lunes, 21 de enero de 2008

El teléfono





Cuando dejó de oír su voz por teléfono cayó en una especie de trance. Desdobló la almohada y se estiró cómodamente de nuevo en la cama, con los ojos cerrados.

No podía dejar de oír aquella voz y sentir como bajaban susurrando por el cuello aquellas palabras dulces. Era tierno, agradable… se sentía bien, relajada y al mismo tiempo no quería sentir. Aquel hombre era un extraño y no entendía como había podido llegar hasta su cama. Y menos aún, por qué le había dejado entrar. Era su voz. Su voz había conseguido que algo despertarse en su piel aletargada. Y ya no había forma de parar el deseo.

Sentía el cosquilleo que empezaba entre sus pechos y sus manos caminando despacio por el cuerpo. Y el calor. También sentía aquel calor irreverente. Casi sin darse cuenta empezó a chuparse lentamente los dedos de la mano derecha para pasarlos luego, húmedos, por los labios. Deseaba otra boca.

Se sacó el pijama con urgencia, lo tiró enroscado a la alfombra y contempló su cuerpo menudo. Era suave al tacto, templado. Tal vez estaba demasiado delgada. Podía contarse las costillas una a una. Casi se hacía cosquillas al rozarlas tan despacio. Se acariciaba los pezones rosados con las palmas de las manos cuando un sonido perturbó su ensoñación. Tardó unos segundos en darse cuenta de lo que era.

El timbre de la puerta había sonado. Abrió los ojos diciéndose que no iba a levantarse. Haría como si no estuviera en casa. Pero el timbre sonó de nuevo. Empezó a ponerse nerviosa y su cabeza regresó a la realidad pensando ya en quién estaría llamando con tanta insistencia a aquella hora tan intempestiva. No pudo evitar incorporarse a toda prisa, ponerse el pijama, colocarse un poco el pelo en el espejo de la cómoda y salir a carreras por el pasillo mientras decía en alto en dirección a la puerta de entrada: Voy, Voy. Dos veces.

Antes de abrir descorrió la mirilla para ver quién estaba en el felpudo. No podía creerlo. Abrió la puerta que estaba cerrada con llave y se quedó plantada allí, en pijama, sonriéndole. Sin articular palabra alguna.

1 comentario:

Güido dijo...

Ella volvió a vestir su pijaja, interrumpida por la llamada insistente. Y sonrió
Yo, interrumpido por tí, a drede, en el final de esta historia, sonrio al recordarte.

Bonita historia, como todas tus historias... como tu historia.