Ayer Congo se quedó domrido sobre mi hombro.
Casi nunca se duerme antes de que yo me duerma
pero a veces sucede, como ayer.
Sentí las pequeñas contracciones de su cuerpo
en esos instantes que preceden al sueño,
la calidez de su piel madura desnuda
envolviéndome, y después
su respiración acompasada junto a mi oído.
Así, a su lado, me sentí tan pequeña
que mis recuerdos viajaron a la infancia,
llevaba un vestido de cuadros rojos,
dos trenzas en el pelo, una zapatillas blancas
y hacía pompas de jabón.
Montones
y montones
de pompas
de jabón.
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