"Seis días después Hervé Joncour se embarcó en Takaoka en un barco de contrabandistas holandeses que lo llevó a Sabirk. De allí remontó de nuevo la frontera china hasta el lago Bajkal, atravesó cuatro mil kilómetros de tierra siberiana, superó los Urales, alcanzó Kiev y en tren recorrió toda Europa, de este a oeste, hasta llegar, después de tres meses de viaje, a Francia. El primer domingo de abril –a tiempo para la Misa Mayor- llegó a las puertas de Lavilledieu. Se detuvo, le dio gracias a Dios y entró en el pueblo a pie, contando sus pasos, para que cada uno tuviera un nombre, y para no olvidarlos nunca más.
- ¿Cómo es el fin del mundo? -le preguntó Baldabiou.
- Invisible.
A su mujer Hélene le llevó de regalo una túnica de seda que ella, por pudor, no se puso jamás. Sí la sostenías entre los dedos, era como apretar la nada."
.....
Hervé Joncour sintió el agua regarse encima de su cuerpo, sobre las piernas primero, y después a lo largo de los brazos y encima del pecho. Agua como aceite. Y un silencio extraño, alrededor. Sintió la levedad de un velo de seda que bajaba sobre él. Y las manos de una mujer -de una mujer- que lo secaban, acariciando su piel por todas partes: aquellas manos y aquel tejido urdido de nada. Él no se movió nunca, ni siquiera cuando sintió las manos subir de la espalda al cuello y los dedos -la seda y los dedos- subir hasta sus labios y rozarlos, lentamente, una vez, y desaparecer
1 comentario:
Es curioso. "Seda" es uno de mis libros favoritos. De echo, conozco a Baricco. Cené con él un día en Santiago. Es tan huraño e introvertido como genial escritor. Relato deslumbrante, sin duda. Por cierto, has leído Siddharta, de Hesse. Si no es así, te lo recomiendo. Un saludo
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