La imagen es de aquí, en donde también podréis leer el brillante y emotivo texto de jimarino basado en el prólogo de Ángel Campos Pámpano [poeta y traductor español, gran defensor de la cultura y la literatura de Portugal], editado junto a Antología Poética de Fernando Pessoa por Galaxia Gutenberg, año 2001.
Un corazón de nadie:
antología poética (1913-1935)Fernando Pessoa, Ángel Campos Pámpano
Una vez conocí a un tipo al que le gustaba Pessoa.
El tipo en cuestión y yo, nos conocimos en una página de contactos. Se hacía llamar Antonóvich, así que lo de Pessoa no le pegaba nada, yo más bien hubiera apostado la cabeza a que a este tipo le gustaban los escritores rusos: Dostoyevski, Gógol, Nabokov, Pushkin, Tolstói, Turgénev o Chéjov. Pero no, era fan de Pessoa, sólo que yo no lo supe hasta la tercera cita.
Antonóvich tenía el pelo totalmente cano, no era guapo pero sí que tenía cierto atractivo. Y fumaba. Fumaba como un carretero, o como un minero, o como un albañil. No fumaba como un empleado de la banca, no, cómo decirles, era más rudo, más masculino. Y tenía un coche granate. No recuerdo ahora el modelo, sólo monté en él una vez. Para ir a su casa. Y olía a tabaco, debido a que fumaba como un mariscador.
La primera vez que le vi era una tarde lluviosa y fría. Así suele ser en invierno, tampoco es una novedad. Pero lo recuerdo especialmente porque yo me había puesto una camiseta de rayas de colores que me quedaba muy bien pero que no me abrigaba nada. Quería causarle buena impresión, quería que quisiera repetir una cita conmigo. Porque yo, hasta que se me conoce un poco, no digo mucho. Vamos, que no soy de esas mujeres que uno dice: ¡Pedazo de mujer! No, yo soy lo que se dice “poquita cosa”, “normalita”, “del montón”… pero después cuando se me conoce un poco más tengo algo que engancha. Y no es vanidad, óiganme, es lo que me dice la experiencia. Tipos que en principio no se interesaron demasiado por mí o pasaron de repetir muchas citas, después… después me llamaban y me insistían y me decían cosas como: “Fui un tonto dejándote escapar”, o “Has sido de lo mejor que ha pasado por mi vida”. Pero yo nunca volví la vista atrás, a mí si alguien me dice adiós, yo hago lo propio: bye bye fraulein.
Sigo contándoles.
La primera vez que quedamos, lo hicimos en mi ciudad por eso de sentirme yo más cómoda. Estar como un flan de naranja no es el estado más ideal para conducir, así que le recogí a la salida de la autopista. Allí se montó en mi coche y lo llevé a hace un recorrido turístico. Hacía muchos años que no visitaba la ciudad, me dijo, así que le gustó recordar. Parecía que se encontraba cómodo. Tomamos un café en un bar muy coqueto, donde había gente jugando al parchís, al scrabble, o simplemente leyendo el periódico. El tiempo se pasó volando. Y Antonóvich se fue, dejando en el aire que me llamaría.
Seguimos en contacto por la página de internet hasta que a los quince días me propuso repetir cita. Se ofreció muy amablemente a volver a verme en mi ciudad. Y de nuevo hicimos otro recorrido turístico, esta vez por las afueras de la ciudad, visitando un par de playas. El mar estaba bravo, lo recuerdo porque en una de ellas nos bajamos y nos acercamos hasta la orilla. En la arena, de reojo, yo miraba para Antonóvich, tratando de adivinar si sería capaz de sentir algo por él. Es que a pesar de que era atractivo, a mí como que no acababa de encajarme, no sé cómo explicarlo, no se me atragantaban las palabras cuando hablaba con él, ni bailaban las ranas el hula hoop en la boca de mi estómago. De todos modos la prueba definitiva no había llegado, todavía no nos habíamos dado un beso. Esa es para mí la prueba de fuego, el primer intercambio de fluídos, la aproximación más cercana a la intimidad total.
Cuando comenzaba a anochecer y después de tomar otro café en otro bar coqueto (mis elecciones no eran tema baladí) se volvió a marchar, esta vez, habiendo establecido nuestra tercera cita y comprometiéndome en que sería yo quien fuera a visitarle.
Y llegó el día.
Recuerdo que llevaba mis vaqueros favoritos, el abrigo de ante marrón tipo Segunda Guerra Mundial, y mis preciosas botas camperas. No recuerdo qué camiseta llevaba. Sé que no estaba divina de la muerte, pero casi. Vamos, que ese día tal vez a alguno se le escapara un: “Que chica más mona”, que es lo que suele ser una, cuando no es un “pedazo de mujer”. Eso, o simpática.
Y también hacía frío.
Recorrimos todo el paseo marítimo y me cogía de la mano para atravesar las calles. Me pidió que me quedase a cenar que quería llevarme a un italiano estupendo que había cerca de su casa. Después de cenar podríamos ir allí porque quería enseñarme sus libros. Ahí como que yo ya empecé a sentir algo, no eran ranas bailando el hula hoop pero algo parecido. Así como caracolillos echando los cuernos al sol.
Ciertamente el italiano resultó ser precioso, coqueto como mis bares y muy acogedor. Estaba en un primer piso, cerca de la playa y había mucha gente cenando pero sin agobiar.
Antonóvich me preguntó si me importaría dejarme aconsejar. Y yo, le dije que por supuesto, que me fiaba de él. Cuando vino el camarero para tomarnos nota de la cena y Antonóvich pronunció Carpaccio de ternera con alcaparras con gran soltura, me pareció un dios. Jamás había oído la palabra carpaccio y nunca había probado las alcaparras. En mi casa siempre fuimos de platos tradicionales, lo que vulgarmente se conoce como: de sota, caballo y rey. Educadamente, y muy cortés me explicó en qué consistía el plato que llevaba tal nombre. Por su cara comprendí que sentirse como un cicerone lo ponía de buen humor. Sus ojos chisperaron y se le encendió una sonrisa.
Pero la cena terminó. Y me propuso ir ya a su casa. Un momento decisivo en nuestra relación incipiente.
Era un apartamento pequeño y muy bien decorado, aunque no demasiado masculino. Se lo comenté, yo soy así, sincera, y él me contó que se lo había decorado una amiga. Por ejemplo, las cortinas de su habitación, la única que había, eran blancas con enormes amapolas rojas. A mí sorprendió, la verdad. No me lo esperaba.
Y después de recorrer los escasos metros cuadrados nos sentamos en el salón. Bueno, más bien me senté yo porque él empezó a mostrarme sus libros. Los cogía de los estantes con un cariño inmenso y los iba depositando sobre mis piernas, para que los abriera y los viera por dentro. Y comenzó a hablarme de Pessoa, de sus poemas, de sus muchos nombres, de su alcoholismo, de su locura…
Hasta se atrevió a leerme unos pequeños poemas que había compuesto en los tiempos de verano en los que iba a Francia a trabajar en la vendimia para pagarse la carrera [porque Antonóvich era Licenciado en Ciencias Empresariales y tenía su propia Consultoría]. Y me contó de los vagones del tren, del trigo en los campos, de sus sueños de juventud…
Y como sin querer se inclinó sobre mí y me dio un beso. Yo no despegué los labios. Y menos abrí la boca. No sé, incluso sentí frío. No sé si fue por las emociones que estaba experimentando o porque el contacto de Antonóvich no me resultaba del todo grato. Tendría que darle un poco más de tiempo. Hay cosas que son de más lenta maceración. Y Antonóvich iba a ser uno de esos tipos que conmigo tendrían que ganárselo.
El caso es que él en seguida hizo como si el beso no se hubiera producido y siguió con el tema de los libros, de Pessoa, hasta que en otro arranque se levantó de mi lado y sin ton ni son, me soltó:
- Bueno, entonces… ¿te quedas a dormir?
Y yo, cual colegiala de trenzas, le respondí:
- No estoy preparada
A lo que él contestó, sin tacto alguno y con un poco de retintín:
- ¿Qué pasa, es que tienes que hacer primero tus ejercicios espirituales?
Y ahí yo como que ya me encendí. Me desaté.
- Mi querido Antonóvich, quiero explicarte algo. El hecho de que yo suba a tu casa después de cenar, a las doce de la noche, no implica que tenga que pasar por tu cama. He subido por cortesía, porque me parecía descortés que tú me invitases y que por miedo a que pasara algo te dijera que no. Yo no tengo porque presuponer que tú ibas a querer acostarte conmigo.
Y no es que yo en aquel momento me estuviese haciendo la estrecha, por favor, ya era mayorcita para eso. La verdad es que me he acostado con hombres con muchos menos méritos que Antonóvich pero es que no me apetecía. Así de simple. No acababa de verme yo desnuda en la cama, con un tipo al que le gustaba Pessoa.
Él también se embaló un poco:
- O te estás haciendo la inocente, o eres muy inocente, lo cual me sorprendería. Aunque, bien pensado, desde la primera vez que nos vimos me di cuenta de que tú no eras como las demás. No sé explicarte qué es lo que tienes que te hace diferente. Tal vez la dulzura que emanas, o tu franqueza en reconocer tus nervios.
Me miró tiernamente y me dijo:
- Me gustas mucho, Violeta y no quiero perder el tiempo. Lo siento. Te pido disculpas
Así era como yo me hacía llamar en la página no sé muy bien porqué. Porque me gusta ese color, supongo, y porque fue lo primero que se me ocurrió cuando hice el perfil. Cosas del destino.
Dulcemente, como él decía que era, le contesté que no podía quedarme, que era pronto para mí, que todavía estaba cerrando viejas heridas, que si de verdad le gustaba tendría que esperar un poco más.
Y la cita, ante los hechos inesperados, tocó a su fin de una forma un tanto abrupta. Se ofreció a acercarme a mi coche y me dijo que ya me llamaría, aunque por su tono y sus miradas, supe que tal llamada no iba a producirse. Y me apené un poco. Tampoco había hecho o dicho nada malo. Sólo quería tiempo. Sí, ya sé que el tiempo es muy valioso pero si de verdad buscamos algo que merece la pena, el tiempo es lo de menos. Hay que ser pacientes y dejar que la fruta madure por sí misma. Acelerar los pasos no conduce más que al fracaso.
Así que me volví a casa pensando en que quizá debiera hacerme otro perfil nuevo. Tal vez Violeta no era un nombre apropiado para mí, tal vez tenía que pensar en un nombre más asequible, tal vez podría escoger el nombre de un personaje de novela, y recordé lo que me había emocionado leyendo la historia de Eugenia Grandet.
Ya lo tenía. Eugenia sería mi nuevo nombre de guerra, o de amor.
Y así fui conociendo a nuevos tipos de hombres. Uno al que le gustaba jugar al póker. Otro al que le gustaban las películas de vaqueros. Otro que practicaba submarinismo los fines de semana. Otro que todos los jueves comía un bocadillo de sardinillas con chocolate…
Así hasta llegar a un tipo al que le gustaba Neruda. Pero esa es otra historia.
Fado de Mariza, inspirado en un poema de Pessoa, titulado: Cavaliero Monge.
Fragmento del programa Contresentidos dedicado a la literatura, sección titulada Café con libros.
En él se habla de la obra del poeta portugués Fernando Pessoa
34 comentarios:
Nunca hubiera pensado que Pessoa pudiera ser un demérito. Tendré que replantearme mis lecturas.
Excelente relato: el giro de Neruda le deja a uno con ganas de saber más...
Besos.
Si le gusta Neruda es que es muy normalito.
Haría bien en pasar de él.
Me ha gustado mucho toda la historia.
Besos.
Muy buen post. me ha gustado mucho, pero necesito saber más. ¿si?.
Enhorabuena.
Un abrazo, sirena
Es que los hay que porque le gusta Pessoa ya se creen con derecho a todo jajajaja.
Me ha gustado la expresión de: "las ranas bailaban el hula hoop en la boca del estómago". Creo que la voy a incorporar a mi repertorio..
Ahora me quedo con la incógnita de que pasó con el tipo al que le gustaba Neruda.
Ya nos contarás. :-)
Un beso.
¡vaya, hombre¡
pues a ver si nos cuentas qué pasó con el tipo al que le gustaba Neruda.
Yo tampoco hubiera imaginado que, con ese nombre, pudiera ser lector de Pessoa.
Un abrazo
Muy buen relato, he leido con avidez, y espero con impaciencia como sigue tu historia.
Y es que para las cosas importantes hay que dare un tiempo, como bien dices...
Mañán teño que ir ó banco a facer unhas xestións. Como xa teño escoitado que non son nada humanos...heime de fixar se tampouco son masculinos (os homes!). Xa che contarei
Bicos en ruso
Si Antonovich leía a Pessoa, el dandi con lamparones, tenía mucho ganado para seducir a Violeta. A ella no le gustaron las cortinas con amapolas rojas...
Me uno al coro de alabanzas del relato; además muy moderno y complejo.
Muy bonito el fado de Mariza
Un abrazo
A ese tipo es al que busco yo, al que le guste Neruda. Pero, como tú has dicho, esa es otra historia.
Quiero que sepas que te considero valiente, las citas a ciegas me asustan un poco.
Un beso muy grande!
Un pequeño inciso; el artículo está basado en el prólogo de Ángel Pámpano, recientemente fallecido, pero el texto es de Jimarino.
Un saludo.
Bravo, espero que sigas con el de Neruda. Besos.
:)
Besitos
Ay, no he leido nada de Pessoa. Eso creo, aunque con tantos heterónimos, por ahí sí y ni me enteré. Me apunto el de Balzac que no he leído ya que veo que te gusto tanto.
Esperaré al encuentro con el tipo que había leido Neruda.
Esto de los perfiles cibernéticos y encuentros, tiene mucha tela.
Besos
Muy bueno, Aldabra. Espero pasar más por aquí porque te tengo un poquito abandonada. Un beso.
Me encantan los fados, pero no conocía éste inspirado en un poema de Pessoa y lo acabo de disfrutar muchísimo.
Por cierto, casi mejor el aliento a tabaco que el de sardinillas con chocolate ;-)
Da igual Pessoa que Neruda, lo importante es que te quieran y te valoren.
Biquiños.
Ni idea de Pessoa, lo reconozco. Hay quien le parece raro todo. En cierta ocasión, conocí a una mujer tan rara que leía el Quijote. Y a Esquivias, y a Bécquer...y a Valle Inclán. Y, para colmo, escribía sobre lo que leía, el colmo.ç
Es que hay gente pa to.
Besos, Aldabra, biquiños.
Quedo impaciente por saber si Eugenia cambiará de nombre, ¡si no fuera por Pessoa....! Bonito relato.
Debe ser bonito ver a los hombres como si estuvieran en un escaparate. Y, para eso, debe ayudar mucho no ser un pedazo de mujer, sino una chica sin grandes pretensiones. Debe ser divertido ver como cada uno intenta verder ese producto, que cada cual considera único, y que consiste en sus lecturas, en sus manías, en sus recuerdos...
Así que, tanto si la experiencia es cierta como si no lo es, disfruté de tu sensibilidad y de tu sentido del humor. Nubecillas tenues que flotan en toda la narración. Y también de esa capacidad, que tienen las mujeres discretas, de darse cuenta de lo ostentosos que solemos ser los hombres.
Enhorabuena.
Muy bueno el relato y su relación con Pessoa y todo lo que significa este gran poeta lusitano. Soy una fan de sus versos en todos sus personajes
Feliciadades a Jimarino
Un abrazo
Luz
Menuda trama para llegar de Pessoa a Neruda ja ja ja me ha encantado ja ja ja
Besazos enormes
Bueno, al menos le gustaba leer...
;)
Besicos
Bueno... después de todo estoy de acuerdo contigo,en que todo tiene que madurar y ahí es cuando el sabor se hace más dulce...
A no ser que sea como el que tomaba el bocadillo de sardinillas con chocolate,que mira que los hay raritos jajaja.
Un beso.
Seguro que el tipo al que le gusta Neruda es diferente al que le gusta Pessoa, sin duda.
En cuanto a la historia, quien no puede comprender que los tiempos no son siempre los mismos no merece la pena.
Bicos
Excelente relato.
E pregúntome: Por que todas as citas teñen que rematar na cama antes de tempo? As présas non son boas para neda. Para as cousas do amor menos.
Creo...
Bicos.
Jajaja, no te hacía yo con una vida amorosa tan complicada, editando perfiles secretos y quedando con tipos de lo más dispar. Qué complicada es la vida!! Quizás tenemos cerca a la persona que queremos y no la vemos y nos empeñamos en buscar en la red, donde, seamos serios, miente casi todo el mundo.
Yo nunca he tenido experiencias de ese tipo, citas a ciegas, y no sé si me animaría a tenerlas...a mí o se me enciende el piloto cuando veo a alguien o no funciono...soy así, que se le va a hacer jjj
Besos Violeta Eugenia de todos los santos
^Pero bueno! ¿es que los fumadores de banca lo hacen de modo amanerado?
La verdad, Aldabra, es que si a la tercera cita, invito a un tipo a mi casa, doy bastante por supuesto que habrá tomate. Cierto que se pueden torcer las cosas, y que hay que mover bien las fichas, pero has de pensar que dar el paso de un beso supone un riesgo ( el riesgo del rechazo) y el fan de Pessoa dio ese paso dulcemente. Pero así son los juegos del amor, y ha de haber frustraciones varias hasta que por fin suena la flauta mágica del enamoramiento.
Muy bien narrado.
Muchas historias se terminan antes de hora. Historias que podrían funcionar. Y un error muy común es no saber manejar los tiempos. Ir demasiado deprisa. O demasiado despacio. Me pregunto cuántas de esos embriones de relaciones podrían llegar a un buen parto. O quizá esa diferente forma de evaluar el tiempo ya sea una barrera insalvable.
Besos.
Buen primer capítulo para una novela acerca de la complejidad del amor.
Desde lo personal, si fuera mujer nunca dejaría escapar a un hombre al que le gusta la poesía y menos aún si este hombre fuese poeta. :)
Un beso.
Muy buena trama y mejor desenlace :) Creo que a Egenia terminará por gustarle Pessoa, jiji... eso sí, nunca pondrá las cortinas con amapolas, seguro.
besazos :)
Gracias a tí Aldabra por colgar la segunda parte de mi cuento, a la izquierda.
Besos
Un relato extenso, pero que ha valido la pena leerlo.
El final que dejas me hace sentir un apetito enorme por seguir leyendo...
biquiños.
non sabes tí cantas terceiras citas miñas foron a última, porque eso de subir al piso y no hacer nada, les sentaba fatal.
Decidí que la mayoría de los hombres se apuntaban a los tópicos de "a que subes entonces si no es para follar"?
así que, si "no estaba segura" de que quisiera follar, no subía.
Una pena de buenas tertulias perdidas. Y quizá de buenos polvos. Pero, como me dijo un argentino bastante guapo: sha he perdido con vos 7 días!
¡Muy interesante! casi tanto como este libro
Bikiños
Sirena, me repito hasta la "sudciedad"... se te da de miedo la prosa
un par de besos, un fuerte abrazo
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