sábado, 27 de septiembre de 2008

La profesora







"Granny Smith Apples" - Ivan Makarov


Cristina era la profesora de 7º curso. Era una mujer madura pero muy guapa todavía. Hacía cuatro años que había llegado al pueblo. Su vida en él transcurría sin sobresaltos. Conocía a todos los vecinos, sus vidas, sus inquietudes. Lo sabía casi todo de ellos. Todos la querían por eso acudían a ella para pedir consejo y para hacerla partícipe de sus vidas. No tenía muchos alumnos: 15 en total. Aquél era un pueblo pequeño. Tenía muy buen carácter: cariñosa, comprensible y de bastante paciencia, sobre todo cuando se trataba de escucharlos con sus preocupaciones. Había tenido un novio antes de irse destinada pero la distancia acabó con lo poco que quedaba de aquella relación. Sus hermanos y sus padres iban a verla de vez en cuando. Vivían relativamente cerca, a 135 kilómetros, aunque la carretera era tan mala que a sus padres, ya mayores, cada vez les daba más pereza hacer ese viaje. Los fines de semana iba al cine con un par de amigas que como ella se habían quedado solteras, a dar paseos por el campo, leía, veía la tele, cocinaba para la semana si tenía ganas... Nada interesante. A menudo pensaba que su vida había entrado en una línea recta por la que caminaba hacia el final que un día llegaría. Sin más. Aún así, este pensamiento no le hacía perder su buen humor y su amor hacia todas las cosas que la rodeaban.

El día que encontró la manzana en el cajón de su mesa, el corazón de Cristina dio un vuelco. Lo primero que pasó por su mente fue preguntar a los niños: ¿quién había sido? Pero... ¿y si no había sido ninguno de ellos? Se enteraría todo el colegio. “¡Bah, es una tontería!”, pensó. Se cuidó de que nadie la viera y la metió en su bolso.

- Bueno, niños, la clase ha terminado por hoy. Haced los deberes para mañana y portaros bien.

Fueron saliendo de uno en uno. El último en salir siempre era Joaquín. Ese niño le tenía robado el corazón. Era el más traste de todos, con mucha diferencia, pero había algo en él que lo hacía especial y distinto a los demás. Era delgaducho, moreno de piel y los caracoles de su pelo tenían el mismo color azabache de sus ojos. A pesar de su comportamiento, en su manera de pensar era más adulto que el resto de sus compañeros. Siempre la despedía con un: “Hasta mañana profe. Que pases una buena tarde o un buen fin de semana”, según fuera el caso.

El día de la manzana Joaquín se había ruborizado al despedirla. Cristina no llegó a verlo porque estaba agachada en el suelo recogiendo unos papeles que se le habían caído del bolso.

Ya en el pasillo, Joaquín respiró hondo y con alivio pensó: “Menos mal que no me ha visto ¿Por qué no habrá preguntado nada? Mejor así. Igual todavía no la vio. Si, yo creo que sí. Creo que metió algo en su bolso. Hoy estaba muy guapa. Siempre que trae esa ropa me gusta mucho”. Cristina llevaba ese día falda negra, blusa azul pálido, una chaqueta negra... y unos mechones de pelo rebeldes se le habían escapado del moño, cayéndole por delante de la cara.

Joaquín empezó a correr por el pasillo del colegio, bajó las escaleras y salió a la calle pensando todavía en ella, preguntándose cómo era posible que no tuviese novio y diciéndose: “Si yo fuese más mayor no la dejaría escapar”.

Cristina también salió del colegio. Pero ella lo hizo despacio. Enfiló la calle que conducía a su casa a las afueras del pueblo. Iba embobada pensando en la dichosa manzana. “¿Y si en ella se encerraba un mensaje? La manzana había sido la tentación de Eva en el paraíso”. Cuando entró en casa lo primero que hizo fue sacar la manzana del bolso y dirigirse a la cocina. Abrió un cajón, cogió un cuchillo y empezó a mondarla despacio. La abrió a la mitad y le sacó las pepitas. Se dirigió a la puerta de atrás de la cocina, la abrió y salió a un patio exterior. Se sentó en la mecedora de mimbre que estaba en el porche cubierto y empezó a mordisquearla, saboreando cada bocado. Era de las que le gustaba: jugosa, ácida y tirando a verde. Estaba deliciosa. Quienquiera que la hubiese puesto allí había acertado en sus gustos. Una vez que se comió la manzana estuvo meciéndose un buen rato hasta que sintió algo de frío. Se levantó y entró en casa.

Joaquín la había seguido a una distancia lo bastante prudente como para que no lo viera. Rodeó la casa para tener una amplia visión de la parte de atrás desde unos setos cercanos. Y la vio allí sentada, saboreando aquella manzana con los ojos cerrados. Algo que no sabía que era se encendió en su interior. Una especie de escalofrío recorrió su cuerpo de arriba a abajo, un cuerpo que cobraba vida por sí mismo. Esa sensación era nueva, no sabía definir lo que le estaba sucediendo. ¿Sería aquello el amor del que tanto hablaban los mayores? Si eso era el amor... el suyo era un amor imposible ya que podía ser su madre. Para lo único que le prestaba verdadera atención era para recomendarle libros de lectura o cuando algún ejercicio de matemáticas no le salía bien y se quedaba al final de la clase para explicárselo con calma. Se acercaba a él y enredaba sus largas manos en aquellas rizos negros ¡Olía tan bien! Él se sentía en la gloria aún cuando le decía: “Ves, tonto, como no era tan difícil”. Mañana le dejaría otra manzana. Sólo el placer de verla así merecía la pena.

Joaquín se fue cuando Cristina entró en casa y cerró la puerta. Tendría que inventarse una buena excusa para explicar el retraso a su madre. Le diría que se había caído, le había empezado a doler mucho un pie y había tenido que quedarse sentado un buen rato antes de poder levantarse de nuevo. Parecía aceptable aunque ella nunca le creía, dijera lo que dijese. Tantos años de trastadas... era lo normal. Aceptaría el castigo de buen grado porque se sentía contento. Muy contento.

Cristina pasó la tarde ensimismada sin entregarse a las tareas cotidianas concienzudamente, como siempre solía hacer. Algo había pasado. Se sentía renovada, distinta. Se le había encendido la ilusión que hacía ya tiempo que se apagara. Algo tan sencillo como una simple manzana había interrumpido la rutina de sus días monótonos, dándoles un toque de misterio. Y una pregunta le bailaba en la cabeza: “Y mañana... ¿qué pasará mañana?”.



19 comentarios:

matrioska_verde dijo...

El primer profe que me ilusionó fue Leonardo, un chico joven que vino a darnos clases de inglés en 7º de EGB. No era guapo pero era muy simpático, tenía el pelo negro y bigote. Cuando acabó el curso se fue a Cádiz. Estábamos todas loquitas por él.

Y tú, ¿recuerdas de que profe te enamoraste?

bicos,

guillermo elt dijo...

Prime, Seño!!!... jeje

La verdad es que la manzana... bueno, tenía que ser esa fruta... no me extraña que se apasionara con aquella visión... aunque pudiera ser su mami...

Enamorarme de alguna profe???. No, en todo caso, de compañeras... jeje... pero si una gran admiración por un profesor vasco que tuve en Las Palmas. Daba literatura y en alguna que otra ocasión nos leía sus poemas... Me dijo una vez: Guille, no te iba a aprobar el examen, pero por la trayectoria de esta última semana y la exposición del tema, es lo que te ha salvado... Yuhuuu!!!

No, eso del yuhuuu lo digo yo ahora... jeje.

Besicos.

TORO SALVAJE dijo...

Que buena historia.

Enarmorarme de una profesora?, no, pero gustarme bastantes.

Besos.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Ay, la mía era una profesora de Historia.

Francisca / Froiliuba dijo...

Precioso texto neniña, lleno de ternura.

Dicen que siempre hay un profesor del que te enamoras, yo como en primaria sólo tuve profesoras...

En el instituto no tuve ninguno que mereciese mucho la pena físicamente, admiré profundametne a mi profesor de historia, que fué el que me dió el empujoncito para terminar de decidirme por la arqueología, pero amor...

En COU si que hubo un profesor de arte que me acosaba un poco, pero fué él a mi, era jovencito y le debia de gustar, a mi no me inspiraba nada , menos mal.

bss, desde Madrid (lloviendo y con la burra guardada buaaaaa)

Silvia dijo...

Aldabra:
me has hecho emocionarme. En las primeras descripciones me he sentido Cristina (maestra lejos de su familia, su novio la dejó por la distancia...). Es cierta la admiración de muchos niños a su maestr@. Los mios son muy pequeñitos pero me quieren un montón.
Yo también me enamoré de mi profe de literatura en el instituto, y creo que siempre busco en los chicos algo de su esencia.
Me ha encantado el relato.
Un abrazo, amiga

Anónimo dijo...

Oooohh! Aldabra, que gusto leerte! Que dulce, la ingenuidad del niño, y la dulzura de la profesora, me la imagino con su mechón de pelo! Me lo imagino a él con rodilleras en los pantalones mirando a la profe. Me llegaste! Que bonito por Dios! :)

Pero bueno, como que "madura pero guapa?" como que "pero"? A mi una mujer madura me parece mucho mas hermosa y misteriosa que una niña ...

Te digo la verdad? A mi nunca me emocionó ningún profesor... hasta el año pasado, finales de 4 de Eso (2º de bup)! Pero ya era algo mayorcita como para que me gustase jajaja o eso creo yo, aunque nunca se deja de ser un niño!
Era el profe de historia, un sustituto tambien (que tendrán los sustitutos?) Se llamaba Alejandro, y cuando se fue... Por que se tendría que ir? Yo notaba que sentía un afecto especial por mí, no soy vanidosa diciendo que creo que era su alumna favorita jajaja :) Me encantaba! Jo... Tendría que volver a darnos clase, sacaría un 10 en historia, estoy segura, y no por que fuese bueno conmigo, sino porque su simpatía me haría atender el triple .

Jajajaja

Saludos Aldabra!

Anónimo dijo...

Las cosas no siempre son lo que parecen, si no que muchas veces son como nosotros queremos que sean. Las ilusiones, por pequeñas que parezcan, son dimunitas mechas que acaban por encender nuestros sueños. Ha sido entrañable.

Por cierto: se llamaba Eva, y fue en 6º... lo nuestro tampoco pudo ser... jajajaja...

Besos.

Belén dijo...

Si es que lo que pasa es que muchas veces lo que queremos es que nos sorprendan y sobre todo... que nos pongan en marcha las mariposas en el estómago!

Besicos

EL DOCTOR BARRETT dijo...

Un relato precioso y muy evocador. Felicidades por tus dotes literarias.

entrenomadas dijo...

Estupendo relato, Aldabra.
Y la foto con casco de moto ya ni te cuento. Genial!!!

Anónimo dijo...

Jose Luis. Profesor de literatura en el instituto. Tan rubio como un campo de trigo en verano. Los ojos tan azules como el mar que me rodea. Nos intercambiámamos notas en los trabajos que mandaba. En los examenes siempre habia una oración para desgranar con mi nombre. Llegamos a tener una cita con escusa de una exposición de pintura. No hubo nada mas. Algun regalo a escondidas...Pero cuando me acuerdo de él...ay,....se me encoge el estómago.

Besos

Yolanda

Anónimo dijo...

Acabo de leer este hermoso relato ¡qué recuerdos!
Yo me casé con mi profe de Latín, 17 años y él 35. Fué muy difícil, pero si pudiera volver atrás, hubiese hecho lo mismo.
En aquel momento, al menos para mí, no existía ninguna otra realidad.

matrioska_verde dijo...

muchas gracias a todos por vuestros comentarios.

inesita, gracias por pasarte por aquí y bienvenida... me gusta tu nombre, en serio, me trae bonitos recuerdos...

una compañera de mi clase de Cou se acabó casando con nuestro profe de griego, no sé la diferencia de años pero él ya estaba casado y con 3 hijos... la verdad que el profe no era guapo pero tenía algo que embobaba, su forma de enseñar y de vivir la cultura clásica era... en fin, hace tiempo que lo veo sólo yo creo que volvió a separarse, a veces estas cosas no acaban de resultar.

bicos,

Wycherly dijo...

Me gusto mucho, aunque nunca me senti enamorada de un profesor.

saludos

Juanjo Montoliu dijo...

Yo no recuerdo haberme enamorado de ninguna profesora. Había una de álgebra, en 1º de carrera, que nos ponía a todos a cien; pero de enamorarnos nada.

Anónimo dijo...

¿Te gusta mi nombre? A mi ha empezado a gustarme hace poco, no sé bien porqué pongo el diminutivo.
Ya soy mayor.
El nick que utilizo habitualmente es más bonito: Matapollos.
Creo que te he visto comentar por alguna otra parte. Me gusta tu estilo.
Saludos.

matrioska_verde dijo...

Wych: todo llegará mujer, cualquier día aparece por ahí tu profesor particular.

Juanjo: ¿a cien sólo?... no me lo creo... je je je

Inesita: lo de matapollos me suena del blog de Tertulia para perogrullos o Toupeira... ¿he acertado?

bicos y gracias,

Anónimo dijo...

A vece veo un blog portugués que se llama Toupeira, pero creo que no van por ahí los tiros...

Nos vemos. Saludos.