Querido Congo:
Antes de nada disculparme porque mi carta anterior (Fabricando Ilusiones) no iba encabezada con tu nombre. Lo siento, ya sabes lo despistada que soy. No volverá a suceder, bueno, al menos eso espero. De todos modos seguro que al leerla ya supiste que sólo podía ser para ti porque sólo nosotros podemos ver unicornios en las nubes, ¿verdad?
¿Qué tal tu día? El mío ha tenido de todo un poco para no aburrirme. Me levanté un poco depre. Pronto descubrí el porqué: la regla, que invariablemente me revoluciona las hormonas. La odio. Casi estoy deseando ser menopáusica para olvidarme de ella por siempre jamás. Y no me digas que no es para tanto. Ningún hombre puede imaginar con precisón lo que significa. Menos mal que según fue transcurriendo el día mi ánimo volvió a su estado natural de alegría y buen humor (exagerando un poco). Ahora ya estoy en la cama serena y relajada.
Hoy he tenido un antojo de los míos, ya me conoces. He cenado tostadas de queso con mermelada de naranja amarga y una infusión de esas de mezclas que estaba buenísima. Aunque parezca una chorrada hace tiempo que no disfrutaba tanto con una comida. El otro día en Alcampo no pude resistir la tentación de comprar esa mermelada. Y fíjate que casi me quedo sin probarla. Era incapaz de destaparla y me daba un poco de corte acudir a los vecinos en pijama para que me echasen una mano. El destino y mi fuerza llevada al límite, al final, se pusieron de mi parte.
Del resto, ya sabes, rutina, rutina, rutina y más rutina: trabajo, cosas de casa, gimnasia, plancha, cena… A ver si soy capaz de leer un par de hojas antes de dormirme. El libro en el que estoy ahora no acaba de engancharme pero lo terminaré pase lo que pase. Es uno de mis principios de lectura: Se debe llegar hasta el final para opinar sobre el conjunto. No sé si es o no acertada pero hasta ahora me ha servido.
De mi fin de semana sólo decirte que fue largo y aburrido. El viernes vi en el DVD una película de las que me gustan. Lloré tanto que hasta me quedé dormida en el sofá hasta las tres de la mañana. Y ayer fui a la playa. Paseé por la arena mirando al suelo con la esperanza de descubrir algo inusitado pero sólo encontré cáscaras de mejillones. Hice unas fotos muy bonitas del atardecer. Te gustaría el cielo que había.
Bueno, Congo, antes de despedirme, ¿me darías un abrazo de carrerilla?. Te lo explico: Tú me esperas con los brazos abiertos y yo, desde una distancia prudente, me lanzo. Cuando llego, me engancho en tu cuello, me agarro fuerte con las piernas en tu cintura y me das vueltas y vueltas y más vueltas hasta que dices, agotado, que ya no puedes más. Entonces, ya quietos y todavía en alto, te doy un montón de besos de miel. Sé cuanto te gustan.
P.D.: No dejo de pensar en tu viaje…
Antes de nada disculparme porque mi carta anterior (Fabricando Ilusiones) no iba encabezada con tu nombre. Lo siento, ya sabes lo despistada que soy. No volverá a suceder, bueno, al menos eso espero. De todos modos seguro que al leerla ya supiste que sólo podía ser para ti porque sólo nosotros podemos ver unicornios en las nubes, ¿verdad?
¿Qué tal tu día? El mío ha tenido de todo un poco para no aburrirme. Me levanté un poco depre. Pronto descubrí el porqué: la regla, que invariablemente me revoluciona las hormonas. La odio. Casi estoy deseando ser menopáusica para olvidarme de ella por siempre jamás. Y no me digas que no es para tanto. Ningún hombre puede imaginar con precisón lo que significa. Menos mal que según fue transcurriendo el día mi ánimo volvió a su estado natural de alegría y buen humor (exagerando un poco). Ahora ya estoy en la cama serena y relajada.
Hoy he tenido un antojo de los míos, ya me conoces. He cenado tostadas de queso con mermelada de naranja amarga y una infusión de esas de mezclas que estaba buenísima. Aunque parezca una chorrada hace tiempo que no disfrutaba tanto con una comida. El otro día en Alcampo no pude resistir la tentación de comprar esa mermelada. Y fíjate que casi me quedo sin probarla. Era incapaz de destaparla y me daba un poco de corte acudir a los vecinos en pijama para que me echasen una mano. El destino y mi fuerza llevada al límite, al final, se pusieron de mi parte.
Del resto, ya sabes, rutina, rutina, rutina y más rutina: trabajo, cosas de casa, gimnasia, plancha, cena… A ver si soy capaz de leer un par de hojas antes de dormirme. El libro en el que estoy ahora no acaba de engancharme pero lo terminaré pase lo que pase. Es uno de mis principios de lectura: Se debe llegar hasta el final para opinar sobre el conjunto. No sé si es o no acertada pero hasta ahora me ha servido.
De mi fin de semana sólo decirte que fue largo y aburrido. El viernes vi en el DVD una película de las que me gustan. Lloré tanto que hasta me quedé dormida en el sofá hasta las tres de la mañana. Y ayer fui a la playa. Paseé por la arena mirando al suelo con la esperanza de descubrir algo inusitado pero sólo encontré cáscaras de mejillones. Hice unas fotos muy bonitas del atardecer. Te gustaría el cielo que había.
Bueno, Congo, antes de despedirme, ¿me darías un abrazo de carrerilla?. Te lo explico: Tú me esperas con los brazos abiertos y yo, desde una distancia prudente, me lanzo. Cuando llego, me engancho en tu cuello, me agarro fuerte con las piernas en tu cintura y me das vueltas y vueltas y más vueltas hasta que dices, agotado, que ya no puedes más. Entonces, ya quietos y todavía en alto, te doy un montón de besos de miel. Sé cuanto te gustan.
P.D.: No dejo de pensar en tu viaje…
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