi dependencia emocional y porque le odio por ser tan cruel conmigo. Creo que no me merezco que alguien me trate así. Puede que tenga mis problemas, como todo el mundo, pero no le hago daño a nadie, al menos deliberadamente y…


Claro que no te mereces que sea cruel contigo. Él sabe cómo eres y los problemas que tienes, se los has contado desde el principio, así que suponiendo que él es el fuerte tendría que ser más considerado y tratarte con honestidad y respeto.


Creo que tengo que terminar ya con esta relación. No puedo más, en serio. Pero tengo tanto miedo Rai. Tengo el miedo de siempre: a terminar sola sin nadie que me quiera, como si fuese el niño del orfanato al que no se lo lleva a casa ninguna familia. ¿Por qué una y otra vez me equivoco, Rai?


Verás, equivocarse no es el problema porque todos nos equivocamos. El problema es dejarse llevar por una relación que no te conduce a ningún sitio y que te está generando tanta frustración y angustia. Para que una relación funcione tienen que poner los dos de su parte, tú sola no puedes querer por los dos, aunque es lo que estás intentando ahora.


Lo sé. Lo sé. He pensado… Que ahora voy a ser yo la que voy a dejar de cogerle el teléfono. Quiero pagarle con la misma moneda, y no lo voy a hacer por eso de “ojo por ojo y diente por diente”, quiero hacerlo porque me parece lo justo. Y voy a escribirle una carta. Explicarle todo lo que me hace sentir y decirlo lo dañino que está siendo conmigo, sobre todo con mi salud mental. Él sabe por todo lo que he tenido que pasar y por lo que estoy pasando. No puede tenerme a su antojo, manejarme como a un títere.


Respetarnos a nosotros mismos es un gran paso, Tricia. Si tomas esa decisión, aunque lo pases algo mal, no te vas a arrepentir. Y además, piénsalo, ya lo estás pasando mal ahora para no tener nada. Porque lo que tenéis no es una relación sana, ni por tu parte, ni por la suya. Porque también te digo que lo que está haciendo tampoco me parece normal y maduro. No conozco sus motivos pero no es sano.


¡Si no fuera este maldito miedo!


Mira, desde que vienes a la consulta, nunca te han faltado pretendientes. Eres una mujer inteligente, agradable, de buen ver, alegre… Siempre has tenido oportunidades. Antonio es un escollo en tu camino y cuanto más pronto lo superes mejor.


Gracias por los piropos pero…


Las decisiones tienes que tomarlas tú, nunca voy a decirte lo que tienes que hacer, sólo puedo orientarte y hacerte ver lo que te acontece desde varios primas para que no te obsesiones y te obceques, pero tú has de hacer el resto.


Lo sé, Rai, lo sé.


¿Qué tal estás durmiendo?


Pues imagínate, mal. Me despierto un montón de veces por las noches y tengo pesadillas. Las pesadillas de antes, ¿te acuerdas? Tengo que subir por una escalera muy muy alta y me da miedo. Pero sé que tengo que subir esa escalera porque detrás está el mar. Y yo quiero ir al mar. No sé por qué siempre pienso en él como mi meta. El caso es que paso tanta angustia que hay veces que en este momento del sueño me despierto llorando. Pero otras veces paso a la siguiente fase y comienzo a subir. Me veo subiendo agarrotada, con las manos sudorosas y el corazón a mil pero resulta que cuando llego arriba y comienzo a descender hacia el otro lado, me digo a mí misma: “Ves, tonta, si no era tan difícil”. Y toco la arena con mis pies. Siempre estoy descalza en el sueño. Y la arena es cálida. Y el mar está embravecido pero no tengo miedo. Las olas me llaman a su lado. Me desnudo y entro en el mar. Es el atardecer. Y me pongo a nadar hacia la raya del horizonte, mirando al sol, sintiéndolo sobre mi cara… Es muy agradable. Aunque casi nunca sueño hasta el final, suelo despertarme en la fase de la angustia.


¿Estás tomando el tranquilizante?


Sí, me ayuda bastante y no quiero hacerme la valiente. No compensa porque si tengo otra crisis tengo que volver a empezar de cero y no merece la pena por una pastillita de nada. Sólo que todo este tipo de trastornos tienen tan mala prensa… No sabes cómo me cabrean esas personas que te dicen que no te tomes nada, que te dejes de tonterías, que te eches todo a la espalda y pases… Es que no comprenden que es una enfermedad, Rai. Te hacen sentir como una mierda. A alguno quería verlos yo en mi lugar. ¿Sabes qué me dijo un compañero el otro día? Que él no podría vivir con alguien como yo por este tipo de problemas emocionales que tenía. Joder, que no soy una leprosa, no contagio y no le hago la vida imposible a nadie. Bien sabes que me lo como yo todito por dentro y no digo nada a nadie, que a la vista de todo el mundo soy una mujer normal, algo nerviosilla sí, pero normal. Me pareció fatal porque sentí que me marginaba, que me consideraba diferente, un bicho raro. Y no te hablo yo de él porque si no nos dan las uvas… En fin, sin comentarios.


Yo creo que sí que debes tomarte el ansiolítico un tiempo, hasta que consigas equilibrar la ansiedad y luego, cuando tú vayas encontrándote mejor, ya tú misma querrás dejarlo. Confía en ello.


¡Qué difícil es todo, Rai! A veces yo misma me sorprendo, cuando vuelvo la vista atrás y veo todo lo que he conseguido pero es que todavía me queda tanto por hacer... ¿Y si un día me canso de seguir peleando?


No te cansarás, tú no eres de esas ¿no te das cuenta? Siempre has peleado por intentar ser feliz, y sí, puede que ahora mismo no lo seas pero verás como llegará un momento en que encontrarás lo que buscas.


Ojalá que sea así. Por cierto, ayer fue tu cumpleaños, ¿verdad?, te he comprado una cosilla, una tontería, porque siempre estás ahí para mí, me das mucha confianza y te lo agradezco.


Gracias, no hacía falta, mujer. Es mi trabajo. Dame un besiño, anda. Y no te emociones ahora que hoy has estado muy valiente.


¿Ves? Siempre tienes esas palabras de aliento y empuje. Ojalá encontrara a mí alrededor a muchas más personas así, otro gallo cantaría.


Vales más que muchos, Tricia, sólo que no quieres darte cuenta de ello. Te lo digo en cada sesión.


Quiérete por todo lo que vales.


Gracias, Rai.


Nos vemos en dos semanas, ¿te parece?


Vale, ya me enviarás un mensaje con la cita para que no se me olvide.


Ok. Pero ya sabes… si en algún momento necesitas algo me llamas al móvil.


Nos vemos.


Cuídate, Tricia. Y confía en tus fuerzas.


Siempre lo hago, me cuesta pero lo hago.


jueves, 15 de septiembre de 2011

Viento en popa a toda vela. II

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Mar de fondo” – Edward Hopper

I: Ma petite princesse

 

¿Salimos a navegar este fin de semana o has quedado?

No, no he quedado, podemos salir a navegar.

¿Y eso? Creí que me dirías que te ibas a ver a Tricia.

No, creo que ya no voy a volver. Todavía no se lo dije a ella pero es lo mejor.

¿Mejor para quién? ¿Para ti?

No sé, no lo tengo claro. Tricia me gusta mucho. Es toda entrega, inocencia, sensualidad y muy dulce. Y lo mejor de todo es que ella no es consciente de todo eso.

¡Estás loco, Antonio! ¿Y por qué la dejas escapar?

Me da miedo, tío. Es como demasiado profunda. Muy sensata, muy sincera… Sólo puedo decir cosas buenas de ella pero creo que lo está pasando muy mal y yo no puedo ayudarla. Tú ya sabes que soy un tío raro y… La veo muy frágil. Creo que no tengo la fuerza necesaria para recomponer sus pedazos.

¡Joder! ¿Y entonces por qué la embarcaste en esta historia? Que iba a ser difícil ya lo sabías, me lo dijiste al principio. ¿Qué le va a pasar ahora?

No lo sé, joder, no lo sé, ni siquiera sé cómo voy a terminar con ella. Creo que iré espaciando mis visitas y mis llamadas.

Eso es cobarde, Antonio, muy cobarde. Impropio de ti.

¡Joder, tío, no me digas eso!

Es que es cierto. Puedes decirle la verdad.

Sí, le voy a decir que me resulta muy atractiva, que tiene muchísimas cualidades pero que la dejo porque tengo miedo a… Ni yo mismo sé a qué le tengo miedo.

Lo dicho. Estás loco. Loco y bien jodido.

¿Sabes qué fue lo que me asustó de verdad?

Que el otro día recibí un paquete. ¿Sabes qué me envió? Unos preciosos cuadritos de punto de cruz que bordó, para la habitación de los niños. Eran unos ositos llamando por teléfono. Me pareció tan tierno y me dio tanto miedo… Me vi otra vez atado de pies y manos. Me imaginé pidiendo traslado, viajando para ver a mis hijos y… No me gustó, tío, no me gustó nada.

Pues dile eso, cuéntaselo tal y como me lo estás contando a mí.

Poco a poco me irá olvidando.

Has dicho que era una mujer entregada y ese tipo de mujeres no olvidan así como así porque en el amor lo dan todo. Abren su corazón de par en par. Sé que provoca respeto pero también creo que es una actitud admirable y valiente.

Sí, Tricia también es valiente, me olvidé de decírtelo. Está luchando con uñas y dientes para salir de su depresión y sé que lo va a lograr.

Claro, con tu ayuda. No te jode. ¡Vas a destrozarla!

¿Tú crees?

Por supuesto que lo creo, Antonio.

¿Quedamos a las 5?

Vale, te recojo en tu casa. Llevo yo los bocadillos, y tú lleva las cervezas. Y piénsatelo tío, piénsatelo bien.

Ok.

sábado, 10 de septiembre de 2011

Ma petite princesse

Sin título

Vivíamos a 300 kilómetros. Y era mayor. De pelo blanco y barba blanca. Y bastantes arrugas. No sé cuántos años me sacaba pero era mayor, eso estaba claro. Tal vez alguna vez llegara a decirme su edad pero como a mí me daba igual ese dato, supongo que no le presté la debida atención.

Hay demasiadas cosas de él que no llegué a saber, ni averiguar, aunque lo intenté.

Lo que sí recuerdo, muy claramente, a pesar del tiempo pasado, es que la primera vez que me acosté con él, yo llevaba puesto un pijama de punto fino y manga larga, estampado con guirnaldas verticales de flores en tonos de color azul. Era uno de esos pijamas de estilo romántico, con cuellos bobos y bolsillos.

Cualquiera diría que no era el atuendo adecuado para irse a la cama con un hombre pero yo lo tenía todo pensado y planeado desde hacía un tiempo.

Un día me juré a mí misma, que amaría al primer hombre que fuera capaz de acostarse conmigo sin intentar poseer mi cuerpo, harta ya de encontrarme, más de una vez, perdida en camas que no tenían mi nombre grabado.

Y él fue capaz. Se durmió a mi lado sin intentar si quiera acercarse; lo oí roncar a los pocos minutos de que diéramos por terminada nuestra conversación. Tampoco dijo nada acerca de mi pijama. Tal vez porque era mayor y sus urgencias ya no eran tantas, fue capaz de vencer su deseo.

Porque él me deseaba. Eso me decía por carta [todavía se escribían cartas en aquella época]. Y también me lo decía por teléfono, cada noche.

Así que yo le amé, locamente, no sé si por mi juramento o porque él me decía al oído con la voz más sensual que había oído hasta entonces : Vous êtes ma petite princesse.

Y ahora que yo también soy mayor, lo entiendo. Yo era su “pequeña princesa”. La “grande”, si no la encontró, todavía andará buscándola.

Mentiroso. Todo en nuestra relación fue mentira. Las cartas, que ya se convirtieron en papel reciclado. Las disculpas. Los: “Pronto iré a verte”, “Te echo de menos”. Sus besos.

Hicimos el amor. No muchas veces. La distancia y el trabajo no nos permitieron vernos en muchas ocasiones, de todos modos, parece que aquella falta de urgencia del primer día, tenía continuidad. Pero como no era sexo lo que buscaba en aquel momento, tampoco le di demasiada importancia. Para todas sus patrañas buscaba una explicación lógica y consistente. Encajaba todas las piezas del rompecabezas a presión, con la paciencia de un relojero, para no darme de lleno con la realidad que sabía que me esperaba a la vuelta de la esquina.

Hasta que todo se desmoronó. Y lo que prometía ser al principio, una relación especial, se convirtió en una historia vulgar y corriente.

Espació sus cartas, sus llamadas, sus venidas a mi casa. Y todos mis intentos por retenerle fueron en vano. Se esfumó. Se diluyó. Pronto no hubo nada.

Y yo, como era lo propio, me quedé llorándole durante meses, buscando aquellas explicaciones que me había estado negando, venciendo las ganas, cada noche, de volver a oír su voz. Aquella voz sensual que produjera mi adicción.

El puzzle cambió.

Y la pequeña princesa que decía él que era, pasó a ser una mujer vulgar y corriente, la misma que, antes de él, seguía teniendo miedo a los hombres. A todos aquellos hombres que todavía podían hacerle daño.

Vivíamos a 300 kilómetros. Era mayor. Y se llamaba Antonio.

 

Sin título

martes, 6 de septiembre de 2011

SePTeMBeR

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[la fotografía es de Senia]

 

Sabía que llegaría un momento en que todo sería de color azul,
los árboles, la nieve, los tejados, las murallas, el asfalto de las carreteras, 
todo, hasta las amapolas.
Y la sangre.

Y porque creía en ese sueño, olvidando los tropiezos
me levantaba cada día con ilusión,
esperando que tuviera lugar el cambio.

 

Y un día,
en septiembre,
ocurrió la transformación.

 

Los hombres y mujeres ya no deshojaban margaritas, o buscaban tréboles de cuatro hojas. A los niños ya no se les picaban los dientes por comer muchas chucherías. Las mascotas ya no eran maltratadas, ni abandonadas. Y los ancianos ya no eran arrojados a los geriátricos como si fueran muebles inservibles agujereados por la carcoma.

Los oráculos se pusieron en huelga de hambre porque ya no había sueños que alimentar.

Un día, el día en que todo fue azul, aquellos que se amaban con la certeza de que sólo ocurre algunas veces el milagro, se buscaron desesperadamente para hacer un pacto de sangre con el dedo índice de sus manos, prometiendo que jamás volverían a pisar los campos sembrados de minas.

Un día, el día aquel en que, de repente, el universo pasó a ser de un sólo color, azul, por primera vez, sentí que al fin había encontrado un lugar al cual pertenecer.


Esta entrada se la quiero dedicar a Milu, del blog “hoy-ml” porque leyendo su post titulado “El final del verano”, sentí que Septiembre también me esperaba a mí.

 

 

 

Muy amarraditos, sin salirse de una baldosa, ¿hace un baile?
Congo no es celoso y me deja.

O ésta, en la variedad está el gusto. No digáis que no os lo pongo fácil.

Y ahora sueltos, ¿quién no ha bailado esta canción en la discoteque?
[Para los sesenteros como yo]
Todavía hoy no puedo escucharla sin ponerme a bailar como una posesa.

Y porque no quiero olvidarme de la gente joven que me visita…
Y porque a mí también me gusta mucho esta canción y me recuerda otros días pasados.

jueves, 1 de septiembre de 2011

¡Mierda! ó Monólogo de Fin de Año

Estoy deseando soltar toda la mierda que llevo dentro desde hace tres horas más o menos. Tampoco es mucho aguantar, ¿no?, ¿o sí? Bueno, tal vez para las fiestas navideñas es mucha mierda porque si fuera en otra época del año, todavía… Aunque en el fondo cualquier día es malo para aguantar tanta mierda, tanta que se me hace un nudo en la garganta que me impide llorar. Claro que hoy tampoco quiero llorar aunque tenga ganas. Y es que ya estoy curada. Soy una mujer nueva. No me importa que se haya emborrachado, que haya bebido tanto que no fuese capaz ni de ponerse el pijama. La situación es cómica vista desde fuera: Mi madre y yo ayudando a mi padre a ponerse el pijama, uno de esos pijamas de señor mayor honrado y decente. Pero claro, vivirlo de cerca ya es otro cantar. Pero no, no me importa en absoluto. Por mí como si se muere ahogado en alcohol. En el fondo siempre pienso que ese será su final. Me gustaría una muerte más honrada y romántica pero no puedo escoger. No he podido escoger otras muchas cosas en mi vida y tampoco en ésta voy a poder hacerlo. Pero ya ha pasado. Ahora estoy a salvo en MI CASA, sin ver, sin sentir de cerca. Y no quiero pensar en la mierda. Porque además por fin, ya doy por finalizadas las fiestas navideñas, esas que dicen muchos que son entrañables. Lo único que tienen de entrañables para mí es que se me quedan atragantadas año tras año como cinco polvorones juntos en la boca. Pero claro, cuando la gente dice entrañable, no quiere decir eso. Hablan de la familia unida, de la paz, de la dicha de compartir, de las risas, de los que regresan a casa, como el turrón… Aunque algunos años han sido mejores. Algunos años no se emborrachó tanto como hoy. Lo de hoy hace tiempo que no sucedía. Así que hoy, a pesar de todo me siento contenta porque no lloré. Al menos no lloré. Ni una lágrima, aunque tenga el estómago retorcido de nervios. Soy una heroína de mi propia película. Me siento orgullosa de mi misma, de que ya por fin no me afecte. ¿Qué importa que se haya estropeado mi noche de fin de año y la celebración de mi cumpleaños? Es un día como otro cualquiera, ¿no? A mí además nunca me han gustado las fechas señaladas, ¿por qué habían de gustarme? Es más, las odio. Las odio con fuerzas, con ahínco, con entusiasmos renovados cada año. Y luego mi madre dice que me estoy volviendo muy rara, que ya no pongo árbol de navidad, ni adorno la casa con figuritas. Ella dice que no es bueno. Y yo no entiendo como ella tiene ganas de recordar que llega la navidad si quiera de lejos. Pero vivo y dejo vivir. Faltaría más. Al menos eso intento. Pero me cubre la mierda y la rabia. Me ahogo. Y aún por encima se me está cayendo una lágrima. ¡Joder! ¡Maldita sea! Me estoy reblandeciendo. Va a resultar que mi corazón todavía no está lo suficientemente endurecido. No me lo puedo creer. Tanto esfuerzo para nada. Pero un año de estos lo haré. Dejaré toda la mierda aquí, en este pueblo, y me iré. Lejos. A celebrar mi año viejo como siempre deseé. En algún lugar donde no me alcancen los recuerdos. Porque ya no creo en tanta mierda. He perdido la fe. Odio a mi padre. Bueno a veces no lo odio tanto y hasta lo quiero un poco. Bueno, mucho. Sé que no es un mal hombre. Es una buena persona, nadie lo duda. Y a mi madre también la odio. En noches como ésta. ¡Joder! Pero ahora tengo a mis hijos, mis pequeños. No tengo marido, es verdad, pero ¿para qué quiero un jodido hombre a mi lado? Está todo bien como está ahora. Mi ex muy lejos, y yo con mis hijos. Por ellos consigo a veces no ponerme tan triste como para que me agobie la mierda. Sí, ellos son una buena razón para afrontar la vida con optimismo. Tengo que conseguir, como sea, que no vean nunca tanta mierda como la que yo vi. Para mí siempre fue duro.  Y es duro ahora todavía. Pero ya que empiezo el año cubierta de mierda, eso debe de querer decir que me van a pasar unas cosas muy buenas. Para compensar. Es que si no, no tendría sentido. Y si no es así no quiero ni pensarlo ¡Joder! Por ahí no voy a pasar. Porque hoy estoy de mierda hasta la coronilla y todo lo que se me ocurriría sería horrible. Y además la música en la tele es divertida y alegre. Chinda chinda, ta ta chinda. Tralorailo railo. ¡Toma meneo! Está empezando el año. Y fuera en la calle se oyen fuegos artificiales. Son las fiestas de celebración por doquier. ¡Que bonito! ¡Que alboroto! Le ha tocado la muñeca chochona. ¡Ay, que alegría, madre! ¡Que entrañable que la gente se reúna para empezar el año nuevo bailando y festejando y dándose palmaditas en la espalda. ¡Es super mega guay! Y menos mal que no decidí salir. ¿Para qué gastarme el dinero en un traje, la pelu, la entrada de un local, si yo sabía que algo así podía pasar y que no habría maestro armero que arreglara el desaguisado? ¡Joder! ¡Si ni siquiera probé los putos langostinos! ¿Que culpa tendrán los pobres de que los odie también a ellos? Es que es ver en los anuncios al Rodolfo langostino ese y ya me entran ganas de vomitar. Cuando sucede lo que sucedió esta noche, lo de la borrachera, el pijama y todo eso, no hay nada que consiga tapar tanta mierda. ¡Uf, que consuelo, saberme ahora aquí, en MI CASA, tranquila, relajada, guay, sentada a la mesa de la cocina y viendo la teletienda! He cambiado de canal porque ya me estaba deprimiendo tanta música trailo railo. En realidad deprimir no es la palabra porque no estoy deprimida. No, de eso nada. ¡Ojalá que pongan ese anuncio de tele tienda que me gusta tanto, ese de la crema de Baba de Caracol! Esa crema que ya te está haciendo efecto cuando estás destapando el bote. Es increíble, dice el anuncio, hidrata, rejuvenece, alegra el día, te  renueva por dentro y no sé cuántas mentiras más. Vaya, que pena, no lo ponen. En fin, nada es perfecto. Y por eso, aunque no haya sido la noche de mi vida y aunque esté llorando porque tengo ganas y porque no sirve de nada resistirme cuando ya sé que mi corazón todavía no se ha endurecido lo suficiente, aún soy capaz de conseguir encontrar en toda esta mierda, un agujerito pequeño por el que sacar la cabeza, y poder respirar un poco de aire fresco que llene mi pulmones. Y sentirme afortunada, a pesar de todo.

 

Todos conocemos casos.
Un vecino.
El tío de la pescadera.
Lo vimos en alguna película.
Pero cuando es tu padre. O tu madre.
Eso… ¡eso es una mierda!
¡JODER!
  
Por mucho que queramos adornarlo o sacarle hierro al asunto.